Astrid y Daniel intercambiaron una mirada cargada de tensión. Los nervios se palpaban en el aire, pesados y opresivos. Sabían que no podían mentirle a Natalia, pero también eran conscientes de que decirle la verdad podría desencadenar un torbellino de emociones impredecibles y que perdiera a su bebé como consecuencia. —Natalia… —empezó Astrid, con voz tensa, intentando encontrar las palabras adecuadas—. No es nada grave. Natalia ladeó la cabeza, clavando en Astrid una mirada afilada, claramente no convencida. —No parece que sea "nada". ¿Qué está pasando? —inquirió con una mezcla de curiosidad y alerta. Daniel suspiró profundamente, como si estuviera cargando un peso invisible. Su instinto era protegerla, evitarle cualquier dolor, pero sabía que ocultar algo tan evidente no era una opción. —Natalia… —comenzó a decir con cautela, pero se detuvo al notar la expresión firme de Astrid. Astrid dio un paso al frente, con una postura decidida. Mientras su mente trabajaba a toda velo
Un silencio pesado cayó sobre la sala. Simón estaba allí, parado detrás de ellos, con el rostro pálido y ojeroso, respirando con dificultad. Su aspecto era alarmante, casi fantasmal. Astrid y Daniel lo miraron, paralizados, pero Natalia fue la primera en reaccionar. —¿Simón? —exclamó con una mezcla de sorpresa y molestia en su voz—. ¿Qué estás haciendo aquí? Se supone que deberías estar en el hospital. Simón frunció el ceño y alzó una mano como si quisiera interrumpirla. Su tono fue cortante, impaciente. —Eso es lo de menos. —Hizo una pausa para recuperar el aliento—. Quiero saber… ¿Es cierto lo que dijiste? ¿De verdad consideras a Keiden tu futuro? ¿De verdad me has olvidado? Natalia lo miró fijamente, su expresión endureciéndose. Alzó la barbilla, dejando claro que no iba a ceder ante el dramatismo de Simón. —Así es. Ya te lo dije hace años, Simón —sus ojos rodaron ante los recuerdos—. Tú me pediste el divorcio y decidiste alejarte. Dijiste “espero que no te arrepientas p
El aire en la habitación del hospital se sentía denso, cargado de emociones que no podían ser contenidas. Mateo, a pesar del dolor punzante en su pecho, tomó la mano de Delia con firmeza. Ignoró sus débiles protestas y se inclinó hacia ella, mirándola directamente a los ojos con una intensidad que la desarmó por completo. —Escúchame con atención, Delia. —Su voz era suave, pero cada palabra estaba cargada de fuerza—. No eres una carga para nada. Si elegí salvarte es porque me importas… y mucho.Delia abrió los labios para replicar, pero las palabras no salieron. La seriedad en el rostro de Mateo la dejó perpleja. Nunca antes lo había visto tan decidido. —Lo que te hicieron no define quién eres —continuó Mateo, sin darle espacio a dudar—. Tú sigues siendo la mujer fuerte y valiente que siempre he admirado. Ella negó lentamente con la cabeza, y sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas. —Mateo… —Su voz era apenas un susurro—. No tienes que quedarte conmigo. Mereces a alguien me
Keiden se encontraba en su oficina un poco frustrado, mientras caminaba de un lado a otro y su cabeza maquinaba lo que podría hacer para mantenerlos a todos a salvo.De pronto, la voz firme de uno de sus hombres resonó en el despacho. —Señor Donovan, aquí está el informe que solicitó —un hombre alto y de tez olivácea le entregó una carpeta—. Es sobre los últimos movimientos de Isabella Benavides. Keiden alzó la mirada desde los planos estratégicos que había estado estudiando. Su semblante serio se transformó con una ligera sonrisa, un gesto que no solía mostrar a menudo. Tomó el informe con calma, pero sus ojos reflejaban un brillo de satisfacción. “Al fin”, pensó, mientras pasaba las páginas con rapidez, sus ojos devorando cada palabra. Después de lo que había ocurrido con Delia, su mente había estado en un caos constante. No dejaba de repasar el ataque, la vulnerabilidad y en la que había dejado a su equipo. Isabella Benavides era una mujer peligrosa, poderosa, con recursos
