Las hojas que caen en otoño: Cuarta parte.

Lucía, escuchando eso, dijo —Pues si tú no lo sabes, menos los demás. Se supone que deberías saberlo, ¿no?

Áster suspiró profundamente, mirando a la distancia como si buscara respuestas en la oscuridad de la noche. —No es tan simple. Cuando me transformo en lobo, es como si mis instintos tomaran control sobre mí. Como si no fuera yo mismo. Al menos cuando me transformo en mi forma híbrida de combate, mantengo un poco mi raciocinio, pero nunca me había pasado que cuando me transformo en lobo, no sepa controlarme.

El viento soplaba suavemente, haciendo crujir las hojas secas bajo sus pies. Lucía, envuelta en su manta, pensó en lo que Áster había dicho y respondió —¿Es como si estuvieras viviendo dentro de ti con otra existencia?

Áster asintió lentamente, su rostro ensombrecido por la preocupación. —Sí, mi lobo es como si fuera otro ser individua pero al mismo tiempo es parte de mí, es difícil de explicar.

Lucía continuó, su voz apenas un susurro —Entonces le agrado a tu lobo, y es por eso que vino hasta a mí.

Áster se quedó en silencio, mirando al suelo. Finalmente, suspiró de nuevo. —No lo sé. Todo este tiempo he estado al lado de Federica. Pensé que ella y yo... no, no, no —sacudió la cabeza con desesperación —Federica y yo aún podemos solucionar esto. Todavía tenemos que superar todo esto y podemos encontrar una solución y será como si nada hubiera pasado.

Y pensó en lo bueno que era para Áster, porque no importara lo que hubiera hecho, todos probablemente sentirían lástima por él. En cambio, a Lucía, que realmente no hizo nada, todos la estaban juzgando y murmurando. Entonces, una idea atravesó la mente de Lucía, y dijo, —Oye, Áster, ¿y si me fuera del pueblo?

Áster, que aparentemente no había pensado en esa idea, dijo, —¿Irte del pueblo?

Lucía respondió, —Sí, irme del pueblo. Mira, las cosas ya no están bien para mí. En estos días me ha ido mal. Simple y resumidamente, todos odian a Lucía. Estoy causando problemas a mi familia. Además, no quiero ser un obstáculo para mi hermanito Lou en el futuro. Tal vez irme del pueblo sea la solución que necesito.

Áster dijo, —Claro, esta es una buena idea. —Sus ojos parecían brillar con una nueva esperanza —¡Claro, puedes irte, puedes irte mañana mismo!

Entonces ella lo miró con cierta molestia y le dijo, —Claro que te conviene, pero la que tendría que pasar peripecias allá afuera seré yo. —Suspiró y añadió —No es tan fácil, no va a ser tan fácil.

Áster se puso a pensar y dijo, —Sí, tienes razón. No serviría de nada que simplemente te fueras mañana y te encontraran rápidamente.

Lucía, asombrada por lo rápido que Áster había considerado esa posibilidad, comprendió que él no quería que ella regresara al pueblo. Entonces dijo, —Sí, así el plan no serviría de nada. Solo sería más problemático. Tal vez debería esperar hasta el invierno, una época complicada, para irme. La cantidad de nieve retrasaría a la gente que me busca.

Áster dijo, —Sí, pero es un tiempo peligroso. No sé si deberías...

Lucía, quien realmente no conocía a Áster, interrumpió, —Bueno, no es como si simplemente muriera o algo así en esta situación, ¿no?

Áster respondió, —Hay algunos caminos seguros durante el invierno y algunos pueblos lejanos con los que tenemos buenas relaciones. Podría dibujarte un mapa para que llegues a salvo a un buen lugar.

Lucía estuvo de acuerdo y dijo, —Eso sería de mucha ayuda. Además, tendría que hacer un equipaje con todo lo necesario para no tener problemas durante el viaje.

Áster afirmó, —Sí, puedo ocuparme de eso.                                    

Ella lo miró y preguntó, —¿Estás seguro? ¿No crees que será complicado?

Él respondió, —No. Si te vas, al menos debo ayudarte en eso, ¿no?

Lucía dijo, —Sí, claro. Después de todo, tú también te beneficiarás. Te desharás de mí y podrás seguir con tu vida.

Luego, cambió de tema y agregó, —Además, hay algo que te tengo que pedir, Áster.

Áster, escuchando atentamente, preguntó, —¿Qué es?

Lucía continuó, —Mi hermano, Lou. Es probable que en el futuro se convierta en un hombre lobo como tú. ¿Podrías instruirlo, por favor?

