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Keiden observaba cómo los paramédicos subían a Delia a la ambulancia con movimientos firmes pero cuidadosos. El rostro de la joven estaba algo pálido a pesar de los moretones, y aunque permanecía inconsciente, su respiración se había estabilizado.

A su lado, Mateo se mantuvo firme, con una mano aferrada a la de su amada mientras sus ojos reflejaban una mezcla de miedo y desesperación.

—Delia, mi amor, estoy aquí... —susurró Mateo con voz temblorosa, acercándose más al cuerpo inerte de la joven—. Te prometo que nunca más volverá a pasarte algo así. Nunca. Por mi vida, te lo juro.

Los paramédicos lo miraron con cierta lástima, pero nadie dijo nada. Keiden, de pie a unos pasos, cruzó los brazos y dejó escapar un suspiro. Se acercó a Mateo y le dio unas palmaditas en la espalda.

—Harás lo que sea necesario para cuidarla, ¿verdad? —murmuró Keiden, con tono comprensivo pero cargado de determinación.

Mateo asintió sin dudar.

—No hay nada que no haría por ella —respondió, apretando
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