Mientras caminaban por las calles del pueblo, las luces de las casas brillaban cálidamente, pero el ambiente estaba cargado de desconfianza —Papá, mamá, esto es injusto. No entiendo por qué todos piensan que tengo algo que ver con esto— dijo Lucía con la voz quebrada.
—Lo sabemos, hija— respondió su madre suavemente —La gente siempre busca a alguien a quien culpar cuando no entienden lo que está pasando. Solo tenemos que ser fuertes y esperar a que todo se aclare.
Lucía asintió, tratando de contener las lágrimas. La noche fría de otoño soplaba suavemente, llevando consigo las hojas caídas y los murmullos del pueblo. A pesar de la injusticia, sentía una determinación creciente de demostrar su inocencia y entender qué había sucedido realmente.
Mientras tanto, en la casa de Felipe, la situación seguía tensa. Áster y Federica continuaban su desgarradora conversación, buscando respuestas en medio del caos emocional —Federica, encontraremos una solución. No quiero perderte— decía Áster con voz rota.
—Espero que sea verdad, Áster. Porque no sé cuánto más puedo soportar esto— respondió Federica, sus ojos llenos de una mezcla de esperanza y desesperación.
…
El pueblo le había dado a Lucía su trabajo de costurera, un oficio que había desempeñado con excelencia y dedicación. Las pequeñas casas de piedra y madera del pueblo estaban adornadas con sus creaciones, desde cortinas y vestidos hasta manteles y colchas. Sin embargo, después del incidente con Áster, los mismos aldeanos que solían elogiar su trabajo comenzaron a aislarla. Los pedidos que tenía para la semana fueron cancelados uno tras otro, y aquellos que no lo hicieron exigieron la devolución de lo ya pagado. La atmósfera de su pequeño taller de costura, usualmente cálida y acogedora con sus rollos de tela colorida e hilos ordenados, ahora se sentía vacía y desolada.
Era una situación desoladora para Lucía. Se había convertido en la paria del pueblo, objeto de susurros y miradas acusadoras cada vez que salía de su casa. Las calles empedradas, que antes recorría con orgullo y una sonrisa, ahora eran un recordatorio constante de su nuevo estatus social. Peor aún, Áster no había ido a verla ni había intentado hablar o interceder por ella ante los miembros del pueblo. Su silencio era un peso más sobre sus hombros ya cargados de preocupaciones.
Afortunadamente, podía contar con su hermano Lou y su alegría contagiosa. Lou intentaba mantener sus ánimos arriba, aunque ella podía sentir la tensión en sus padres cada vez que hablaban del futuro. La casa familiar, situada al borde del bosque y rodeada de campos de cultivo, se había convertido en su refugio. Los días de trabajo en el campo, recogiendo cosechas y cuidando de los animales, eran una distracción bienvenida, aunque también un recordatorio de todo lo que había perdido.
Lou, con su energía inagotable, hacía todo lo posible para animar a su hermana —Mira, Lucía, hice este adorno con hojas para ti— decía mientras le entregaba una guirnalda hecha de hojas otoñales —¿No es bonito? También vi una ardilla muy peluda preparándose para el invierno. ¡Se veía tan graciosa!
Lucía sonreía ante los esfuerzos de su hermano —Gracias, Lou. Es hermoso. Y me encantaría ver a esa ardilla algún día— Sus palabras eran sinceras, aunque su corazón seguía pesado.
Lou no mencionaba el tema de la ceremonia, pero Lucía sabía que también lo afectaba. La tristeza en los ojos de sus padres cuando creían que ella no los veía, los suspiros silenciosos durante la cena, y la forma en que la gente los trataba en el mercado, todo indicaba el impacto que la situación tenía en su familia.
A pesar de todo, Lucía se aferraba a los momentos de paz y alegría que Lou le brindaba. Los días eran difíciles, pero los pequeños gestos de su hermano, como los adornos con hojas o sus comentarios sobre el clima, le recordaban que aún había belleza y esperanza en el mundo —Vamos, Lou— dijo un día mientras se preparaban para salir al campo —Hoy va a ser un buen día. Trabajaremos duro y luego podremos descansar juntos.
Lou asintió con entusiasmo, y juntos salieron de la casa, listos para enfrentar otro día con la fuerza y la determinación que solo el amor familiar puede brindar.
Después de un largo y extenuante día, Lucía se encontraba en su cama, intentando dormir. Pero su mente no le daba tregua. Las palabras susurradas de sus padres sobre el futuro de Lou y cómo su propia situación podría afectarlo resonaban en su cabeza. Incapaz de encontrar descanso, se levantó, se envolvió en una manta cálida y salió de la casa. La fría brisa nocturna le golpeó el rostro, despejando un poco su mente.
