ellos se niegan a aceptar lo que sienten, llena de celos drama y orgullo, lo que no les permite estar juntos, atravesaran todas sus dificultades y estar juntos ?
Ler maisEl ascensor subía lento. Demasiado lento.Valeria evitaba mirarse en el reflejo metálico. Su estómago era un nudo, y no por el café mal cargado que había tomado esa mañana. La noche anterior había dormido mal, con los recuerdos corriéndole como un río sucio por la mente.Liam la había visto. A ella… y a su madre.Y eso cambiaba todo.Las puertas se abrieron en el piso treinta y uno. Respiró hondo y salió con la cabeza alta, el paso firme, como si no estuviera luchando por mantener la compostura. Todos los pasillos se sentían más largos hoy.Cuando entró a su oficina, cerró la puerta con más fuerza de la necesaria y apoyó la frente contra la madera.—Maldita sea —murmuró.Se sentó frente a su escritorio e intentó abrir su laptop, pero sus dedos temblaban. La imagen de Liam observando a su madre, esa mezcla entre sorpresa y reconocimiento en su rostro… la estaba torturando.¿Qué sabía? ¿Hasta dónde había llegado su juicio?No era solo vergüenza. Era miedo. Porque Liam no era cualquier p
Y ahí estaba Valeria en el supermercado de la calle Génova era un lugar pequeño, pero muy surtido. Era de esos lugares que mezclaban frutas orgánicas con revistas viejas y una cajera que sabía todo de todos.Valeria no esperaba encontrarse a nadie. Mucho menos a él.Vestía casual jeans, zapatillas y una sudadera negra. Con el cabello recogido en una trenza floja. Apenas había salido a comprar café, pan y algo dulce para la abuela.—Pensé que eras una aparición.La voz la tomó por sorpresa. Giró, sujetando una bolsa de galletas.Allí estaba Liam Del Valle, en el pasillo cinco, entre los cereales y las infusiones, con una bolsa de papas en una mano y la otra en el bolsillo.Pero no llevaba traje. No era el ejecutivo perfecto de siempre. Jeans oscuros, camisa de botones blanca, chaqueta azul marino y zapatillas negras. El cabello algo desordenado. Casi… normal.—No me imaginaba que el dios del trono ejecutivo hacía sus compras —dijo ella, con una media sonrisa.—Tampoco yo imaginaba
El ascensor se detuvo en el piso treinta y uno con un leve tintineo. Las puertas se abrieron y Liam Del Valle salió con paso seguro, el celular en una mano y una taza de café en la otra. Vestía uno de sus trajes favoritos: negro azabache, perfectamente entallado, resaltando su musculosa figura y hacienndolo lucir Impecable, como siempre.Pero había algo le preocupaba y le quemaba en el fondo del estómago. Y no era el café.—Buenos días, señor Del Valle —saludó Teresa, la asistente de recepción del piso ejecutivo.—¿Está aquí ya la señorita Andrade?—Sí, llegó hace veinte minutos.Veinte minutos. Puntual. Como siempre. Solo que… hoy no era “como siempre”.Liam caminó hacia la sala de juntas con su porte habitual, pero al cruzar la puerta de vidrio, la vio. De espaldas. Sentada en una de las sillas, con la mirada clavada en su laptop. El cabello suelto caía como una cortina oscura sobre sus hombros. Vestía un blazer gris claro y una blusa blanca sin adornos. Sencilla. Correcta. Pero n
El hostal era pequeño, con pintura descascarada en las paredes y un letrero de “agua caliente” que parecía más un chiste cruel que una promesa. Valeria no tuvo que preguntar por la habitación; el recepcionista la miró con compasión apenas dijo su nombre y señaló el segundo piso.Cada escalón crujía bajo sus pasos.El pasillo olía a humedad y cigarrillos viejos. Cuando llegó frente a la puerta 204, dudó. Su mano temblaba levemente, no por miedo, sino por rabia contenida. Inspiró hondo. Luego golpeó dos veces.—¿Sí?Esa voz. Más grave, más cansada. Pero inconfundible.Valeria giró el picaporte y empujó.La habitación era austera: una cama individual, una silla rota y una maleta desgastada en un rincón. Sentada en el borde del colchón estaba Lucía Andrade, con el rostro bañado por la luz amarilla de un foco desnudo. El cabello más corto, algunas canas. Ojeras profundas, labios resecos. Y aún así, la misma belleza descuidada de una mujer que alguna vez fue irresistible.Los ojos de Lucía
La cafetería estaba casi vacía a esa hora, salvo por una pareja de universitarios acurrucados en el rincón y un hombre solitario leyendo el periódico. Valeria entró envuelta en un abrigo largo de color caramelo y una hernosa bufanda gris, con el rostro más tenso de lo que quería admitir.Allí estaba Leo. Sentado junto a la ventana, con una taza de café entre las manos y la pierna temblando con ese viejo tic que lo delataba cada vez que algo lo ponía nervioso.No se habían visto desde el cumpleaños número 18 de Leo. Una pelea estúpida sobre dinero, sobre lealtad, sobre quién cargaba con más peso en una familia que parecía deshacerse cada año un poco más.—Hola —dijo ella, plantándose frente a él.Leo levantó la vista. Su rostro había cambiado. Más duro, más apagado. Pero seguía siendo su hermano. O lo que quedaba de él.—Te ves bien —murmuró.—Tú no tanto.Él sonrió, con esa mezcla de tristeza y sarcasmo que siempre los había unido.—Siéntate, por favor. Esto… es raro para mí también.