El aire en la habitación se volvió tenso, casi insoportable. Simón miró a la joven frente a él como si hubiera oído mal, sus ojos cargados de incredulidad mientras ella le devolvía una sonrisa tímida pero determinada. —¿Mi qué? —espetó, rompiendo el silencio con su voz firme y cargada de confusión. Nelly levantó las manos en un gesto conciliador, intentando calmar la situación antes de que se saliera de control. —Es un acuerdo de familia, Simón. Hailey es encantadora, y pensé que podrías darle una oportunidad —su tono era suave, pero había un dejo de insistencia en sus palabras—. Además, podrías usar algo de compañía. Simón cerró los ojos por un momento, tratando de procesar lo que acababa de escuchar. Al abrirlos, dejó escapar un suspiro lleno de frustración. —Mamá, no puedes estar hablando en serio… Nelly dio un paso hacia él, sus manos entrelazadas en un gesto suplicante. —Hijo, ya sé que la última vez no salió como esperabas, pero esta vez puede ser diferente. Hailey
Keiden se quedó inmóvil, estudiando las expresiones de Natalia, mientras buscaba una respuesta que pudiera aliviar la situación sin revelar demasiado. —¿Es por lo que pasó con Simón? —preguntó Natalia finalmente, con tono inseguro pero decidido. La pregunta hizo que Keiden soltara un suspiro de alivio interno. Había estado a punto de mencionar el ataque de Delia, algo que Natalia aún desconocía y que prefería mantener en secreto por ahora. —Sí, es por eso —asintió, adoptando un semblante serio—. Lo que ocurrió solo demuestra que no estamos completamente seguros. Necesito asegurarme de que tú y Nathan estén protegidos. Natalia lo miró con desconfianza. —Keiden, creo que estás exagerando un poco —suspiró—. No creo que haya razón para entrar en modo de emergencia por esto. —Natalia —interrumpió Keiden con un tono firme, acercándose para tomar sus manos entre las suyas—, no estoy exagerando. Isabella no es alguien que se rinde fácilmente. Si ya intentó algo una vez, lo hará de
El consultorio del doctor Carrasco estaba decorado con tonos cálidos y acogedores, pero a Delia no le importaba. Su atención estaba puesta en el apretón firme de la mano de Mateo, que parecía ser lo único que la mantenía en pie mientras aguardaban en la sala de espera. —Estaré aquí todo el tiempo que necesites —le susurró Mateo con una sonrisa tranquila. Ella asintió sin mirarlo, su mandíbula apretada por la tensión. Cuando el doctor Carrasco los llamó, Mateo le dio un leve apretón antes de soltar su mano. —Buena suerte —murmuró. Delia entró en la oficina con pasos vacilantes. Sentía que el aire iba a sofocarla, pero la sonrisa cálida del doctor la hizo sentir en confianza.—Toma asiento, Delia —dijo el doctor, señalando un sillón frente a él—. No hay presión aquí, solo hablamos si tú quieres. Ella se dejó caer en el asiento, cruzando los brazos sobre el pecho como si así pudiera colocar una coraza invisible. —No sé por dónde empezar —dijo en voz baja, evitando su mirada.
El centro comercial estaba aún lleno de murmullos y miradas curiosas mientras Natalia y Keiden esperaban a la policía junto a Nathan. Todo lo ocurrido se mezclaba en la mente de Natalia como un torbellino, haciendo que su cuerpo se sintiera más pesado con cada minuto que pasaba. Nathan, todavía aferrado a su madre, miraba a Keiden con ojos llenos de preguntas silenciosas. —¿Estaremos bien, Keiden? —susurró el niño con voz temblorosa. Keiden se inclinó para mirarlo directamente a los ojos. —Sí, campeón. Te prometo que todo estará bien —pasó una mano por su cabello—. Yo estoy aquí para cuidarlos. Natalia apretó la mandíbula, intentando contener las lágrimas. No quería que Nathan viera su miedo. Pero entonces, una sensación extraña se apoderó de ella: un calor en su frente, seguido de un leve mareo. Instintivamente, se llevó la mano a la frente, cerrando los ojos un momento. Keiden la notó de inmediato. —¿Natalia? ¿Te sientes bien? —preguntó, con voz grave y preocupación