El trinar de las aves: Primera parte.

El aire de las montañas rodeaba el pequeño pueblo, llevando consigo el aroma a tierra mojada y el susurro de los pinos meciéndose suavemente con el viento. Áster se mantenía a distancia, oculto entre las sombras del bosque. Desde allí, observaba la casa donde Lucía vivía con Fausto y su hijo en camino. El frío de la madrugada le mordía la piel, pero el dolor interno era mucho más intenso que cualquier tormenta. Lo único que lo mantenía alejado era una fuerza que casi lo destrozaba por dentro: la promesa de que no interferiría en la vida de Lucía, ni en la del niño por nacer. Era su forma de expiación, su castigo autoimpuesto.

Sabía que acercarse a ella solo desataría más dolor, así que mantenía una distancia tortuosa. Se aferraba a cada onza de autocontrol, cada respiración profunda que tomaba para calmar sus instintos. Sin embargo, la necesidad de verla lo desgarraba. No pasaba un día sin que sus pensamientos giraran en torno a ella y a lo que había hecho. ¿Cómo podría algún día redi
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