Keiden se encontraba en su oficina un poco frustrado, mientras caminaba de un lado a otro y su cabeza maquinaba lo que podría hacer para mantenerlos a todos a salvo.De pronto, la voz firme de uno de sus hombres resonó en el despacho. —Señor Donovan, aquí está el informe que solicitó —un hombre alto y de tez olivácea le entregó una carpeta—. Es sobre los últimos movimientos de Isabella Benavides. Keiden alzó la mirada desde los planos estratégicos que había estado estudiando. Su semblante serio se transformó con una ligera sonrisa, un gesto que no solía mostrar a menudo. Tomó el informe con calma, pero sus ojos reflejaban un brillo de satisfacción. “Al fin”, pensó, mientras pasaba las páginas con rapidez, sus ojos devorando cada palabra. Después de lo que había ocurrido con Delia, su mente había estado en un caos constante. No dejaba de repasar el ataque, la vulnerabilidad y en la que había dejado a su equipo. Isabella Benavides era una mujer peligrosa, poderosa, con recursos
El aire en la habitación se volvió tenso, casi insoportable. Simón miró a la joven frente a él como si hubiera oído mal, sus ojos cargados de incredulidad mientras ella le devolvía una sonrisa tímida pero determinada. —¿Mi qué? —espetó, rompiendo el silencio con su voz firme y cargada de confusión. Nelly levantó las manos en un gesto conciliador, intentando calmar la situación antes de que se saliera de control. —Es un acuerdo de familia, Simón. Hailey es encantadora, y pensé que podrías darle una oportunidad —su tono era suave, pero había un dejo de insistencia en sus palabras—. Además, podrías usar algo de compañía. Simón cerró los ojos por un momento, tratando de procesar lo que acababa de escuchar. Al abrirlos, dejó escapar un suspiro lleno de frustración. —Mamá, no puedes estar hablando en serio… Nelly dio un paso hacia él, sus manos entrelazadas en un gesto suplicante. —Hijo, ya sé que la última vez no salió como esperabas, pero esta vez puede ser diferente. Hailey
Keiden se quedó inmóvil, estudiando las expresiones de Natalia, mientras buscaba una respuesta que pudiera aliviar la situación sin revelar demasiado. —¿Es por lo que pasó con Simón? —preguntó Natalia finalmente, con tono inseguro pero decidido. La pregunta hizo que Keiden soltara un suspiro de alivio interno. Había estado a punto de mencionar el ataque de Delia, algo que Natalia aún desconocía y que prefería mantener en secreto por ahora. —Sí, es por eso —asintió, adoptando un semblante serio—. Lo que ocurrió solo demuestra que no estamos completamente seguros. Necesito asegurarme de que tú y Nathan estén protegidos. Natalia lo miró con desconfianza. —Keiden, creo que estás exagerando un poco —suspiró—. No creo que haya razón para entrar en modo de emergencia por esto. —Natalia —interrumpió Keiden con un tono firme, acercándose para tomar sus manos entre las suyas—, no estoy exagerando. Isabella no es alguien que se rinde fácilmente. Si ya intentó algo una vez, lo hará de
El consultorio del doctor Carrasco estaba decorado con tonos cálidos y acogedores, pero a Delia no le importaba. Su atención estaba puesta en el apretón firme de la mano de Mateo, que parecía ser lo único que la mantenía en pie mientras aguardaban en la sala de espera. —Estaré aquí todo el tiempo que necesites —le susurró Mateo con una sonrisa tranquila. Ella asintió sin mirarlo, su mandíbula apretada por la tensión. Cuando el doctor Carrasco los llamó, Mateo le dio un leve apretón antes de soltar su mano. —Buena suerte —murmuró. Delia entró en la oficina con pasos vacilantes. Sentía que el aire iba a sofocarla, pero la sonrisa cálida del doctor la hizo sentir en confianza.—Toma asiento, Delia —dijo el doctor, señalando un sillón frente a él—. No hay presión aquí, solo hablamos si tú quieres. Ella se dejó caer en el asiento, cruzando los brazos sobre el pecho como si así pudiera colocar una coraza invisible. —No sé por dónde empezar —dijo en voz baja, evitando su mirada.
