El consultorio del doctor Carrasco estaba decorado con tonos cálidos y acogedores, pero a Delia no le importaba. Su atención estaba puesta en el apretón firme de la mano de Mateo, que parecía ser lo único que la mantenía en pie mientras aguardaban en la sala de espera. —Estaré aquí todo el tiempo que necesites —le susurró Mateo con una sonrisa tranquila. Ella asintió sin mirarlo, su mandíbula apretada por la tensión. Cuando el doctor Carrasco los llamó, Mateo le dio un leve apretón antes de soltar su mano. —Buena suerte —murmuró. Delia entró en la oficina con pasos vacilantes. Sentía que el aire iba a sofocarla, pero la sonrisa cálida del doctor la hizo sentir en confianza.—Toma asiento, Delia —dijo el doctor, señalando un sillón frente a él—. No hay presión aquí, solo hablamos si tú quieres. Ella se dejó caer en el asiento, cruzando los brazos sobre el pecho como si así pudiera colocar una coraza invisible. —No sé por dónde empezar —dijo en voz baja, evitando su mirada.
El centro comercial estaba aún lleno de murmullos y miradas curiosas mientras Natalia y Keiden esperaban a la policía junto a Nathan. Todo lo ocurrido se mezclaba en la mente de Natalia como un torbellino, haciendo que su cuerpo se sintiera más pesado con cada minuto que pasaba. Nathan, todavía aferrado a su madre, miraba a Keiden con ojos llenos de preguntas silenciosas. —¿Estaremos bien, Keiden? —susurró el niño con voz temblorosa. Keiden se inclinó para mirarlo directamente a los ojos. —Sí, campeón. Te prometo que todo estará bien —pasó una mano por su cabello—. Yo estoy aquí para cuidarlos. Natalia apretó la mandíbula, intentando contener las lágrimas. No quería que Nathan viera su miedo. Pero entonces, una sensación extraña se apoderó de ella: un calor en su frente, seguido de un leve mareo. Instintivamente, se llevó la mano a la frente, cerrando los ojos un momento. Keiden la notó de inmediato. —¿Natalia? ¿Te sientes bien? —preguntó, con voz grave y preocupación
Simón estaba sentado en la silla de la habitación, con los codos apoyados en las rodillas y la mirada perdida en el suelo. Su mente seguía atrapada en las palabras que había escuchado en el pasillo.—Ella me lo dijo y no le creí —murmuró con la mirada perdida—. Pensé… pensé que sólo quería alejarme.Hailey lo observaba en silencio desde la esquina, dudando si debía decir algo o esperar a que él rompiera el hielo. Finalmente, dio un pequeño paso hacia él y habló con voz suave, eligiendo con cuidado cada palabra. —Simón… ¿has pensado en que ese hijo podría ser tuyo? —preguntó, con una mezcla de curiosidad y delicadeza. Él alzó la mirada de golpe, viéndola con una expresión de puro pánico. El pecho se le comprimió con una intensidad que no esperaba. Las emociones que lo invadieron eran un torbellino: miedo, esperanza y un profundo nudo de incertidumbre. Por un instante pensó que, si ese hijo era suyo, podría ser una oportunidad para recuperar lo que había perdido con Natalia. Pero
Delia se sentó frente a la gran ventana de la oficina, mirando las copas de los árboles que se mecían suavemente con el viento. Había esperado que la vista calmara los nervios que la tenían con el estómago revuelto, pero no lo conseguía. —¿Cómo te sientes hoy? —preguntó el doctor Carrasco con una voz tranquila, que parecía no tener prisa por recibir respuestas. Delia apretó las manos sobre su regazo, su mirada fija en el paisaje. —No lo sé —respondió al fin, con un hilo de voz. El psicólogo asintió, como si entendiera. —Eso está bien. Empecemos por ahí. Puedes tomarte el tiempo que necesites. Delia tragó saliva. Quería abrirse, quería dejar de sentir el peso que la asfixiaba cada vez que cerraba los ojos y veía el rostro de Isabella. Pero cada palabra que intentaba formar parecía atascada en su garganta. —No sé si puedo hacerlo —confesó, desviando la mirada hacia sus manos—. Cada vez que lo intento, siento que todo vuelve... que estoy allí en ese lugar otra vez. —Es no
