La habitación donde Áster despertó estaba cálida y acogedora, un contraste absoluto con el frío y la humedad del bosque. El suave crepitar de las llamas en el hogar llenaba el aire con un olor a madera quemada que tranquilizaba, pero al mismo tiempo lo confundía. El calor de la chimenea lo envolvía y, al abrir los ojos con torpeza, notó que Ferus dormía plácidamente sobre su vientre, su pequeña cabeza descansando en su pelaje enmarañado. El niño respiraba profundamente, ajeno a la tensión que impregnaba el espacio.Los sonidos de unos pasos suaves lo alertaron, y al levantar la vista, Áster vio a Lucía de pie frente a él. Su figura recortada por la luz de la hoguera parecía casi etérea. La miró con una mezcla de sorpresa y miedo. Sus ojos no mostraban ni rabia ni compasión, eran inexpresivos, como si todas las emociones se hubieran
Para Áster, recibir un espacio en esa casa era como un regalo divino. Nunca se lo habría imaginado. Cada vez que sus ojos recorrían el interior de la cabaña, su corazón se llenaba de una mezcla de gratitud y culpa. Lucía le había permitido quedarse, aunque su presencia seguía siendo una herida abierta en su vida. Mientras tanto, Ferus, completamente ajeno al conflicto emocional que se desarrollaba entre su madre y el hombre lobo, se aferraba a él con una devoción casi infantil, corriendo a su lado, acurrucándose en su cálido pelaje cada vez que tenía oportunidad.Esa noche, Lucía había preparado un estofado. El olor a carne de caza y jabalí llenaba el aire, denso y reconfortante, como si por un momento el aroma pudiese cubrir la amargura que Áster sentía dentro de sí. Se sentaron a la mesa, en un silencio que solo era interrumpido por el sonido
El follaje denso le resultaba familiar, cada camino era una vieja ruta redescubierta. Fausto había pasado gran parte de su juventud en estos bosques, cazando, recolectando plantas y ganándose el respeto de la gente del pueblo por su destreza. Pero esos días habían quedado atrás, sumergidos bajo la tormenta emocional que había traído Lucía a su vida. Sin embargo, ahora que pasaba más tiempo lejos de la casa y más cerca de la naturaleza, Fausto podía sentir cómo una parte de sí mismo despertaba, una parte que había olvidado.—"Alas de Ángel", qué nombre tan ridículo —murmuró para sí mismo mientras apartaba unas ramas para llegar a un claro donde sabía que esa planta crecía abundantemente.A pesar de que el nombre le arrancaba una sonrisa burlona cada vez que lo oía, no podía negar que la raíz se había convertido en una fuente inesperada de ingresos. Su forma larga y delgada, con una textura casi sedosa al tacto, no parecía tener nada especial a simple vista. Sin embargo, los boticarios
Pero aun no perdió la esperanza, se levantó de su lecho de autocompasión y fue rápidamente al pueblo Ciprés a la casa de la familia de Lucía, cuando llego toco la puerta de la casa y quien lo recibió fue Lou que sin rodeos le dijo lo que había pasado. Fausto sentía como su corazón golpeaba contra su pecho mientras intentaba procesar las palabras de Lou. Estaban parados en el borde del bosque, donde el aire fresco apenas mitigaba la tensión que se cernía sobre ellos. El cielo gris parecía presagiar una tormenta, y las hojas crujían bajo sus pies, creando un sonido monótono que solo intensificaba el malestar en el ambiente.Lou lo observaba con los brazos cruzados, su rostro severo y su mirada llena de una mezcla de lástima y desprecio. Fausto, atrapado en una maraña de emociones, respiró profundamente tratando de calmarse, aunque sentía que cada respiración era más pesada que la anterior.—¿Cómo que se fue? —repitió en un susurro, como si necesitara escuchar la confirmación una vez más
Los días para Fausto se habían convertido en una interminable rutina de horas lentas, donde el silencio en la casa lo envolvía como una pesada manta que no podía apartar. El sol apenas asomaba cada mañana, y ya sentía el peso del día, sabiendo que la ausencia de Lucía y Ferus le golpeaba con cada amanecer. Sin ellos, la casa que alguna vez había sido su refugio se sentía hueca, un eco de la soledad y el vacío que se agitaba en su interior.El viento soplaba suavemente por las ventanas abiertas, moviendo las cortinas desgastadas que Lucía había elegido con tanto cariño. El crujir de la madera bajo sus pies resonaba en la sala vacía. Cada rincón que Fausto había ignorado, cada mueble que había tratado con indiferencia, ahora se destacaba en su vista, lleno de los recuerdos que él no había sabido apreciar.Se levantaba temprano y se ocupaba en tareas que antes le parecían triviales. Arreglaba cosas por la casa, reparaba muebles viejos, barría el polvo que se acumulaba en los rincones. Er
Lucía se sentaba en la pequeña mesa de la cocina, iluminada por la luz cálida del sol que se filtraba a través de las cortinas de lino. La aguja de costura se deslizaba con facilidad por la tela entre sus manos, mientras sus pensamientos vagaban entre recuerdos y el presente. A su alrededor, el aire del pueblo parecía siempre lleno de calma. El sonido del viento entre los árboles y las voces distantes de los vecinos llegaban como un murmullo suave. Había encontrado, al menos por ahora, un lugar donde podía respirar sin sentirse ahogada por los fantasmas del pasado.Ferus jugaba en el patio, sus risas llenaban el ambiente. Su energía inagotable le daba a Lucía una mezcla de alegría y nostalgia. A veces, lo veía correr de un lado a otro aunque, en los primeros meses, Ferus solía llorar llamando a su padre por las noches, con el tiempo, su hijo comenzó a adaptarse a la vida que tenían ahora. Eso la tranquilizaba. Lo que más le importaba era el bienestar de su hijo, su felicidad, y en est
Áster comenzó con voz baja, casi como si dudara de lo que estaba a punto de decir:—Han estado sucediendo algunas cosas en Pueblo Ciprés... —Su mirada se perdió en el suelo de madera, sin atreverse a levantarla hacia Lucía.Lucía asintió lentamente. Ella había estado al tanto de la situación gracias a las cartas de su hermano Lou. Los problemas con los hombres lobo renegados eran cada vez más serios, y sabía que Áster, como hijo del anterior alfa, tenía una responsabilidad que simplemente no podía ignorar.—Sí, creo que sé a lo que te refieres —dijo ella con un suspiro, recordando las palabras inquietantes que Lou había compartido en su última carta—. Mi hermano me ha estado informando. Las cosas están peligrosas por esos hombres lobo renegados.Áster, con las orejas ligeramente caí
Áster y Ferus entraron prácticamente corriendo a la casa, y el pequeño prácticamente saltando de la emoción.Ferus no podía contenerse, sus ojos brillaban con una mezcla de curiosidad y entusiasmo mientras miraba a su madre. Lucía, quien estaba en la cocina preparando la cena, notó de inmediato el estado excitado de su hijo. Antes de que pudiera preguntar, Ferus ya había comenzado a hablar.—¡Mamá! ¡Áster me contó que puede transformarse! Pero necesita ropa porque... —hizo una pausa, recordando las palabras exactas de Áster—. ¡Porque no tiene ropa de humano!Lucía sonrió, conteniendo una risa suave. Sabía que este momento llegaría eventualmente. Sabía que Ferus siempre había sido un niño con una mente abierta, dispuesto a aceptar lo que otros podrían considerar extraño o ater