El centro comercial estaba aún lleno de murmullos y miradas curiosas mientras Natalia y Keiden esperaban a la policía junto a Nathan. Todo lo ocurrido se mezclaba en la mente de Natalia como un torbellino, haciendo que su cuerpo se sintiera más pesado con cada minuto que pasaba. Nathan, todavía aferrado a su madre, miraba a Keiden con ojos llenos de preguntas silenciosas. —¿Estaremos bien, Keiden? —susurró el niño con voz temblorosa. Keiden se inclinó para mirarlo directamente a los ojos. —Sí, campeón. Te prometo que todo estará bien —pasó una mano por su cabello—. Yo estoy aquí para cuidarlos. Natalia apretó la mandíbula, intentando contener las lágrimas. No quería que Nathan viera su miedo. Pero entonces, una sensación extraña se apoderó de ella: un calor en su frente, seguido de un leve mareo. Instintivamente, se llevó la mano a la frente, cerrando los ojos un momento. Keiden la notó de inmediato. —¿Natalia? ¿Te sientes bien? —preguntó, con voz grave y preocupación
Simón estaba sentado en la silla de la habitación, con los codos apoyados en las rodillas y la mirada perdida en el suelo. Su mente seguía atrapada en las palabras que había escuchado en el pasillo.—Ella me lo dijo y no le creí —murmuró con la mirada perdida—. Pensé… pensé que sólo quería alejarme.Hailey lo observaba en silencio desde la esquina, dudando si debía decir algo o esperar a que él rompiera el hielo. Finalmente, dio un pequeño paso hacia él y habló con voz suave, eligiendo con cuidado cada palabra. —Simón… ¿has pensado en que ese hijo podría ser tuyo? —preguntó, con una mezcla de curiosidad y delicadeza. Él alzó la mirada de golpe, viéndola con una expresión de puro pánico. El pecho se le comprimió con una intensidad que no esperaba. Las emociones que lo invadieron eran un torbellino: miedo, esperanza y un profundo nudo de incertidumbre. Por un instante pensó que, si ese hijo era suyo, podría ser una oportunidad para recuperar lo que había perdido con Natalia. Pero
Natalia miró la horrorosa escena delante de sus ojos sin poder darle crédito. Isabella había golpeado su nariz contra la pared y de ella había salido un potente chorro de sangre que llegó hasta el suelo, justo en el momento en que Simón Cáceres entró a la sala. Habían tenido una discusión, e Isabella, aprovechando escuchar la voz de Simón, decidió quedar como la víctima delante de él, como siempre hacía. —¿Pero qué diablos hiciste? —volcó su ira hacia ella, acorralandola contra la pared y apretando su cuello—. Mujer cruel y despiadada. ¿La golpeaste? ¡Habla ahora, m*****a sea! Su voz era estremecedora y filosa, haciendo que los oídos de Natalia zumbaran. Su mirada era aún peor, era de un profundo odio que la decepcionó por completo, haciéndola temblar de miedo. —¡No tengo nada que ver en esto! —exclamó ella, armándose de valor. Isabella era su hermana menor y el gran amor de Simón desde hacía años, Natalia solo era la esposa sustituta y él la había odiado por eso por mucho tie
Simón tiró el inhalador hacia ella con desprecio. Natalia lo tomó con manos temblorosas, luchando por respirar mientras él la observaba con una mueca de disgusto.—Isabella se va a quedar aquí —dijo Simón con frialdad, cruzándose de brazos—. Y tú... tú te vas. No tienes nada que hacer en esta casa.Natalia lo miró con incredulidad, sus ojos grandes y húmedos por la falta de aire y el dolor. Finalmente logró inhalar y, aunque todavía jadeaba, encontró el valor para contestar.—Esta es... mi casa... —su voz apenas era audible—. Soy tu esposa aún. Merezco… respeto.Simón soltó una risa corta, cruel.—¿Mi esposa? ¡Por favor, Natalia! —se inclinó hacia ella con una mirada de desdén y una sonrisa sarcástica—. Jamás fuiste mi mujer. No tienes ningún derecho a pedir respeto.Natalia sintió cómo un nudo se formaba en su garganta, pero no de pena, sino de rabia. Lo miró fijamente, reuniendo cada pizca de coraje que le quedaba.—Ya estuvimos juntos... íntimamente —dijo con voz trémula, pero firm