El ambiente en el apartamento de Astrid era una mezcla de tensión y un extraño alivio. Daniel mantenía el silencio, aunque su mente estaba llena de pensamientos contradictorios. Miraba a Astrid, tratando de descifrar lo que ella pensaba sobre todo lo que estaba ocurriendo. Su corazón latía con fuerza mientras reflexionaba. “Espero que no vaya a poner objeciones para estar conmigo por el hecho de ser hermana de mi anterior crush,” pensó, torciendo un poco la boca con una mueca. Astrid notó la mirada de Daniel, pero decidió no comentar nada. En su interior también lidiaba con una mezcla de emociones: sorpresa, nervios y una creciente sensación de pertenencia que no terminaba de aceptar del todo. Natalia interrumpió el momento con un tono decidido. —Astrid, tenemos que ir a la mansión Benavides —tomó aire antes de hablar nuevamente—. Hay que hablar con nuestra madre y aclarar todo esto. Astrid tragó saliva. La idea de enfrentarse a esa desconocida que ahora resulta ser su prog
La sala en la mansión Benavides estaba cargada de emociones, como si cada palabra no dicha aumentara la tensión en el aire. Astrid no apartaba la vista de Graciela, la mujer que acababa de descubrir que sí era su madre. Graciela, sin embargo, no dejaba de llorar. Su cuerpo temblaba mientras apretaba un pañuelo entre las manos, incapaz de pronunciar una sola palabra coherente. Natalia, por su parte, permanecía de brazos cruzados, tratando de procesar lo que su padre había revelado. Sus ojos fulminaron al hombre que había sido una figura intachable en su vida, ahora caído del pedestal. —Y yo que pensaba que tú eras la víctima aquí, papá —dijo Natalia con voz dura, cargada de un resentimiento que no intentaba ocultar—. Pero ya veo que eres parte de esta mentira. Roberto intentó intervenir, levantando una mano en señal de paz, pero Natalia lo detuvo con un gesto tajante. —No quiero escuchar excusas —continuó—. ¿Cómo pudiste ocultarnos algo así? Fue entonces cuando Graciela leva
El ambiente en la sala era tenso, cargado de emociones contenidas y miradas cruzadas. Astrid miraba a Graciela con el ceño fruncido, tratando de procesar todo lo que estaba ocurriendo. Graciela, por su parte, se tomó un momento para calmar su respiración, aunque su voz se oyó temblorosa al comenzar su relato. —Conocí a Fabrizio Marchetti en un viaje a las Islas Fiji —dijo, mirando a Astrid con los ojos llenos de tristeza—. Era un hombre encantador, debo admitirlo, pero también… muy manilarga. Desde el primer momento intentó flirtear conmigo, a pesar de saber que yo estaba casada. Astrid frunció el ceño, moviendo la cabeza en señal de negación. —Eso no puede ser verdad —interrumpió, su tono cargado de incredulidad—. Mi padre no era así. Roberto, que había estado en silencio hasta ese momento, dio un paso adelante con expresión severa. —Es la verdad, Astrid —dijo con voz severa—. Lo vi con mis propios ojos. Astrid retrocedió un paso, sintiendo que el suelo bajo sus pies se
—Keiden… francamente en este momento siento que no puedo confiar en ti —la voz de Natalia era tensa y se quebró al hablar.Keiden cerró los ojos por un momento, intentando reunir el valor necesario para hablar. Pero antes de que pudiera responder, el sonido de su teléfono vibrando en su bolsillo lo interrumpió. Natalia lo miró fijamente mientras él sacaba el móvil y respondía. —¿Qué ocurre? —dijo Keiden al otro lado de la llamada, con voz tensa. Natalia no apartó la mirada de él, sintiendo que algo terrible estaba por revelarse.Keiden sintió cómo se le helaba la sangre al escuchar a Mateo al otro lado de la línea. Intentó mantener la compostura, pero su mente buscaba frenéticamente una manera de salir de aquella situación sin levantar sospechas. Natalia lo miraba con el ceño fruncido, cruzando los brazos mientras esperaba una explicación. —¿Quién te llama tanto, Keiden? —insistió Natalia, su tono firme y lleno de desconfianza. Él tragó saliva, sintiendo que el peso de la v
