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Las hojas que caen en otoño: Tercera parte.

Mientras caminaban por las calles del pueblo, las luces de las casas brillaban cálidamente, pero el ambiente estaba cargado de desconfianza —Papá, mamá, esto es injusto. No entiendo por qué todos piensan que tengo algo que ver con esto— dijo Lucía con la voz quebrada.

—Lo sabemos, hija— respondió su madre suavemente —La gente siempre busca a alguien a quien culpar cuando no entienden lo que está pasando. Solo tenemos que ser fuertes y esperar a que todo se aclare.

Lucía asintió, tratando de contener las lágrimas. La noche fría de otoño soplaba suavemente, llevando consigo las hojas caídas y los murmullos del pueblo. A pesar de la injusticia, sentía una determinación creciente de demostrar su inocencia y entender qué había sucedido realmente.

Mientras tanto, en la casa de Felipe, la situación seguía tensa. Áster y Federica continuaban su desgarradora conversación, buscando respuestas en medio del caos emocional —Federica, encontraremos una solución. No quiero perderte— decía Áster con voz rota.

—Espero que sea verdad, Áster. Porque no sé cuánto más puedo soportar esto— respondió Federica, sus ojos llenos de una mezcla de esperanza y desesperación.

El pueblo le había dado a Lucía su trabajo de costurera, un oficio que había desempeñado con excelencia y dedicación. Las pequeñas casas de piedra y madera del pueblo estaban adornadas con sus creaciones, desde cortinas y vestidos hasta manteles y colchas. Sin embargo, después del incidente con Áster, los mismos aldeanos que solían elogiar su trabajo comenzaron a aislarla. Los pedidos que tenía para la semana fueron cancelados uno tras otro, y aquellos que no lo hicieron exigieron la devolución de lo ya pagado. La atmósfera de su pequeño taller de costura, usualmente cálida y acogedora con sus rollos de tela colorida e hilos ordenados, ahora se sentía vacía y desolada.

Era una situación desoladora para Lucía. Se había convertido en la paria del pueblo, objeto de susurros y miradas acusadoras cada vez que salía de su casa. Las calles empedradas, que antes recorría con orgullo y una sonrisa, ahora eran un recordatorio constante de su nuevo estatus social. Peor aún, Áster no había ido a verla ni había intentado hablar o interceder por ella ante los miembros del pueblo. Su silencio era un peso más sobre sus hombros ya cargados de preocupaciones.

Afortunadamente, podía contar con su hermano Lou y su alegría contagiosa. Lou intentaba mantener sus ánimos arriba, aunque ella podía sentir la tensión en sus padres cada vez que hablaban del futuro. La casa familiar, situada al borde del bosque y rodeada de campos de cultivo, se había convertido en su refugio. Los días de trabajo en el campo, recogiendo cosechas y cuidando de los animales, eran una distracción bienvenida, aunque también un recordatorio de todo lo que había perdido.

Lou, con su energía inagotable, hacía todo lo posible para animar a su hermana —Mira, Lucía, hice este adorno con hojas para ti— decía mientras le entregaba una guirnalda hecha de hojas otoñales —¿No es bonito? También vi una ardilla muy peluda preparándose para el invierno. ¡Se veía tan graciosa!

Lucía sonreía ante los esfuerzos de su hermano —Gracias, Lou. Es hermoso. Y me encantaría ver a esa ardilla algún día— Sus palabras eran sinceras, aunque su corazón seguía pesado.

Lou no mencionaba el tema de la ceremonia, pero Lucía sabía que también lo afectaba. La tristeza en los ojos de sus padres cuando creían que ella no los veía, los suspiros silenciosos durante la cena, y la forma en que la gente los trataba en el mercado, todo indicaba el impacto que la situación tenía en su familia.

A pesar de todo, Lucía se aferraba a los momentos de paz y alegría que Lou le brindaba. Los días eran difíciles, pero los pequeños gestos de su hermano, como los adornos con hojas o sus comentarios sobre el clima, le recordaban que aún había belleza y esperanza en el mundo —Vamos, Lou— dijo un día mientras se preparaban para salir al campo —Hoy va a ser un buen día. Trabajaremos duro y luego podremos descansar juntos.

Lou asintió con entusiasmo, y juntos salieron de la casa, listos para enfrentar otro día con la fuerza y la determinación que solo el amor familiar puede brindar.

Después de un largo y extenuante día, Lucía se encontraba en su cama, intentando dormir. Pero su mente no le daba tregua. Las palabras susurradas de sus padres sobre el futuro de Lou y cómo su propia situación podría afectarlo resonaban en su cabeza. Incapaz de encontrar descanso, se levantó, se envolvió en una manta cálida y salió de la casa. La fría brisa nocturna le golpeó el rostro, despejando un poco su mente.

La colina detrás de su casa siempre había sido su lugar de refugio, un rincón donde podía pensar y sentir algo de paz. Subió lentamente, disfrutando del crujir de las hojas secas bajo sus pies y el suave resplandor de la luna iluminando el camino. Al llegar a la cima, se sentó en una roca grande y miró las luces parpadeantes del pueblo a lo lejos.

Recordó la conversación que había escuchado entre sus padres esa tarde. “¿Qué pasará con Lou si las cosas no mejoran?” había dicho su madre, su voz cargada de preocupación. “Si Lucía sigue siendo rechazada, ¿cómo afectará eso a su transformación?”

