Ruiseñor: Octava parte.

Fausto bajó la cabeza, sintiendo la tensión en sus hombros y el peso de sus propias palabras. Todo parecía distante, como si la realidad misma se estuviera desmoronando alrededor de él. Alzó la mirada buscando algo en el rostro de Lucía, alguna señal de comprensión, pero no encontró más que una tristeza resignada.

—Por favor, déjame explicarte... —comenzó con la voz rota, consciente de lo inútil que eran sus esfuerzos. A su alrededor, las sombras se alargaban, cubriendo el suelo con una manta de oscuridad, mientras el aire fresco de la tarde descendía sobre ellos.

Lucía permanecía quieta, observándolo como si lo estuviera viendo desde lejos, aunque no dejaba de estar presente. Las palabras de Fausto parecían chocar contra un muro invisible, incapaces de traspasar la barrera que ella había levantado. Sabía que él

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