La colina detrás de su casa siempre había sido su lugar de refugio, un rincón donde podía pensar y sentir algo de paz. Subió lentamente, disfrutando del crujir de las hojas secas bajo sus pies y el suave resplandor de la luna iluminando el camino. Al llegar a la cima, se sentó en una roca grande y miró las luces parpadeantes del pueblo a lo lejos.
Recordó la conversación que había escuchado entre sus padres esa tarde. “¿Qué pasará con Lou si las cosas no mejoran?” había dicho su madre, su voz cargada de preocupación. “Si Lucía sigue siendo rechazada, ¿cómo afectará eso a su transformación?”
“Lou muestra todos los signos de que será un hombre lobo fuerte,” respondió su padre. “Pero tener una hermana marcada como paria podría ser un obstáculo. No sé qué hacer. ¿Deberíamos enviarla lejos? ¿Mantener a Lou apartado de ella?”
Lucía había escuchado esto en silencio, sintiéndose herida y atrapada. ¿Cómo podría ser ella la causa del sufrimiento de su hermano? Lou, con su espíritu alegre y su futuro prometedor, no merecía cargar con las consecuencias de algo que él no había provocado.
Sentada en la colina, las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. El peso de las acusaciones del pueblo y el dolor de ser considerada una amenaza para su propia familia era demasiado para soportar. Los murmullos maliciosos de los aldeanos aún resonaban en sus oídos. "Ella arruinó la ceremonia," "Federica está encerrada en su casa por culpa de Lucía," "¿Qué hizo para que el lobo la eligiera a ella?"
Lucía apretó la manta contra su cuerpo, buscando consuelo en el calor que le proporcionaba. Miró al cielo estrellado, preguntándose cómo podría cambiar su situación. No quería ser una carga para su familia ni una paria para el pueblo. Solo quería encontrar un camino para redimirse y proteger a Lou.
Ella no conocía mucho a Federica más allá de que era la chica admirada por todo el pueblo. Lucía siempre había estado demasiado ocupada cuidando de su hermano menor y ayudando en casa para que sus padres no se sintieran tan agobiados. Ahora, con todo el pueblo en su contra, su vida se había convertido en un verdadero desastre.
Mientras se debatía en qué hacer, escuchó el sonido de una rama rompiéndose. Preocupada de que fuera algún animal salvaje, se giró rápidamente y se encontró, para su sorpresa, con Áster, la causa de todos sus problemas. La luz de la luna iluminaba sus rostros, revelando el cansancio y las ojeras en ambos.
—¡Tú!— dijo Lucía levantándose de golpe.
—Yo— respondió Áster con voz firme pero fatigada. Ambos se miraron fijamente, Lucía con ganas de preguntar por qué su lobo había caminado hacia ella, arruinando todo.
Áster fue el primero en romper el silencio. Con una voz pesada y grave, preguntó —Ese día... ¿hiciste algo en particular?, ¿Usaste algún tipo de perfume o algo que explique por qué, transformado en lobo, fui hacia ti?
Lucía, apretando los dientes en un intento de controlar su enojo, respondió —Estoy cansada de repetir que no hice nada. ¿Por qué crees que lo haría?
Áster respondió con frustración —No lo sé... Tal vez porque soy el siguiente líder del pueblo?
Lucía sintió cómo la ira la consumía — ¿Realmente crees que arruinaría toda mi vida solo por ser la pareja del líder del pueblo? Deberías entender, Áster, que el mundo no gira a tu alrededor. Si yo tuviera que estar orbitando a alguien, sería a mi hermanito menor. Es la única persona por la cual haría lo que sea— se exasperó ella, sus ojos brillando con furia contenida.
Áster, aun viéndola con desconfianza, y sintiendo una punzada molesta ante la declaración preguntó —¿Estás segura de que no hiciste nada?
—¡No hice nada, lo juro!— exclamó Lucía, su voz quebrándose por la mezcla de frustración y desesperación —¡Y esto es lo que todos piensan de mí!— Luego se volvió a sentar en su lugar, acurrucándose sobre sus piernas y ajustando la manta sobre sus hombros para protegerse del frío que ya empezaba a sentirse.
Áster solo suspiró, pasando una mano por su cabello con un gesto de desesperación —Entonces no entiendo qué es lo que pasó— murmuró para sí mismo, su voz apenas audible.
El enfado de Lucía era palpable, tenía ganas de desahogar su ira, pero aun así luchaba por contenerse. El cielo estaba despejado, y la luna llena arrojaba una luz plateada sobre la colina detrás de su casa, creando sombras largas y misteriosas. El aire frío de la noche acariciaba su piel, haciéndola temblar levemente.
—¿Realmente crees que arruinaría toda mi vida solo por ser la pareja del líder del pueblo? —dijo Lucía, su voz temblando con una mezcla de furia y dolor—. Deberías entender, Áster, que el mundo no gira a tu alrededor, y si yo tuviera que estar orbitando a alguien, sería a mi hermanito menor. Es la única persona por la cual haría lo que sea.
