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El trinar de las aves: Novena parte.

Los días para Fausto se habían convertido en una interminable rutina de horas lentas, donde el silencio en la casa lo envolvía como una pesada manta que no podía apartar. El sol apenas asomaba cada mañana, y ya sentía el peso del día, sabiendo que la ausencia de Lucía y Ferus le golpeaba con cada amanecer. Sin ellos, la casa que alguna vez había sido su refugio se sentía hueca, un eco de la soledad y el vacío que se agitaba en su interior.

El viento soplaba suavemente por las ventanas abiertas, moviendo las cortinas desgastadas que Lucía había elegido con tanto cariño. El crujir de la madera bajo sus pies resonaba en la sala vacía. Cada rincón que Fausto había ignorado, cada mueble que había tratado con indiferencia, ahora se destacaba en su vista, lleno de los recuerdos que él no había sabido apreciar.

Se levantaba temprano y se ocupaba en tareas que antes le parecían triviales. Arreglaba cosas por la casa, reparaba muebles viejos, barría el polvo que se acumulaba en los rincones. Er
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