—¿Qué pasó ahora? —preguntó Natalia, sintiendo que el día estaba en su punto más caótico. Graciela levantó la vista, su expresión llena de preocupación. —Astrid tuvo una crisis. No ha parado de llorar desde que te fuiste con Keiden. Esto no está bien, Natalia. Natalia se acercó a su hermana, arrodillándose frente a ella. —Astrid, mírame. ¿Qué pasó? Astrid negó con la cabeza, apretando los labios. —Todo esto es demasiado… lo de Graciela, lo de mi padre Fabrizio… —posó una mano sobre su frente—. Siento que todo se desmorona. Natalia apretó suavemente sus manos, tratando de transmitirle calma. —Escucha, vamos a resolver todo —su voz tenía una seguridad que realmente no sentía—. Pero necesito que te calmes, ¿sí? Mientras hablaba, Natalia no pudo ignorar la sensación persistente de inquietud que seguía apretándole el pecho. Algo estaba mal, y aunque intentaba mantenerse serena, su mente no dejaba de regresar a Keiden, a Delia y a esas extrañas llamadas que Keiden había r
—¡Malditos! —exclamó, intentando recobrar el aire. —Eso fue solo el principio, princesa —se burló el hombre de los tatuajes mientras se tronaba los nudillos.Delia forcejeó contra las cuerdas que la ataban, pero sus muñecas estaban heridas y cada movimiento le arrancaba un gemido de dolor. Apenas había logrado enderezarse cuando otro golpe llegó, esta vez directo a sus costillas. Sintió cómo algo dentro de ella crujía, y un grito ahogado escapó de sus labios. —¡Basta! —gritó con voz rasposa, aunque su cuerpo temblaba por el dolor. —¿Basta? —repitió el hombre del tatuaje con una sonrisa cruel—. Apenas estamos empezando. El siguiente golpe fue al rostro, y la cabeza de Delia se ladeó violentamente hacia un lado. La sangre comenzó a gotear de su labio partido, y su visión se nubló por un instante. Las lágrimas se acumularon en sus ojos, pero no iba a dejar que cayeran. “Mantente fuerte, Delia,” pensó, aunque su cuerpo empezaba a ceder. “No les des lo que quieren.” Mientras m
Minutos antes…Mateo caminaba de un lado a otro, mientras los nervios se apoderaban de cada fibra de su ser y lanzaba miradas furtivas hacia la construcción abandonada a las afueras de la ciudad. El lugar era lúgubre, con paredes grises a medio derrumbar y un aire de peligro tangible. Varios hombres corpulentos y de aspecto intimidante hacían guardia en la entrada principal, sus ojos recorriendo el entorno con desconfianza. Keiden se acercó a él, colocando una mano firme sobre su hombro para detenerlo. —Cálmate, Mateo —dijo con voz baja pero autoritaria—. Ya llegamos hasta aquí, pero si te precipitas, podrían dispararte o algo peor. Mateo apretó los puños, temblando de rabia e impotencia. —¿Y qué quieres que haga, Keiden? ¡Delia está ahí dentro, con esos malnacidos! —espetó, girándose hacia él con los ojos encendidos de furia—. Si Isabella Benavides es tan cruel como todos dicen, ella debe estar pasando un infierno. ¡Debería ser yo el que estuviera ahí, no ella! Keiden lo
Keiden observaba cómo los paramédicos subían a Delia a la ambulancia con movimientos firmes pero cuidadosos. El rostro de la joven estaba algo pálido a pesar de los moretones, y aunque permanecía inconsciente, su respiración se había estabilizado. A su lado, Mateo se mantuvo firme, con una mano aferrada a la de su amada mientras sus ojos reflejaban una mezcla de miedo y desesperación. —Delia, mi amor, estoy aquí... —susurró Mateo con voz temblorosa, acercándose más al cuerpo inerte de la joven—. Te prometo que nunca más volverá a pasarte algo así. Nunca. Por mi vida, te lo juro. Los paramédicos lo miraron con cierta lástima, pero nadie dijo nada. Keiden, de pie a unos pasos, cruzó los brazos y dejó escapar un suspiro. Se acercó a Mateo y le dio unas palmaditas en la espalda. —Harás lo que sea necesario para cuidarla, ¿verdad? —murmuró Keiden, con tono comprensivo pero cargado de determinación. Mateo asintió sin dudar. —No hay nada que no haría por ella —respondió, apretando
