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El trinar de las aves: Cuarta parte.

La habitación donde Áster despertó estaba cálida y acogedora, un contraste absoluto con el frío y la humedad del bosque. El suave crepitar de las llamas en el hogar llenaba el aire con un olor a madera quemada que tranquilizaba, pero al mismo tiempo lo confundía. El calor de la chimenea lo envolvía y, al abrir los ojos con torpeza, notó que Ferus dormía plácidamente sobre su vientre, su pequeña cabeza descansando en su pelaje enmarañado. El niño respiraba profundamente, ajeno a la tensión que impregnaba el espacio.

Los sonidos de unos pasos suaves lo alertaron, y al levantar la vista, Áster vio a Lucía de pie frente a él. Su figura recortada por la luz de la hoguera parecía casi etérea. La miró con una mezcla de sorpresa y miedo. Sus ojos no mostraban ni rabia ni compasión, eran inexpresivos, como si todas las emociones se hubieran

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