El hostal era pequeño, con pintura descascarada en las paredes y un letrero de “agua caliente” que parecía más un chiste cruel que una promesa. Valeria no tuvo que preguntar por la habitación; el recepcionista la miró con compasión apenas dijo su nombre y señaló el segundo piso.Cada escalón crujía bajo sus pasos.El pasillo olía a humedad y cigarrillos viejos. Cuando llegó frente a la puerta 204, dudó. Su mano temblaba levemente, no por miedo, sino por rabia contenida. Inspiró hondo. Luego golpeó dos veces.—¿Sí?Esa voz. Más grave, más cansada. Pero inconfundible.Valeria giró el picaporte y empujó.La habitación era austera: una cama individual, una silla rota y una maleta desgastada en un rincón. Sentada en el borde del colchón estaba Lucía Andrade, con el rostro bañado por la luz amarilla de un foco desnudo. El cabello más corto, algunas canas. Ojeras profundas, labios resecos. Y aún así, la misma belleza descuidada de una mujer que alguna vez fue irresistible.Los ojos de Lucía
El ascensor se detuvo en el piso treinta y uno con un leve tintineo. Las puertas se abrieron y Liam Del Valle salió con paso seguro, el celular en una mano y una taza de café en la otra. Vestía uno de sus trajes favoritos: negro azabache, perfectamente entallado, resaltando su musculosa figura y hacienndolo lucir Impecable, como siempre.Pero había algo le preocupaba y le quemaba en el fondo del estómago. Y no era el café.—Buenos días, señor Del Valle —saludó Teresa, la asistente de recepción del piso ejecutivo.—¿Está aquí ya la señorita Andrade?—Sí, llegó hace veinte minutos.Veinte minutos. Puntual. Como siempre. Solo que… hoy no era “como siempre”.Liam caminó hacia la sala de juntas con su porte habitual, pero al cruzar la puerta de vidrio, la vio. De espaldas. Sentada en una de las sillas, con la mirada clavada en su laptop. El cabello suelto caía como una cortina oscura sobre sus hombros. Vestía un blazer gris claro y una blusa blanca sin adornos. Sencilla. Correcta. Pero n
Y ahí estaba Valeria en el supermercado de la calle Génova era un lugar pequeño, pero muy surtido. Era de esos lugares que mezclaban frutas orgánicas con revistas viejas y una cajera que sabía todo de todos.Valeria no esperaba encontrarse a nadie. Mucho menos a él.Vestía casual jeans, zapatillas y una sudadera negra. Con el cabello recogido en una trenza floja. Apenas había salido a comprar café, pan y algo dulce para la abuela.—Pensé que eras una aparición.La voz la tomó por sorpresa. Giró, sujetando una bolsa de galletas.Allí estaba Liam Del Valle, en el pasillo cinco, entre los cereales y las infusiones, con una bolsa de papas en una mano y la otra en el bolsillo.Pero no llevaba traje. No era el ejecutivo perfecto de siempre. Jeans oscuros, camisa de botones blanca, chaqueta azul marino y zapatillas negras. El cabello algo desordenado. Casi… normal.—No me imaginaba que el dios del trono ejecutivo hacía sus compras —dijo ella, con una media sonrisa.—Tampoco yo imaginaba
El ascensor subía lento. Demasiado lento.Valeria evitaba mirarse en el reflejo metálico. Su estómago era un nudo, y no por el café mal cargado que había tomado esa mañana. La noche anterior había dormido mal, con los recuerdos corriéndole como un río sucio por la mente.Liam la había visto. A ella… y a su madre.Y eso cambiaba todo.Las puertas se abrieron en el piso treinta y uno. Respiró hondo y salió con la cabeza alta, el paso firme, como si no estuviera luchando por mantener la compostura. Todos los pasillos se sentían más largos hoy.Cuando entró a su oficina, cerró la puerta con más fuerza de la necesaria y apoyó la frente contra la madera.—Maldita sea —murmuró.Se sentó frente a su escritorio e intentó abrir su laptop, pero sus dedos temblaban. La imagen de Liam observando a su madre, esa mezcla entre sorpresa y reconocimiento en su rostro… la estaba torturando.¿Qué sabía? ¿Hasta dónde había llegado su juicio?No era solo vergüenza. Era miedo. Porque Liam no era cualquier p
