Áster y Fausto se encargaban de la seguridad de la casa con una atención casi obsesiva. Las amenazas de los hombres lobo habían aumentado, cada vez más feroces, atacando a los pobladores en las sombras de la noche. Áster, siendo el hombre lobo Alfa, no tenía más opción que enfrentar a los agresores, defendiendo tanto su posición como a los inocentes. Cada pelea terminaba con bajas, y los rumores sobre sus hazañas circulaban rápidamente, creando un mito en torno a él.
Mientras Áster se encargaba de las peleas, Fausto se mantenía cerca, siempre alerta, aunque su mente a menudo vagaba hacia Lucía, quien lo esperaba en casa. El conflicto interno lo carcomía. El lazo que tenía con Áster era tan complejo como tenso, y la creciente cercanía entre ambos había llamado la atención de Loreta, la madre de Áster.
Esa tarde, Loreta
—No puedo... —dijo finalmente, su voz apenas un susurro entre los crujidos de la casa—. No puedo dejarte ir, Lucía.Su mano, grande y áspera, se posaba sobre la cabeza de Lucía con un toque inusualmente delicado, casi reverente. La cercanía de su presencia imponía un peso emocional que Lucía no podía sacudir. Cuando apartó un mechón de cabello de su rostro y lo acomodó detrás de su oreja teniendo cuidado con su garra para no lastimarla.—Lucía —susurró Áster, su voz grave con un tono que intentaba parecer conciliador, pero que no podía ocultar el subtexto —. Si te ayudo a salir de aquí, ¿podrías darme algo a cambio?Lucía se estremeció por dentro. Su mente estaba en un torbellino de pensamientos, el pánico mezclándose con una tenue esperanza. Las paredes a su alrededor parec&
El sol caía lentamente sobre el horizonte cuando Lou y sus padres llegaron al pueblo. Las calles, tranquilas y bañadas en la suave luz dorada del atardecer, parecían acogedoras después de dos semanas fuera. Ferus, lleno de energía y con los ojos brillantes de emoción, no podía esperar más para ver a su madre. Aunque había disfrutado cada momento de su viaje, el pequeño de seis años aún tenía ese sentimiento punzante de extrañar a Lucía.Ferus tiraba con fuerza de la mano de Lou, apurándolo.—¡Vamos, tío Lou! ¡Quiero ver a mamá!Lou sonrió levemente, su propio cansancio suavizado por la energía contagiosa de su sobrino.—Ya casi llegamos —respondió Lou, tratando de calmar la impaciencia del pequeño.Cuando llegaron, la casa de Lucía parecía igual de tranquila
Áster, todavía de pie en la puerta, lo observó en silencio, pero no había dureza en su mirada.Los pensamientos giraban en su cabeza, volviendo una y otra vez a Lucía. Algo estaba ocurriendo, y aunque no sabía qué, lo sentía en los huesos: su hermana estaba en peligro, y la clave estaba en Fausto.—Mira, si sigues insistiendo en esto ahora, no te va a ir bien —advirtió Áster, su voz fría como el viento que atravesaba el bosque—. Y lo peor es que... no querrás que el pequeño Ferus se sienta triste porque su tío está herido, ¿verdad?El corazón de Lou se tensó al escuchar el nombre de su sobrino.—¿Eso es una amenaza? —preguntó, su tono era bajo pero cargado de desafío. En su pecho sentía la presión creciente de la ira y la impotencia, un cóctel explosivo que hac
Dos años después.“Es irónico, ¿verdad?” se dijo a sí mismo, el tono de su voz cargado de una mezcla de desdén y resignación.Lou siempre había creído que la vida, aunque complicada, tenía una lógica interna, un orden que, a pesar de todo, se mantenía. Pero desde que las cosas habían cambiado dos años atrás, esa lógica se había vuelto una farsa cruel. Los acontecimientos que habían transformado su mundo le parecían absurdos, una retorcida broma del destino.Jamás en su vida, ni en sus pensamientos más oscuros, se hubiera imaginado a Áster y Fausto trabajando juntos por un mismo objetivo. ¡Por los dioses!, si al menos hubieran hecho algo noble, algo que beneficiara a los demás, como ayudar al pueblo o aportar algo valioso a la sociedad, entonces Lou podría haber encontrado algo de