Áster reflexionó y no encontró ningún problema, ya que siempre se necesitaban lobos competentes. —Por supuesto, Lucía. Puedo hacer eso. Lou es un buen chico y tiene mucho potencial. Me aseguraré de que reciba la mejor instrucción posible —dijo Áster con determinación en su voz—. Pero debes cumplir tu parte e irte y nunca volver al pueblo.

Lucía respondió, con su voz quebrada por la emoción, —Claro. ¿Por qué debería quedarme en un hogar que no me quiere?

Tras este breve acuerdo bajo la luz de la noche, ambos se separaron. Durante el resto de ese tiempo, ninguno de los dos volvió a encontrarse hasta el día acordado en el que Lucía dejaría el pueblo. Era un día de invierno, con mucha nieve acumulada durante la noche, cubriendo el paisaje en un manto blanco y silencioso.

Lucía salió de su casa después de dejar una nota para su pequeño hermano Lou, pidiéndole que cuidara de sus padres y se esforzara por su futuro, asegurándole que estaría bien pase lo que pase. Su corazón se rompía al no poder decirle adiós en persona, pero estaba segura de que era lo mejor en ese momento. Se abrigó con un grueso abrigo y botas para la nieve, y con una mochila a cuestas, emprendió el camino hacia las afueras del pueblo.

El frío aire invernal le mordía las mejillas mientras caminaba, cada paso sobre la nieve resonaba con un crujido bajo sus pies. El silencio de las horas antes del amanecer  era casi absoluto, solo roto por el ocasional aullido del viento. Cuando llegó al punto de encuentro, vio a Áster esperándola con una gran mochila sobre su hombro. Él había preparado provisiones y algo de dinero para ayudarla a comenzar una nueva vida.

Áster le entregó un mapa que había trazado en sus habituales salidas. —Aquí tienes el mapa —dijo, extendiéndoselo—. Te guiaré hasta cierta parte del camino, a una zona segura para que no te pierdas.

Lucía asintió, agradecida por la ayuda aunque el resentimiento seguía presente en su pecho. —Bien, no hay problema. Vámonos.

Ambos comenzaron a caminar en silencio, el paisaje nevado parecía desolado pero a la vez hermoso bajo la luz del amanecer. Áster lideraba el camino, apartando ramas cubiertas de nieve y cuidando que Lucía no tropezara en el terreno irregular. Ella, por su parte, mantenía la vista en el suelo, concentrada en seguir adelante y no dejarse vencer por la tristeza.

Caminaron durante un largo trecho, hasta que los primeros rayos del amanecer comenzaron a iluminar el horizonte. El acuerdo era que Áster la guiaría hasta estar lejos del pueblo y se aseguraría de desviar cualquier búsqueda que se iniciara. Durante todo el camino, ninguno de los dos dijo algo, cada uno sumido en sus propios pensamientos.

El bosque se volvía más denso a medida que avanzaban, con los árboles cubiertos de nieve formando un paisaje casi onírico. El silencio era roto solo por el crujido de sus pasos sobre la nieve. Lucía miraba a su alrededor, grabando en su memoria cada detalle del paisaje, consciente de que esta podría ser la última vez que viera estos lugares.

Finalmente, llegaron al punto acordado, profundamente adentrado en el bosque. Áster se detuvo y dijo, —Bien, hasta aquí llego. El resto depende de ti.

Sin más, se dio la vuelta y se fue, dejando a Lucía sola en la nieve. Ella, sintiendo el frío calar hasta los huesos, reorganizó sus cosas y siguió adelante. Necesitaba avanzar lo suficiente para llegar al próximo pueblo o aldea, cualquier lugar que le ofreciera un nuevo comienzo.

A medida que avanzaba de regreso a casa se detuvo al sentir cierto rastro de culpa, Áster era consciente de que no había hecho ningún esfuerzo por tratar con ella en el pasado. Al menos, ahora se había esforzado en trazar un buen mapa, asegurándose de que no se perdiera. Algo en él le decía que debía asegurarse de que Lucía avanzara bien, así que de forma sigilosa empezó a seguirla a cierta distancia, observando cómo leía el mapa y se orientaba correctamente.

Lucía, por su parte, no se percató de la presencia de Áster. Estaba demasiado concentrada en sus pensamientos. La nieve caía lentamente, cubriendo su rastro, y el aire frío le hacía difícil respirar. Sin embargo, se obligaba a seguir adelante, un paso tras otro, con la determinación de alguien que no tiene otra opción.