El cielo sobre Alborada, la ciudad que nunca dormía, amanecía gris y pesado. Las torres de vidrio y acero cortaban las nubes como cuchillas, reflejando un mundo donde solo los más fuertes sobrevivían.Valeria Andrade apretó los labios frente al espejo del ascensor. Su melena castaña ondulada caía impecable sobre sus hombros, y su mirada, tan determinada como siempre, era la única armadura que necesitaba. Hoy tenía una sola misión: conseguir ese contrato.Llevaba tres años luchando por posicionar su pequeña consultora de marketing en un mundo donde los apellidos pesaban más que el talento. Pero no se rendía. No podía. No cuando tanto dependía de ella.El ascensor se abrió en el piso 48. La recepcionista la condujo a una sala de juntas amplia, moderna, con una vista deslumbrante de la ciudad. Allí estaba él.Liam Del Valle.El magnate joven. El rey de Alborada.Y el idiota más arrogante que había conocido.Valeria no necesitaba que nadie se lo presentara. Ya lo conocía. Lo había visto e
Desde lo mas alto del edificio Del Valle, Liam estaba distraído mientras observaba la ciudad a través del ventanal de su oficina. Tenía las manos en los bolsillos y el ceño ligeramente fruncido. lo que hacia que emanara de el un aura de elegancia y sofisticacion realzando su belleza natural. El sol que ya se había rendido ante las nubes, tiñendo el cielo de un gris metálico que combinaba a la perfección con su estado de ánimo.En su cabeza solo resonaba un nombre, común pero difícil de olvidar Valeria Andrade.El nombre resonaba en su mente desde que ella había cerrado la puerta con la cabeza en alto y el ego intacto. No era lo que esperaba. De hecho, no era lo que solía encontrar en ese mundo de tiburones y máscaras.Ella tenía fuego, Una intensidad peligrosa.Y no solo eso… lo había desafiado sin miedo.¿Quién demonios hacía eso? ¿Quién se atrevía a desafiarlo a él un hombre acostumbrado a tener el control de todo lo que lo rodeaba.—¿Esta todo bien, jefe? —preguntó su asisten
Un lujoso auto negro iba despacio por una de las calles de la zona residencial más lujosa de la cuidad en su interior estaba Liam, con un aspecto sombrío, pero pendiente de todo el camino, esas calles le recordaban a su infancia. De repente el auto se detuvo frente a un gran portón de hierro, Había llegado a la antigua casona familiar El portón de hierro se abrió con un chirrido apenas audible cuando el auto negro cruzó el largo camino de piedra que conducía a la antigua casona Del Valle. La construcción, una mezcla elegante de estilo colonial y modernismo frío, se alzaba imponente en medio de los jardines cuidados con obsesiva perfección. Cada detalle hablaba de poder. Y sin embargo, a Liam le parecía un mausoleo.El chofer detuvo el auto y bajó para abrirle la puerta, pero Liam ya había salido. No esperaba que le sirvieran. No aquí.Al entrar, fue recibido por el eco. La casa olía a madera encerada, a flores recién cortadas, y a distancia. Todo estaba limpio. Todo estaba intacto
El sonido de los tacones sobre el mármol resonaba como una advertencia mientras Valeria cruzaba el enorme salón del Hotel Imperial. Las lámparas de cristal colgaban como joyas del techo y la música suave de cuerdas llenaba el aire perfumado a éxito y falsedad. Valeria odiaba ese tipo de eventos. Demasiado brillo, demasiadas sonrisas vacías. Pero no podía permitirse no estar ahí. La gala anual de la Cámara de Empresarios de Alborada era el lugar donde se cerraban negocios importantes y se forjaban alianzas que valían millones. Aunque no estuviera invitada oficialmente, había logrado colarse gracias a una amiga que le debía un favor. Su vestido era negro, ceñido al cuerpo, elegante pero sin excesos. El cabello lo llevaba recogido en un moño desordenado que dejaba escapar algunos mechones rebeldes. Lo justo para verse profesional… y peligrosa. Tomó una copa de vino de una bandeja y buscó con la mirada algún rostro conocido. Necesitaba hablar con un par de inversores antes de que la