El trinar de las aves: Décima parte.

Lucía se sentaba en la pequeña mesa de la cocina, iluminada por la luz cálida del sol que se filtraba a través de las cortinas de lino. La aguja de costura se deslizaba con facilidad por la tela entre sus manos, mientras sus pensamientos vagaban entre recuerdos y el presente. A su alrededor, el aire del pueblo parecía siempre lleno de calma. El sonido del viento entre los árboles y las voces distantes de los vecinos llegaban como un murmullo suave. Había encontrado, al menos por ahora, un lugar donde podía respirar sin sentirse ahogada por los fantasmas del pasado.

Ferus jugaba en el patio, sus risas llenaban el ambiente. Su energía inagotable le daba a Lucía una mezcla de alegría y nostalgia. A veces, lo veía correr de un lado a otro aunque, en los primeros meses, Ferus solía llorar llamando a su padre por las noches, con el tiempo, su hijo comenzó a adaptarse a la vida que tenían ahora. Eso la tranquilizaba. Lo que más le importaba era el bienestar de su hijo, su felicidad, y en est
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