Áster observaba desde la distancia, asegurándose de que ella se mantuviera en el camino correcto. Sabía que no podía seguirla por mucho tiempo, tenía que regresar al pueblo para evitar que alguien se percatara de su ausencia y comenzara a buscar a Lucía. Pero mientras la veía avanzar, una mezcla de sentimientos lo invadía. Sabía que se estaba asegurando un futuro más fácil para él, pero también sentía una punzada de culpa al verla marcharse sola y sin apoyo.

Finalmente, al llegar a un punto donde el camino se volvía más claro y fácil de seguir, Áster decidió que era hora de regresar. Dio un último vistazo a Lucía, viendo cómo avanzaba con pasos decididos. Con un suspiro, se giró y comenzó su propio camino de regreso al pueblo.

Lucía, sin saber que había sido observada, seguía adelante, su mente llena de pensamientos y emociones conflictivas. Se preguntaba si había tomado la decisión correcta, si realmente sería capaz de empezar de nuevo en un lugar desconocido. Pero cada paso que daba alejándose del pueblo, sentía una ligera liberación de la carga que había llevado durante tanto tiempo.

A medida que el día avanzaba, el sol brillaba más intensamente sobre la nieve, creando un resplandor cegador. Lucía se detuvo un momento, mirando el mapa para asegurarse de que estaba en el camino correcto. Quería alejarse de su pueblo natal lo más que pudiera, así que, gracias al mapa de Áster, decidió que la mejor opción era dirigirse al pueblo más lejano. Sabía que le tomaría un par de días llegar, pero no le importaba. Lo único que realmente le preocupaba era estar lejos de su hermanito, pero confiaba en que, con el tiempo, las cosas se calmarían y podría visitarlo. Quería ser optimista respecto a ese tema.

La nieve cubría el paisaje, creando un manto blanco y silencioso que la hacía sentir aún más sola. Cada paso que daba se sentía como una pequeña victoria contra el frío y la tristeza que la invadían. El bosque estaba lleno de árboles desnudos cuyas ramas se estiraban hacia el cielo como dedos huesudos, y el sonido del viento silbando entre ellos añadía una sensación de desolación.

A medida que la tarde se acercaba, Lucía empezó a dudar si irse del pueblo había sido una decisión sensata. Probablemente alguien mayor y más sabio le diría que simplemente estaba huyendo de sus problemas, y que esa no era la solución. Pero ya había caminado todo un día lejos del pueblo, y regresar no era una opción.

Se detuvo en un claro del bosque, donde la nieve se acumulaba menos y podía encontrar un lugar más adecuado para descansar un rato. Mientras observaba a su alrededor sus pensamientos se dirigieron a su hermano Lou. Imaginó su rostro triste al descubrir su ausencia, pero también confió en que él entendería que lo hizo por el bien de ambos.

—Espero que estés bien, Lou —murmuró para sí misma, sintiendo un nudo en la garganta.

El silencio fue interrumpido solo el lejano ulular de un búho, suspirando se levantó de su lugar y siguió su camino. Cuando el sol comenzó a esconderse y las sombras en el bosque se hicieron más profundas, Lucía se encontró en una situación complicada. La oscuridad dificultaba la lectura del mapa, y la única luz provenía de la tenue luna que apenas lograba penetrar el denso follaje. Se sentía desorientada y optó por seguir un camino que parecía seguro, aunque no estaba en el mapa.

Con cada paso, el crujido de la nieve bajo sus pies era lo único que rompía el silencio sepulcral del bosque. Sin embargo, el suelo bajo ella se volvió traicionero. Un crujido diferente se oyó, más profundo y amenazante. Antes de que pudiera reaccionar, el hielo bajo sus pies se rompió, y Lucía se encontró cayendo en el agua helada de un lago oculto bajo la nieve.

El agua fría la envolvió de inmediato, robándole el aliento y congelando sus músculos. Luchó desesperadamente por salir a la superficie, soltando el equipaje que llevaba para aligerar el peso. Con un esfuerzo titánico, logró agarrarse al borde del hielo y se arrastró fuera del lago, sintiendo cómo el frío extremo la paralizaba. Se arrastró con dificultad hasta un árbol cercano, buscando desesperadamente un refugio del viento gélido.

Debajo del árbol, sus pensamientos se volvieron confusos. El choque emocional y físico la había dejado exhausta. Mientras se acurrucaba, tiritando, no pudo evitar pensar en su hermano.

—Lo siento, Lou... —murmuró, apenas consciente, antes de que el cansancio y el frío la vencieran.

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