—¿Qué pasó ahora? —preguntó Natalia, sintiendo que el día estaba en su punto más caótico. Graciela levantó la vista, su expresión llena de preocupación. —Astrid tuvo una crisis. No ha parado de llorar desde que te fuiste con Keiden. Esto no está bien, Natalia. Natalia se acercó a su hermana, arrodillándose frente a ella. —Astrid, mírame. ¿Qué pasó? Astrid negó con la cabeza, apretando los labios. —Todo esto es demasiado… lo de Graciela, lo de mi padre Fabrizio… —posó una mano sobre su frente—. Siento que todo se desmorona. Natalia apretó suavemente sus manos, tratando de transmitirle calma. —Escucha, vamos a resolver todo —su voz tenía una seguridad que realmente no sentía—. Pero necesito que te calmes, ¿sí? Mientras hablaba, Natalia no pudo ignorar la sensación persistente de inquietud que seguía apretándole el pecho. Algo estaba mal, y aunque intentaba mantenerse serena, su mente no dejaba de regresar a Keiden, a Delia y a esas extrañas llamadas que Keiden había r
—¡Malditos! —exclamó, intentando recobrar el aire. —Eso fue solo el principio, princesa —se burló el hombre de los tatuajes mientras se tronaba los nudillos.Delia forcejeó contra las cuerdas que la ataban, pero sus muñecas estaban heridas y cada movimiento le arrancaba un gemido de dolor. Apenas había logrado enderezarse cuando otro golpe llegó, esta vez directo a sus costillas. Sintió cómo algo dentro de ella crujía, y un grito ahogado escapó de sus labios. —¡Basta! —gritó con voz rasposa, aunque su cuerpo temblaba por el dolor. —¿Basta? —repitió el hombre del tatuaje con una sonrisa cruel—. Apenas estamos empezando. El siguiente golpe fue al rostro, y la cabeza de Delia se ladeó violentamente hacia un lado. La sangre comenzó a gotear de su labio partido, y su visión se nubló por un instante. Las lágrimas se acumularon en sus ojos, pero no iba a dejar que cayeran. “Mantente fuerte, Delia,” pensó, aunque su cuerpo empezaba a ceder. “No les des lo que quieren.” Mientras m
Minutos antes…Mateo caminaba de un lado a otro, mientras los nervios se apoderaban de cada fibra de su ser y lanzaba miradas furtivas hacia la construcción abandonada a las afueras de la ciudad. El lugar era lúgubre, con paredes grises a medio derrumbar y un aire de peligro tangible. Varios hombres corpulentos y de aspecto intimidante hacían guardia en la entrada principal, sus ojos recorriendo el entorno con desconfianza. Keiden se acercó a él, colocando una mano firme sobre su hombro para detenerlo. —Cálmate, Mateo —dijo con voz baja pero autoritaria—. Ya llegamos hasta aquí, pero si te precipitas, podrían dispararte o algo peor. Mateo apretó los puños, temblando de rabia e impotencia. —¿Y qué quieres que haga, Keiden? ¡Delia está ahí dentro, con esos malnacidos! —espetó, girándose hacia él con los ojos encendidos de furia—. Si Isabella Benavides es tan cruel como todos dicen, ella debe estar pasando un infierno. ¡Debería ser yo el que estuviera ahí, no ella! Keiden lo
Keiden observaba cómo los paramédicos subían a Delia a la ambulancia con movimientos firmes pero cuidadosos. El rostro de la joven estaba algo pálido a pesar de los moretones, y aunque permanecía inconsciente, su respiración se había estabilizado. A su lado, Mateo se mantuvo firme, con una mano aferrada a la de su amada mientras sus ojos reflejaban una mezcla de miedo y desesperación. —Delia, mi amor, estoy aquí... —susurró Mateo con voz temblorosa, acercándose más al cuerpo inerte de la joven—. Te prometo que nunca más volverá a pasarte algo así. Nunca. Por mi vida, te lo juro. Los paramédicos lo miraron con cierta lástima, pero nadie dijo nada. Keiden, de pie a unos pasos, cruzó los brazos y dejó escapar un suspiro. Se acercó a Mateo y le dio unas palmaditas en la espalda. —Harás lo que sea necesario para cuidarla, ¿verdad? —murmuró Keiden, con tono comprensivo pero cargado de determinación. Mateo asintió sin dudar. —No hay nada que no haría por ella —respondió, apretando