“Lou muestra todos los signos de que será un hombre lobo fuerte,” respondió su padre. “Pero tener una hermana marcada como paria podría ser un obstáculo. No sé qué hacer. ¿Deberíamos enviarla lejos? ¿Mantener a Lou apartado de ella?”

Lucía había escuchado esto en silencio, sintiéndose herida y atrapada. ¿Cómo podría ser ella la causa del sufrimiento de su hermano? Lou, con su espíritu alegre y su futuro prometedor, no merecía cargar con las consecuencias de algo que él no había provocado.

Sentada en la colina, las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. El peso de las acusaciones del pueblo y el dolor de ser considerada una amenaza para su propia familia era demasiado para soportar. Los murmullos maliciosos de los aldeanos aún resonaban en sus oídos. "Ella arruinó la ceremonia," "Federica está encerrada en su casa por culpa de Lucía," "¿Qué hizo para que el lobo la eligiera a ella?"

Lucía apretó la manta contra su cuerpo, buscando consuelo en el calor que le proporcionaba. Miró al cielo estrellado, preguntándose cómo podría cambiar su situación. No quería ser una carga para su familia ni una paria para el pueblo. Solo quería encontrar un camino para redimirse y proteger a Lou.

Ella no conocía mucho a Federica más allá de que era la chica admirada por todo el pueblo. Lucía siempre había estado demasiado ocupada cuidando de su hermano menor y ayudando en casa para que sus padres no se sintieran tan agobiados. Ahora, con todo el pueblo en su contra, su vida se había convertido en un verdadero desastre.

Mientras se debatía en qué hacer, escuchó el sonido de una rama rompiéndose. Preocupada de que fuera algún animal salvaje, se giró rápidamente y se encontró, para su sorpresa, con Áster, la causa de todos sus problemas. La luz de la luna iluminaba sus rostros, revelando el cansancio y las ojeras en ambos.

—¡Tú!— dijo Lucía levantándose de golpe.

—Yo— respondió Áster con voz firme pero fatigada. Ambos se miraron fijamente, Lucía con ganas de preguntar por qué su lobo había caminado hacia ella, arruinando todo.

Áster fue el primero en romper el silencio. Con una voz pesada y grave, preguntó —Ese día... ¿hiciste algo en particular?, ¿Usaste algún tipo de perfume o algo que explique por qué, transformado en lobo, fui hacia ti?

Lucía, apretando los dientes en un intento de controlar su enojo, respondió —Estoy cansada de repetir que no hice nada. ¿Por qué crees que lo haría?

Áster respondió con frustración —No lo sé... Tal vez porque soy el siguiente líder del pueblo?

Lucía sintió cómo la ira la consumía — ¿Realmente crees que arruinaría toda mi vida solo por ser la pareja del líder del pueblo? Deberías entender, Áster, que el mundo no gira a tu alrededor. Si yo tuviera que estar orbitando a alguien, sería a mi hermanito menor. Es la única persona por la cual haría lo que sea— se exasperó ella, sus ojos brillando con furia contenida.

Áster, aun viéndola con desconfianza, y sintiendo una punzada molesta ante la declaración preguntó —¿Estás segura de que no hiciste nada?

—¡No hice nada, lo juro!— exclamó Lucía, su voz quebrándose por la mezcla de frustración y desesperación —¡Y esto es lo que todos piensan de mí!— Luego se volvió a sentar en su lugar, acurrucándose sobre sus piernas y ajustando la manta sobre sus hombros para protegerse del frío que ya empezaba a sentirse.

Áster solo suspiró, pasando una mano por su cabello con un gesto de desesperación —Entonces no entiendo qué es lo que pasó— murmuró para sí mismo, su voz apenas audible.

El enfado de Lucía era palpable, tenía ganas de desahogar su ira, pero aun así luchaba por contenerse. El cielo estaba despejado, y la luna llena arrojaba una luz plateada sobre la colina detrás de su casa, creando sombras largas y misteriosas. El aire frío de la noche acariciaba su piel, haciéndola temblar levemente.

—¿Realmente crees que arruinaría toda mi vida solo por ser la pareja del líder del pueblo? —dijo Lucía, su voz temblando con una mezcla de furia y dolor—. Deberías entender, Áster, que el mundo no gira a tu alrededor, y si yo tuviera que estar orbitando a alguien, sería a mi hermanito menor. Es la única persona por la cual haría lo que sea.

Áster, con el rostro endurecido por la desconfianza y sintiendo una punzada en el estómago sin ninguna razón, preguntó —¿Estás segura de que no hiciste nada?

Lucía sintió un nudo en la garganta. Las lágrimas amenazaban con brotar, pero se negó a mostrarse débil ante él. —¡No hice nada, lo juro! ¡lo peor es que  todos en este pueblo piensan que hice algo! —dijo, su voz quebrándose al final. Luego se volvió a sentar en su lugar, abrazando sus piernas y cubriéndose con la manta. El frío de la noche parecía intensificarse, haciendo que su cuerpo temblara involuntariamente.

Áster solo suspiró, pasándose una mano por el cabello desordenado. Miró al cielo estrellado, como buscando respuestas entre las constelaciones. —Entonces no entiendo qué es lo que pasó —murmuró para sí mismo, su voz apenas audible.

Ella, sintiendo el peso de todo lo que había ocurrido, bajó la mirada hacia el suelo cubierto de hojas caídas. El susurro del viento en los árboles y el crujido de las ramas rompían el silencio incómodo. Áster, por su parte, parecía perdido en sus propios pensamientos, luchando por encontrar una explicación.

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