El trinar de las aves: Segunda parte.

Era contradictorio su actuar, como si sus instintos o el cargo de conciencia pesaran más que cualquier decisión consciente que intentara tomar. Tal vez fue por eso que se quedó en el bosque, oculto entre las sombras de los árboles, observando a lo lejos cómo era la nueva vida de Lucía y su hijo Ferus.

El bosque era denso y vibrante, con una humedad constante que impregnaba el aire y el olor a tierra mojada flotaba en cada rincón. Los árboles se alzaban altos y gruesos, sus ramas entrelazándose en lo alto, creando un dosel de sombras que apenas dejaba pasar la luz. El susurro del viento entre las hojas y el crujir de las ramas bajo el peso de los animales que se movían furtivamente daban al lugar una sensación de vida perpetua.

Ferus, con su energía inagotable, se aventuraba por entre los árboles sin ningún tipo de miedo, sus risas resonando como campanas en el aire. Áster, escondida detrás de un roble gigante, lo observaba, su corazón lleno de un sentimiento que no sabía definir. Cada
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