Áster, con el rostro endurecido por la desconfianza y sintiendo una punzada en el estómago sin ninguna razón, preguntó —¿Estás segura de que no hiciste nada?
Lucía sintió un nudo en la garganta. Las lágrimas amenazaban con brotar, pero se negó a mostrarse débil ante él. —¡No hice nada, lo juro! ¡lo peor es que todos en este pueblo piensan que hice algo! —dijo, su voz quebrándose al final. Luego se volvió a sentar en su lugar, abrazando sus piernas y cubriéndose con la manta. El frío de la noche parecía intensificarse, haciendo que su cuerpo temblara involuntariamente.
Áster solo suspiró, pasándose una mano por el cabello desordenado. Miró al cielo estrellado, como buscando respuestas entre las constelaciones. —Entonces no entiendo qué es lo que pasó —murmuró para sí mismo, su voz apenas audible.
Ella, sintiendo el peso de todo lo que había ocurrido, bajó la mirada hacia el suelo cubierto de hojas caídas. El susurro del viento en los árboles y el crujido de las ramas rompían el silencio incómodo. Áster, por su parte, parecía perdido en sus propios pensamientos, luchando por encontrar una explicación.
Lucía, escuchando eso, dijo —Pues si tú no lo sabes, menos los demás. Se supone que deberías saberlo, ¿no?Áster suspiró profundamente, mirando a la distancia como si buscara respuestas en la oscuridad de la noche. —No es tan simple. Cuando me transformo en lobo, es como si mis instintos tomaran control sobre mí. Como si no fuera yo mismo. Al menos cuando me transformo en mi forma híbrida de combate, mantengo un poco mi raciocinio, pero nunca me había pasado que cuando me transformo en lobo, no sepa controlarme.El viento soplaba suavemente, haciendo crujir las hojas secas bajo sus pies. Lucía, envuelta en su manta, pensó en lo que Áster había dicho y respondió —¿Es como si estuvieras viviendo dentro de ti con otra existencia?Áster asintió lentamente, su rostro ensombrecido por la preocupación. —Sí, mi lobo es como si fuera otro ser individua pero al mismo tiempo es parte de mí, es difícil de explicar.Lucía continuó, su voz apenas un susurro —Entonces le agrado a tu lobo, y es por e
Entrada la noche Fausto, un hombre robusto con cabello largo atado en una coleta baja y una barba espesa, regresaba a su cabaña en lo profundo del bosque tras una jornada de caza. El día había sido más largo de lo habitual debido a su visita al pueblo cercano para comerciar la caza de las últimas semanas. Ahora, con el invierno instalado, las presas escaseaban y solo quedaba esperar a que la primavera trajera consigo tiempos más fructíferos, pero él no se preocupaba tanto ya que siempre estaba preparado, sin embargo el solo quedarse en casa no le gustaba tanto así que seguía su rutina solo para no hastiarse de quedarse en casa.Mientras caminaba por el borde del lago bajo un gran pino, Fausto notó algo inusual, una grieta en el hielo y más allá, un bulto apenas visible. Como alguien con sentido del deber, consideró seriamente la posibilidad de que alguien hubiera caído al lago y necesitara ayuda urgente. No podía simplemente ignorarlo.Siguiendo su instinto, se acercó con paso firme y
El hombre era muy cuidadoso cuando elaboraba sus conservas y encurtidos. Fausto seguía meticulosamente las recetas que había aprendido de su abuela, asegurándose de que cada frasco estuviera perfectamente sellado y almacenado. Este meticuloso enfoque también se reflejaba en su trato hacia Lucía. Aunque no era un experto en las artes culinarias, Lucía rápidamente ganó su admiración con sus habilidades en la cocina. Había practicado tanto cocinando para sus padres y su hermano Lou que su comida tenía un sabor casero y reconfortante. La primera vez que Fausto probó un bocado de uno de sus guisos, quedó fascinado. —Esto es increíble, Lucía —dijo Fausto una noche, después de saborear una sopa espesa y caliente—. No recuerdo la última vez que disfruté tanto una comida. Lucía sonrió, sintiendo una calidez interior que no solo provenía de la chimenea—. Me alegra que le guste, señor Fausto. Es un placer cocinar para alguien que lo aprecia. El tiempo pasó entre una rutinaria convivencia tranq
