Áster intentaba concentrarse en el sonido del viento, en los pequeños ruidos del bosque, pero todo lo que oía era la voz de Fausto, insidiosa, martillando en su mente.
—Ella nunca te amará, ya lo sabes, ¿no? —La voz de Fausto fue como un látigo que golpeó directamente el corazón de Áster.
Áster apretó la mandíbula, resistiendo el impulso de responder. Claro que lo sabía. Cada fibra de su ser lo sabía, lo había aceptado desde hace tiempo, aunque el dolor persistiera. Dolía tanto que, en ocasiones, sentía que le faltaba el aire, como si ese conocimiento lo estuviera ahogando lentamente. Y ahora Fausto, ese miserable, estaba hurgando en la herida como si disfrutara viendo su sufrimiento. Áster lo miró con los ojos entrecerrados, intentando controlar el nudo de rabia que se formaba en su pecho.
—Sabes que tengo razón —insistió Fausto, con una sonrisa retorcida que parecía disfrutar del tormento que causaba.
Por dentro, Áster sentía que algo se quebraba. Las p
—Entonces... —comenzó Áster, rompiendo el silencio—. ¿Tu objetivo final es que Lucía nos acepte, verdad?El tono de su voz delataba la cierto grado de duda que lo carcomía por dentro, aunque Fausto claramente pareció notarlo sin embargo opto por ignorarlo. Solo necesitaba presionar un poco más.—Sí, ese es el objetivo —respondió Fausto con una calma que parecía fuera de lugar en medio de todo lo que habría propuesto—. No se trata solo de tenerla cerca, Áster. Hablo de poseerla en todos los sentidos... de compartirla en el aspecto más íntimo posible.El estómago de Áster se revolvió ante las palabras. Se detuvo un momento, intentando procesar lo que acababa de escuchar. Era como necesitara escuchar nuevamente lo que harían.—¿Quieres decir que tú y yo... haríamos el amor
Lucía cerró los ojos un instante, buscando la calma que parecía escapársele entre los dedos. Pero la calma era un lujo que no podía permitirse cuando Loreta estaba tan dispuesta a invadir su espacio una vez más. Se giró hacia ella, con la tensión clara en su mandíbula.—Loreta, por favor —dijo, su voz más firme ahora—. Sé que intentas ser amable y una gran persona, pero... ya llegué a mi límite. Desde que llegamos aquí, vienes casi todos los días, te metes en todo, y quieres hacer las cosas a tu manera. Necesito mi espacio.Loreta se detuvo por un instante, con las manos todavía sosteniendo una patata a medio pelar. Sus labios se fruncieron en una línea dura y sus ojos se entrecerraron. ¿Cómo podía Lucía rechazar su ayuda después de todo lo que ella había hecho? En su mente, la respuesta era s
El viaje de Fausto había sido largo, los caminos polvorientos lo llevaron lejos de su zona habitual, guiado por rumores que había escuchado en tabernas llenas de humo. Se trataba de un boticario excéntrico que había ganado fama por sus descubrimientos sobre una raíz conocida como Alas de Angel.El pueblo donde se encontraba el boticario era más grande de lo que Fausto esperaba. La plaza principal estaba rodeada de mercados coloridos y comerciantes bulliciosos. Fausto, sin embargo, apenas notaba los detalles, pues su mente estaba consumida por pensamientos que revoloteaban como un enjambre de abejas.Al llegar a la tienda del boticario, un lugar escondido entre callejones estrechos y llenos de vida, Fausto suspiró con alivio al ver el letrero. El interior era acogedor pero caótico; estanterías llenas de frascos etiquetados en lenguajes que no reconocía, el aroma penetrante de hierbas secas fl
