La noche estaba en su punto más oscuro cuando Áster se deslizó por las sombras hasta la casa de Fausto. El aire estaba denso, y el leve crujido de sus pasos sobre las hojas secas parecía resonar más de lo normal en el silencio. Al llegar a la puerta de Fausto, Áster golpeó suavemente. El sonido fue apenas un susurro en la quietud de la noche. No hubo necesidad de esperar mucho antes de que la puerta se abriera, y Fausto apareció en el umbral.
—Entra —murmuró Fausto, apartándose para dejarle espacio.
Áster asintió y cruzó el umbral, sintiendo la atmósfera opresiva que siempre parecía rodear la casa de Fausto.
—¿Y bien? —preguntó Fausto mientras caminaba hacia una pequeña mesa donde había dejado un frasco de vidrio. La luz de una vela parpadeante bailaba en sus manos mientras manipulaba el frasco, como s
El aire era frío y cortante, y la sensación de urgencia se mezclaba con una inquietud que Fausto había intentado reprimir desde que todo comenzó. Cada paso que daba hacia la puerta de Lucía le hacía sentirse más ansioso, más envuelto en el sentimientos de anticipación.Áster le había dado la señal hacía unos minutos: el tiempo indicado había pasado. El afrodisíaco que le suministró a Lucía ya debía haber comenzado a hacer efecto, y Fausto sabía que no había vuelta atrás. Se detuvo frente a la puerta, su respiración se aceleró levemente mientras sus pensamientos comenzaban a dispersarse. Recordaba el rostro de Lucía en sus momentos felices, pero ahora todo se sentía distorsionado, manchado por la desesperación que él mismo había cultivado.Con una precisión casi cl&iacut
Él había dejado la bandeja de comida en una mesa cercana, pero sus palabras resonaban en el aire mucho más que el ruido de los objetos. Cerró la puerta con un sonido sordo y frío, que hizo eco en la cabeza de Lucía, quedando solos ella y él.—Es precisamente eso —murmuró Áster, con la voz apagada, como si tratara de encontrar las palabras correctas—. Yo ya estaba cansado de esa vida... No te malentiendas, me gustaba... era agradable al inicio. Pero con el paso del tiempo... ya no pude reprimir mis impulsos... —Su mirada se oscureció aún más, y su tono se tornó más grave—. El lobo que llevo dentro, Lucía... No puedes entender lo que es... Hice lo imposible, lo reprimía noche tras noche, pero tarde o temprano, esto iba a pasar y lo sabía.Lucía lo observaba, sus ojos llenos de confusión y lágrimas conten
Áster y Fausto se encargaban de la seguridad de la casa con una atención casi obsesiva. Las amenazas de los hombres lobo habían aumentado, cada vez más feroces, atacando a los pobladores en las sombras de la noche. Áster, siendo el hombre lobo Alfa, no tenía más opción que enfrentar a los agresores, defendiendo tanto su posición como a los inocentes. Cada pelea terminaba con bajas, y los rumores sobre sus hazañas circulaban rápidamente, creando un mito en torno a él.Mientras Áster se encargaba de las peleas, Fausto se mantenía cerca, siempre alerta, aunque su mente a menudo vagaba hacia Lucía, quien lo esperaba en casa. El conflicto interno lo carcomía. El lazo que tenía con Áster era tan complejo como tenso, y la creciente cercanía entre ambos había llamado la atención de Loreta, la madre de Áster.Esa tarde, Loreta
—No puedo... —dijo finalmente, su voz apenas un susurro entre los crujidos de la casa—. No puedo dejarte ir, Lucía.Su mano, grande y áspera, se posaba sobre la cabeza de Lucía con un toque inusualmente delicado, casi reverente. La cercanía de su presencia imponía un peso emocional que Lucía no podía sacudir. Cuando apartó un mechón de cabello de su rostro y lo acomodó detrás de su oreja teniendo cuidado con su garra para no lastimarla.—Lucía —susurró Áster, su voz grave con un tono que intentaba parecer conciliador, pero que no podía ocultar el subtexto —. Si te ayudo a salir de aquí, ¿podrías darme algo a cambio?Lucía se estremeció por dentro. Su mente estaba en un torbellino de pensamientos, el pánico mezclándose con una tenue esperanza. Las paredes a su alrededor parec&