Lucía, con nuevos ánimos, y dando la bienvenida a un nuevo día dijo muy emocionada —Bien, si eso es lo que tú dices, así será. ¿Y ahora qué hacemos? —preguntó a Fausto, su voz llena de entusiasmo y curiosidad. Fausto, alistando las cosas que usaba para cazar, una gran mochila y poniéndose un abrigo grueso, dijo —Bueno, lo primero es lo primero. Te voy a enseñar cómo guiarte en el bosque. Podemos aprovechar ahora. Lucía, emocionada, respondió —¿En serio? Él asintió con una sonrisa y continuó —Sí, claro. Mira, primero es importante reconocer ciertas cosas. Además, podemos tomarlo como un paseo, ¿no te parece? Ella asintió emocionada. Se abrigó mejor, y ambos salieron fuera de la casa para dar un paseo. El aire fresco de la primavera la recibió con una brisa suave, y los rayos del sol filtrándose a través de las ramas aún desnudas de los árboles creaban un ambiente lleno de vida. Caminaron juntos por el sendero que se adentraba en el bosque. Fausto, con una tranquilidad y seguridad qu
En el aislado pueblo natal de Lucía, el invierno había sido especialmente cruel. Las continuas nevadas y las bajas temperaturas habían hecho que la vida cotidiana fuera un desafío constante. La familia de Lucía, angustiada por su desaparición, había iniciado una búsqueda desesperada. Las gélidas ráfagas de viento y la nieve que se acumulaba sin cesar dificultaban cada esfuerzo. Con el paso de los días, la esperanza se desvanecía. —¿Dónde estará? —se preguntaba Clara, la madre de Lucía, mientras miraba por la ventana, su aliento formando pequeñas nubes en el vidrio helado. —No lo sé, pero no podemos rendirnos —respondía Pascual, su esposo, tratando de sonar más seguro de lo que se sentía. El pequeño Lou, se había convertido en el más afectado por la desaparición de su hermana. La nota que Lucía le había dejado era su único consuelo. "Volveré, te lo prometo", había escrito, pero esas palabras no llenaban el vacío que sentía. Pasaba horas en su habitación, mirando la nota una y otra ve
Para Lucía, los días venideros, especialmente aquellos de la primavera, fueron los mejores de su vida. Fausto le enseñó de forma muy cuidadosa y detallada cómo guiarse por el bosque, entendiendo que a veces podía ser traicionero. Los árboles se llenaban de hojas verdes, y el canto de los pájaros resonaba en el aire fresco. Los rayos del sol se filtraban a través del follaje, creando un mosaico de luces y sombras en el suelo del bosque. —Mira, Lucía, estas marcas en los árboles te indican la dirección hacia el norte —dijo Fausto, señalando unas pequeñas incisiones en la corteza—. Siempre presta atención a estos detalles. El bosque puede ser engañoso, pero con práctica aprenderás a leerlo. —Es increíble cómo todo parece tener un propósito aquí —respondió Lucía, maravillada por la sabiduría oculta en la naturaleza. También visitaron algunos pueblos no tan lejanos, ya que ella no estaba preparada para un viaje largo, pero así podía conocer un poco y aprender a guiarse. Los pueblos tenía
Era curioso cómo, durante la charla entre ellos, se llegó al punto en que Loreta le dijo que se veía mucho más animado de lo usual.—Fausto, te ves diferente —comentó ella con una sonrisa cálida mientras servía té en tazas de porcelana—. Mucho más animado que antes. Parece que la vida en el bosque te ha hecho bien.Fausto, sorprendido por el comentario, se quedó un momento en silencio. Era verdad que se sentía diferente, más vivo y menos hosco que en los tiempos de soledad —Supongo que es así —respondió Fausto, mirando su taza de té. Luego levantó la vista y le sonrió—. He estado más ocupado últimamente, viajando más seguido de lo usual. Loreta lo miró con interés, sus ojos brillando con una mezcla de curiosidad y alegría —Me alegra escuchar eso. Sigue haciendo lo que sea que estés haciendo. Te hace bien. Fausto asintió, pensando en Lucía. Era ella quien había traído este cambio a su vida. Su presencia había llenado el vacío de su corazón, haciéndole sentir acompañado y comprendido.
Después de todo lo que ellos dos dijeron “sin querer”, el volver a encontrarse a la hora de la cena fue un tanto incómodo. La mesa estaba puesta con esmero, los platos humeantes y la luz de las velas creando un ambiente acogedor. Sin embargo, el aire entre ellos estaba cargado de tensión, vergüenza y nerviosismo por las confesiones que habían compartido.Lucía y Fausto se sentaron uno frente al otro, sus miradas evitando encontrarse demasiado tiempo. El sonido de los cubiertos contra los platos parecía más fuerte de lo habitual, llenando el silencio que se había instalado entre ellos.—La cena esta deliciosa, Lucía —dijo Fausto finalmente, rompiendo el incómodo silencio. Su voz tenía un tono amable, pero había una leve vacilación.—Gracias —respondió Lucía, sonriendo tímidamente —Preparé tu guiso favorito.Fausto, mientras comía, reflexionaba sobre las palabras que había compartido con Lucía. Aunque se sentía avergonzado, también estaba aliviado de haber