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Cuando Natalia, Delia y Daniel salieron de la habitación, un aire de alivio y cansancio los rodeaba. Natalia llevaba consigo la alegría del alta, pero también una impaciencia evidente por alejarse del hombre a unas pocas puertas de la suya.

Daniel caminaba a su lado, sonriente de solo pensar en ver a su amada Astrid, mientras Delia permanecía alerta, con el ceño ligeramente fruncido, sintiendo que iba a volverse una paranoica de un momento a otro.

Al doblar el pasillo, vieron a Mateo, apoyado contra la pared, con los brazos cruzados y la mirada fija en Delia. Al notar su presencia, él se enderezó y dio un paso hacia adelante con un semblante decidido.

—¿Podemos hablar, Delia? —preguntó directamente, con voz grave y seria.

Delia lo miró con recelo, deteniéndose.

—¿Ahora? No creo que sea el momento, Mateo —respondió, cruzando los brazos en un gesto defensivo.

—Solo serán unos minutos, te lo prometo —insistió él, con un tono algo más suave.

Ella lo miró, dudando, pero el ton
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