Astrid y Daniel intercambiaron una mirada cargada de tensión. Los nervios se palpaban en el aire, pesados y opresivos. Sabían que no podían mentirle a Natalia, pero también eran conscientes de que decirle la verdad podría desencadenar un torbellino de emociones impredecibles y que perdiera a su bebé como consecuencia. —Natalia… —empezó Astrid, con voz tensa, intentando encontrar las palabras adecuadas—. No es nada grave. Natalia ladeó la cabeza, clavando en Astrid una mirada afilada, claramente no convencida. —No parece que sea "nada". ¿Qué está pasando? —inquirió con una mezcla de curiosidad y alerta. Daniel suspiró profundamente, como si estuviera cargando un peso invisible. Su instinto era protegerla, evitarle cualquier dolor, pero sabía que ocultar algo tan evidente no era una opción. —Natalia… —comenzó a decir con cautela, pero se detuvo al notar la expresión firme de Astrid. Astrid dio un paso al frente, con una postura decidida. Mientras su mente trabajaba a toda velo
Un silencio pesado cayó sobre la sala. Simón estaba allí, parado detrás de ellos, con el rostro pálido y ojeroso, respirando con dificultad. Su aspecto era alarmante, casi fantasmal. Astrid y Daniel lo miraron, paralizados, pero Natalia fue la primera en reaccionar. —¿Simón? —exclamó con una mezcla de sorpresa y molestia en su voz—. ¿Qué estás haciendo aquí? Se supone que deberías estar en el hospital. Simón frunció el ceño y alzó una mano como si quisiera interrumpirla. Su tono fue cortante, impaciente. —Eso es lo de menos. —Hizo una pausa para recuperar el aliento—. Quiero saber… ¿Es cierto lo que dijiste? ¿De verdad consideras a Keiden tu futuro? ¿De verdad me has olvidado? Natalia lo miró fijamente, su expresión endureciéndose. Alzó la barbilla, dejando claro que no iba a ceder ante el dramatismo de Simón. —Así es. Ya te lo dije hace años, Simón —sus ojos rodaron ante los recuerdos—. Tú me pediste el divorcio y decidiste alejarte. Dijiste “espero que no te arrepientas p
El aire en la habitación del hospital se sentía denso, cargado de emociones que no podían ser contenidas. Mateo, a pesar del dolor punzante en su pecho, tomó la mano de Delia con firmeza. Ignoró sus débiles protestas y se inclinó hacia ella, mirándola directamente a los ojos con una intensidad que la desarmó por completo. —Escúchame con atención, Delia. —Su voz era suave, pero cada palabra estaba cargada de fuerza—. No eres una carga para nada. Si elegí salvarte es porque me importas… y mucho.Delia abrió los labios para replicar, pero las palabras no salieron. La seriedad en el rostro de Mateo la dejó perpleja. Nunca antes lo había visto tan decidido. —Lo que te hicieron no define quién eres —continuó Mateo, sin darle espacio a dudar—. Tú sigues siendo la mujer fuerte y valiente que siempre he admirado. Ella negó lentamente con la cabeza, y sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas. —Mateo… —Su voz era apenas un susurro—. No tienes que quedarte conmigo. Mereces a alguien me
Keiden se encontraba en su oficina un poco frustrado, mientras caminaba de un lado a otro y su cabeza maquinaba lo que podría hacer para mantenerlos a todos a salvo.De pronto, la voz firme de uno de sus hombres resonó en el despacho. —Señor Donovan, aquí está el informe que solicitó —un hombre alto y de tez olivácea le entregó una carpeta—. Es sobre los últimos movimientos de Isabella Benavides. Keiden alzó la mirada desde los planos estratégicos que había estado estudiando. Su semblante serio se transformó con una ligera sonrisa, un gesto que no solía mostrar a menudo. Tomó el informe con calma, pero sus ojos reflejaban un brillo de satisfacción. “Al fin”, pensó, mientras pasaba las páginas con rapidez, sus ojos devorando cada palabra. Después de lo que había ocurrido con Delia, su mente había estado en un caos constante. No dejaba de repasar el ataque, la vulnerabilidad y en la que había dejado a su equipo. Isabella Benavides era una mujer peligrosa, poderosa, con recursos