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El centro comercial estaba aún lleno de murmullos y miradas curiosas mientras Natalia y Keiden esperaban a la policía junto a Nathan.

Todo lo ocurrido se mezclaba en la mente de Natalia como un torbellino, haciendo que su cuerpo se sintiera más pesado con cada minuto que pasaba.

Nathan, todavía aferrado a su madre, miraba a Keiden con ojos llenos de preguntas silenciosas.

—¿Estaremos bien, Keiden? —susurró el niño con voz temblorosa.

Keiden se inclinó para mirarlo directamente a los ojos.

—Sí, campeón. Te prometo que todo estará bien —pasó una mano por su cabello—. Yo estoy aquí para cuidarlos.

Natalia apretó la mandíbula, intentando contener las lágrimas. No quería que Nathan viera su miedo. Pero entonces, una sensación extraña se apoderó de ella: un calor en su frente, seguido de un leve mareo.

Instintivamente, se llevó la mano a la frente, cerrando los ojos un momento.

Keiden la notó de inmediato.

—¿Natalia? ¿Te sientes bien? —preguntó, con voz grave y preocupación
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