La noche estaba en su punto más oscuro cuando Áster se deslizó por las sombras hasta la casa de Fausto. El aire estaba denso, y el leve crujido de sus pasos sobre las hojas secas parecía resonar más de lo normal en el silencio. Al llegar a la puerta de Fausto, Áster golpeó suavemente. El sonido fue apenas un susurro en la quietud de la noche. No hubo necesidad de esperar mucho antes de que la puerta se abriera, y Fausto apareció en el umbral.—Entra —murmuró Fausto, apartándose para dejarle espacio.Áster asintió y cruzó el umbral, sintiendo la atmósfera opresiva que siempre parecía rodear la casa de Fausto.—¿Y bien? —preguntó Fausto mientras caminaba hacia una pequeña mesa donde había dejado un frasco de vidrio. La luz de una vela parpadeante bailaba en sus manos mientras manipulaba el frasco, como s
El aire era frío y cortante, y la sensación de urgencia se mezclaba con una inquietud que Fausto había intentado reprimir desde que todo comenzó. Cada paso que daba hacia la puerta de Lucía le hacía sentirse más ansioso, más envuelto en el sentimientos de anticipación.Áster le había dado la señal hacía unos minutos: el tiempo indicado había pasado. El afrodisíaco que le suministró a Lucía ya debía haber comenzado a hacer efecto, y Fausto sabía que no había vuelta atrás. Se detuvo frente a la puerta, su respiración se aceleró levemente mientras sus pensamientos comenzaban a dispersarse. Recordaba el rostro de Lucía en sus momentos felices, pero ahora todo se sentía distorsionado, manchado por la desesperación que él mismo había cultivado.Con una precisión casi cl&iacut
Él había dejado la bandeja de comida en una mesa cercana, pero sus palabras resonaban en el aire mucho más que el ruido de los objetos. Cerró la puerta con un sonido sordo y frío, que hizo eco en la cabeza de Lucía, quedando solos ella y él.—Es precisamente eso —murmuró Áster, con la voz apagada, como si tratara de encontrar las palabras correctas—. Yo ya estaba cansado de esa vida... No te malentiendas, me gustaba... era agradable al inicio. Pero con el paso del tiempo... ya no pude reprimir mis impulsos... —Su mirada se oscureció aún más, y su tono se tornó más grave—. El lobo que llevo dentro, Lucía... No puedes entender lo que es... Hice lo imposible, lo reprimía noche tras noche, pero tarde o temprano, esto iba a pasar y lo sabía.Lucía lo observaba, sus ojos llenos de confusión y lágrimas conten
Áster y Fausto se encargaban de la seguridad de la casa con una atención casi obsesiva. Las amenazas de los hombres lobo habían aumentado, cada vez más feroces, atacando a los pobladores en las sombras de la noche. Áster, siendo el hombre lobo Alfa, no tenía más opción que enfrentar a los agresores, defendiendo tanto su posición como a los inocentes. Cada pelea terminaba con bajas, y los rumores sobre sus hazañas circulaban rápidamente, creando un mito en torno a él.Mientras Áster se encargaba de las peleas, Fausto se mantenía cerca, siempre alerta, aunque su mente a menudo vagaba hacia Lucía, quien lo esperaba en casa. El conflicto interno lo carcomía. El lazo que tenía con Áster era tan complejo como tenso, y la creciente cercanía entre ambos había llamado la atención de Loreta, la madre de Áster.Esa tarde, Loreta
—No puedo... —dijo finalmente, su voz apenas un susurro entre los crujidos de la casa—. No puedo dejarte ir, Lucía.Su mano, grande y áspera, se posaba sobre la cabeza de Lucía con un toque inusualmente delicado, casi reverente. La cercanía de su presencia imponía un peso emocional que Lucía no podía sacudir. Cuando apartó un mechón de cabello de su rostro y lo acomodó detrás de su oreja teniendo cuidado con su garra para no lastimarla.—Lucía —susurró Áster, su voz grave con un tono que intentaba parecer conciliador, pero que no podía ocultar el subtexto —. Si te ayudo a salir de aquí, ¿podrías darme algo a cambio?Lucía se estremeció por dentro. Su mente estaba en un torbellino de pensamientos, el pánico mezclándose con una tenue esperanza. Las paredes a su alrededor parec&