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Días después, Delia caminó con paso lento hacia la casa de Natalia, sintiendo una mezcla de alivio y nerviosismo. Aún estaba recuperándose del ataque que casi le cuesta la vida, pero la verdadera carga que llevaba era la de los secretos que debía guardar.

Al entrar, encontró a Natalia en la sala, acariciando distraídamente su vientre mientras hojeaba un libro de maternidad.

—¡Por fin apareces! —exclamó Natalia, levantándose con cuidado para abrazarla—. ¿Dónde te habías metido? ¡Te perdiste la primera ecografía del bebé!

El tono molesto de su amiga la golpeó como una daga. Delia sintió un nudo en la garganta mientras su culpa comenzaba a agobiarla.

—Lo sé, lo siento mucho —respondió en voz baja, con sus ojos brillando con lágrimas contenidas—. De verdad, no quería perderme ese momento.

Natalia la miró con el ceño fruncido, pero al notar la humedad en los ojos de Delia, su expresión se suavizó.

—¿Por qué estás tan sensible? —preguntó con curiosidad, ladeando la cabeza—. ¿Es q
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