La puerta del departamento se cerró con un golpe seco detrás de Valeria. Se quitó los tacones con un suspiro aliviado y dejó caer el bolso sobre la mesa. El eco del silencio fue lo primero que notó. La luz de la cocina estaba encendida, pero no había música ni aroma a café. Raro.—¿Abuela? —llamó.El ruido de la televisión llegó desde el cuarto, pero no hubo respuesta.Valeria caminó rápido, el corazón palpitándole en el pecho. Abrió la puerta del dormitorio y encontró a Doña Teresa recostada, pálida, con una expresión de agotamiento que no le gustaba nada.—Abuela, ¿qué pasa?—Solo estoy cansada, hija —murmuró—. Me dio un pequeño mareo. Pero ya se me pasó…—¿Te tomaste la presión? ¿Llamaste al doctor?—No quiero gastar en eso, Valeria. Ya bastante haces tú por mí…—No, abuela, no —replicó con fuerza, sentándose a su lado—. No digas eso. Tú me criaste, me diste todo cuando nadie más quiso hacerse cargo. No es “bastante”, es lo justo.Doña Teresa le acarició la mejilla con ternura.—Tú
El sonido de los tacones sobre el mármol resonaba como una advertencia mientras Valeria cruzaba el enorme salón del Hotel Imperial. Las lámparas de cristal colgaban como joyas del techo y la música suave de cuerdas llenaba el aire perfumado a éxito y falsedad. Valeria odiaba ese tipo de eventos. Demasiado brillo, demasiadas sonrisas vacías. Pero no podía permitirse no estar ahí. La gala anual de la Cámara de Empresarios de Alborada era el lugar donde se cerraban negocios importantes y se forjaban alianzas que valían millones. Aunque no estuviera invitada oficialmente, había logrado colarse gracias a una amiga que le debía un favor. Su vestido era negro, ceñido al cuerpo, elegante pero sin excesos. El cabello lo llevaba recogido en un moño desordenado que dejaba escapar algunos mechones rebeldes. Lo justo para verse profesional… y peligrosa. Tomó una copa de vino de una bandeja y buscó con la mirada algún rostro conocido. Necesitaba hablar con un par de inversores antes de que la
Un lujoso auto negro iba despacio por una de las calles de la zona residencial más lujosa de la cuidad en su interior estaba Liam, con un aspecto sombrío, pero pendiente de todo el camino, esas calles le recordaban a su infancia. De repente el auto se detuvo frente a un gran portón de hierro, Había llegado a la antigua casona familiar El portón de hierro se abrió con un chirrido apenas audible cuando el auto negro cruzó el largo camino de piedra que conducía a la antigua casona Del Valle. La construcción, una mezcla elegante de estilo colonial y modernismo frío, se alzaba imponente en medio de los jardines cuidados con obsesiva perfección. Cada detalle hablaba de poder. Y sin embargo, a Liam le parecía un mausoleo.El chofer detuvo el auto y bajó para abrirle la puerta, pero Liam ya había salido. No esperaba que le sirvieran. No aquí.Al entrar, fue recibido por el eco. La casa olía a madera encerada, a flores recién cortadas, y a distancia. Todo estaba limpio. Todo estaba intacto
Desde lo mas alto del edificio Del Valle, Liam estaba distraído mientras observaba la ciudad a través del ventanal de su oficina. Tenía las manos en los bolsillos y el ceño ligeramente fruncido. lo que hacia que emanara de el un aura de elegancia y sofisticacion realzando su belleza natural. El sol que ya se había rendido ante las nubes, tiñendo el cielo de un gris metálico que combinaba a la perfección con su estado de ánimo.En su cabeza solo resonaba un nombre, común pero difícil de olvidar Valeria Andrade.El nombre resonaba en su mente desde que ella había cerrado la puerta con la cabeza en alto y el ego intacto. No era lo que esperaba. De hecho, no era lo que solía encontrar en ese mundo de tiburones y máscaras.Ella tenía fuego, Una intensidad peligrosa.Y no solo eso… lo había desafiado sin miedo.¿Quién demonios hacía eso? ¿Quién se atrevía a desafiarlo a él un hombre acostumbrado a tener el control de todo lo que lo rodeaba.—¿Esta todo bien, jefe? —preguntó su asisten