El sol caía lentamente sobre el horizonte cuando Lou y sus padres llegaron al pueblo. Las calles, tranquilas y bañadas en la suave luz dorada del atardecer, parecían acogedoras después de dos semanas fuera. Ferus, lleno de energía y con los ojos brillantes de emoción, no podía esperar más para ver a su madre. Aunque había disfrutado cada momento de su viaje, el pequeño de seis años aún tenía ese sentimiento punzante de extrañar a Lucía.Ferus tiraba con fuerza de la mano de Lou, apurándolo.—¡Vamos, tío Lou! ¡Quiero ver a mamá!Lou sonrió levemente, su propio cansancio suavizado por la energía contagiosa de su sobrino.—Ya casi llegamos —respondió Lou, tratando de calmar la impaciencia del pequeño.Cuando llegaron, la casa de Lucía parecía igual de tranquila
Áster, todavía de pie en la puerta, lo observó en silencio, pero no había dureza en su mirada.Los pensamientos giraban en su cabeza, volviendo una y otra vez a Lucía. Algo estaba ocurriendo, y aunque no sabía qué, lo sentía en los huesos: su hermana estaba en peligro, y la clave estaba en Fausto.—Mira, si sigues insistiendo en esto ahora, no te va a ir bien —advirtió Áster, su voz fría como el viento que atravesaba el bosque—. Y lo peor es que... no querrás que el pequeño Ferus se sienta triste porque su tío está herido, ¿verdad?El corazón de Lou se tensó al escuchar el nombre de su sobrino.—¿Eso es una amenaza? —preguntó, su tono era bajo pero cargado de desafío. En su pecho sentía la presión creciente de la ira y la impotencia, un cóctel explosivo que hac
Dos años después.“Es irónico, ¿verdad?” se dijo a sí mismo, el tono de su voz cargado de una mezcla de desdén y resignación.Lou siempre había creído que la vida, aunque complicada, tenía una lógica interna, un orden que, a pesar de todo, se mantenía. Pero desde que las cosas habían cambiado dos años atrás, esa lógica se había vuelto una farsa cruel. Los acontecimientos que habían transformado su mundo le parecían absurdos, una retorcida broma del destino.Jamás en su vida, ni en sus pensamientos más oscuros, se hubiera imaginado a Áster y Fausto trabajando juntos por un mismo objetivo. ¡Por los dioses!, si al menos hubieran hecho algo noble, algo que beneficiara a los demás, como ayudar al pueblo o aportar algo valioso a la sociedad, entonces Lou podría haber encontrado algo de
Era inicios de otoño, y en medio de un bosque florecía un pequeño pueblo rústico donde todos se conocían y guardaban un gran sentido de compañerismo. Las hojas de los árboles empezaban a teñirse de tonos dorados y rojizos, creando un paisaje pintoresco y nostálgico. El aire fresco traía consigo el aroma de la tierra húmeda y las chimeneas comenzaban a soltar su característico humo blanco al atardecer.Ese día iba a darse inicio a una festividad muy esperada: la elección de la compañera del hijo del jefe de la aldea. Áster, de 28 años, había crecido bajo la atenta mirada de sus padres y el cariño del pueblo entero. Era conocido por su carácter amable, aunque también había quienes lo consideraban algo distante y reservado.Áster caminaba por la plaza del pueblo, donde los aldeanos ya estaban preparando los adornos para la ceremonia. Las mesas estaban cubiertas con manteles coloridos y algunos adornos.—Nunca imaginé que este día llegaría tan rápido —comentó Áster a su amigo Teo, mientra