El trinar de las aves: Octava parte.

Pero aun no perdió la esperanza, se levantó de su lecho de autocompasión y fue rápidamente al pueblo Ciprés a la casa de la familia de Lucía, cuando llego toco la puerta de la casa y quien lo recibió fue Lou que sin rodeos le dijo lo que había pasado. Fausto sentía como su corazón golpeaba contra su pecho mientras intentaba procesar las palabras de Lou. Estaban parados en el borde del bosque, donde el aire fresco apenas mitigaba la tensión que se cernía sobre ellos. El cielo gris parecía presagiar una tormenta, y las hojas crujían bajo sus pies, creando un sonido monótono que solo intensificaba el malestar en el ambiente.

Lou lo observaba con los brazos cruzados, su rostro severo y su mirada llena de una mezcla de lástima y desprecio. Fausto, atrapado en una maraña de emociones, respiró profundamente tratando de calmarse, aunque sentía que cada respiración era más pesada que la anterior.

—¿Cómo que se fue? —repitió en un susurro, como si necesitara escuchar la confirmación una vez más
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