Era inicios de otoño, y en medio de un bosque florecía un pequeño pueblo rústico donde todos se conocían y guardaban un gran sentido de compañerismo. Las hojas de los árboles empezaban a teñirse de tonos dorados y rojizos, creando un paisaje pintoresco y nostálgico. El aire fresco traía consigo el aroma de la tierra húmeda y las chimeneas comenzaban a soltar su característico humo blanco al atardecer.Ese día iba a darse inicio a una festividad muy esperada: la elección de la compañera del hijo del jefe de la aldea. Áster, de 28 años, había crecido bajo la atenta mirada de sus padres y el cariño del pueblo entero. Era conocido por su carácter amable, aunque también había quienes lo consideraban algo distante y reservado.Áster caminaba por la plaza del pueblo, donde los aldeanos ya estaban preparando los adornos para la ceremonia. Las mesas estaban cubiertas con manteles coloridos y algunos adornos.—Nunca imaginé que este día llegaría tan rápido —comentó Áster a su amigo Teo, mientra
En el pequeño escenario improvisado, adornado con flores recogidas con esfuerzo dada la estación del año, el líder del pueblo, Felipe, se encontraba junto a su esposa. Con su voz profunda y serena, Felipe daba un discurso de agradecimiento a los miembros del pueblo, deseando tiempos pacíficos y tranquilos en los años venideros. El escenario, aunque modesto, estaba lleno de color y vida, con guirnaldas de flores colgando y velas titilantes que creaban un ambiente acogedor.A su lado, Áster, enfundado en una túnica blanca, esperaba pacientemente, su mirada vagando por la multitud hasta que se posó en su amada Federica. Ella, con su cabello dorado y ojos verdes brillantes, estaba rodeada por su familia y amigos. Sentía mucha emoción y nerviosismo. El aire fresco de otoño le rosaba las mejillas, ya ruborizadas por la anticipación. Sus manos temblaban ligeramente, y su corazón latía con fuerza al ver la sonrisa enamorada de Áster.—Todo va a estar bien, Federica— susurró su madre, apretánd
Mientras caminaban por las calles del pueblo, las luces de las casas brillaban cálidamente, pero el ambiente estaba cargado de desconfianza —Papá, mamá, esto es injusto. No entiendo por qué todos piensan que tengo algo que ver con esto— dijo Lucía con la voz quebrada.—Lo sabemos, hija— respondió su madre suavemente —La gente siempre busca a alguien a quien culpar cuando no entienden lo que está pasando. Solo tenemos que ser fuertes y esperar a que todo se aclare.Lucía asintió, tratando de contener las lágrimas. La noche fría de otoño soplaba suavemente, llevando consigo las hojas caídas y los murmullos del pueblo. A pesar de la injusticia, sentía una determinación creciente de demostrar su inocencia y entender qué había sucedido realmente.Mientras tanto, en la casa de Felipe, la situación seguía tensa. Áster y Federica continuaban su desgarradora conversación, buscando respuestas en medio del caos emocional —Federica, encontraremos una solución. No quiero perderte— decía Áster con
Lucía, escuchando eso, dijo —Pues si tú no lo sabes, menos los demás. Se supone que deberías saberlo, ¿no?Áster suspiró profundamente, mirando a la distancia como si buscara respuestas en la oscuridad de la noche. —No es tan simple. Cuando me transformo en lobo, es como si mis instintos tomaran control sobre mí. Como si no fuera yo mismo. Al menos cuando me transformo en mi forma híbrida de combate, mantengo un poco mi raciocinio, pero nunca me había pasado que cuando me transformo en lobo, no sepa controlarme.El viento soplaba suavemente, haciendo crujir las hojas secas bajo sus pies. Lucía, envuelta en su manta, pensó en lo que Áster había dicho y respondió —¿Es como si estuvieras viviendo dentro de ti con otra existencia?Áster asintió lentamente, su rostro ensombrecido por la preocupación. —Sí, mi lobo es como si fuera otro ser individua pero al mismo tiempo es parte de mí, es difícil de explicar.Lucía continuó, su voz apenas un susurro —Entonces le agrado a tu lobo, y es por e