208

Delia se sentó frente a la gran ventana de la oficina, mirando las copas de los árboles que se mecían suavemente con el viento. Había esperado que la vista calmara los nervios que la tenían con el estómago revuelto, pero no lo conseguía.

—¿Cómo te sientes hoy? —preguntó el doctor Carrasco con una voz tranquila, que parecía no tener prisa por recibir respuestas.

Delia apretó las manos sobre su regazo, su mirada fija en el paisaje.

—No lo sé —respondió al fin, con un hilo de voz.

El psicólogo asintió, como si entendiera.

—Eso está bien. Empecemos por ahí. Puedes tomarte el tiempo que necesites.

Delia tragó saliva. Quería abrirse, quería dejar de sentir el peso que la asfixiaba cada vez que cerraba los ojos y veía el rostro de Isabella. Pero cada palabra que intentaba formar parecía atascada en su garganta.

—No sé si puedo hacerlo —confesó, desviando la mirada hacia sus manos—. Cada vez que lo intento, siento que todo vuelve... que estoy allí en ese lugar otra vez.

—Es no
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