A Natalia le tomó apenas unos segundos recomponerse tras la inesperada pregunta de Simón. Su ceño se frunció y lo fulminó con la mirada, aunque su voz se mantuvo firme y controlada. —¿Qué haces aquí, Simón? —inquirió—. Escuchando conversaciones ajenas y además, fuera de tu habitación. Simón no se inmutó ante su reproche. Su mirada permanecía fija en la de ella, determinada y con un atisbo de dolor. —Eso no importa ahora, Natalia. Quiero una respuesta —dijo, intentando mantener la calma en su tono—. ¿Es posible que ese bebé sea mío? Natalia suspiró con evidente irritación, pero mantuvo el control al notar la presencia de Nathan. —No voy a hablar de eso aquí, no con mi hijo presente. Antes de que Simón pudiera insistir, Nathan se acercó a él con una sonrisa inocente y le rodeó la pierna con sus pequeños brazos. —Te ves mejor, papá Simón. El gesto desarmó a Simón, quien no pudo evitar sonreír. Se inclinó ligeramente para revolverle el cabello con ternura. —Gracias, camp
Simón apretó los dientes por la manera en que llamó Natalia, dejándole claro una vez más que había perdido. Sin embargo, se mantuvo firme y levantó el rostro, sosteniendo la mirada de Keiden con determinación. —Ese bebé también puede ser mío, Keiden —dijo con un tono desafiante—. Es una posibilidad muy grande, y lo sabes.Keiden negó de inmediato, su expresión era tensa y tenía los puños cerrados a los costados. —No es tuyo, Simón —dijo con voz áspera—. Lo sabes tan bien como yo. Antes de que las cosas pudieran escalar, Natalia alzó la voz, mirando a ambos hombres con el ceño fruncido. —¡Basta! —exclamó—. Esta no es una discusión que se deba tener frente a un niño. Lanzó una mirada acusadora a Simón y agregó: —Ya causaste suficientes problemas, Simón. Lo mejor es que regreses a tu habitación. Sus palabras cayeron como un balde de agua fría para Simón, quien sintió una punzada en el pecho. La dureza de su tono lo dejó dolido, pero no tuvo tiempo de responder antes de que
Natalia entrecerró los ojos, estudiando a Simón con una mezcla de escepticismo y curiosidad. Finalmente alzó una ceja y preguntó con voz cargada de curiosidad.—¿Es cierto lo que ella dice? ¿Hailey es una especie de enfermera encargada de cuidarte? Simón apenas abrió la boca para responder cuando Keiden soltó un bufido desde el rincón donde estaba apoyado, cruzado de brazos. —Da igual quién sea esta mujer. Hay cosas más importantes que discutir ahora mismo. —Giró su atención hacia Hailey, quien lo observaba sin alterar su postura tranquila—. No te ofendas, pero acabas de interrumpir una conversación. —Keiden, no tienes que ser grosero todo el tiempo. —La voz de Simón sonó cortante, y la tensión en su mandíbula se notaba incluso desde donde Natalia estaba parada—. Hailey no tiene la culpa de tu mal humor o de tus inseguridades. Keiden se enderezó, clavando sus ojos fríos en Simón. —No tengo inseguridades, pero parece que a ti te encanta proyectar las tuyas —respondió con una
La enfermera Rita se mantenía en la esquina de la sala de espera, oculta tras un grupo de familiares que conversaban animadamente. Sus ojos recorrían a todos los presentes mientras su dedo tocaba discretamente la pantalla de su celular, grabando cada palabra que se decía. Había algo que la hacía sentirse poderosa en ese instante, algo que se alimentaba de la información que recolectaba. Una sonrisa ligera se dibujaba en su rostro, casi imperceptible para quienes la rodeaban, pero suficiente para que ella misma se sintiera satisfecha de la tarea que había cumplido hasta ahora.Allí estaban Natalia y Simón, con sus respectivos conocidos reunidos, sin saber que estaban siendo observados, que ella ya conocía más de lo que podían imaginar. Cada gesto, cada mirada, cada pequeño susurro entre ellos lo captaba con total atención. Ella había aprendido a hacerlo de forma tan natural que casi ni lo pensaba.El resto del dinero que le prometieron parecía tan cercano, tan tangible, que su moral