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Capítulo 3 — Las paredes no hablan, pero recuerdan

Un lujoso auto negro iba despacio por una de las calles de la zona residencial más lujosa de la cuidad en su interior estaba Liam, con un aspecto sombrío, pero pendiente de todo el camino, esas calles le recordaban a su infancia.

De repente el auto se detuvo frente a un gran portón de hierro,

Había llegado a la antigua casona familiar

El portón de hierro se abrió con un chirrido apenas audible cuando el auto negro cruzó el largo camino de piedra que conducía a la antigua casona Del Valle. La construcción, una mezcla elegante de estilo colonial y modernismo frío, se alzaba imponente en medio de los jardines cuidados con obsesiva perfección. Cada detalle hablaba de poder. Y sin embargo, a Liam le parecía un mausoleo.

El chofer detuvo el auto y bajó para abrirle la puerta, pero Liam ya había salido. No esperaba que le sirvieran. No aquí.

Al entrar, fue recibido por el eco. La casa olía a madera encerada, a flores recién cortadas, y a distancia. Todo estaba limpio. Todo estaba intacto. Como si el tiempo se hubiese detenido años atrás.

Subió las escaleras sin encender luces. No las necesitaba. Cada rincón le era familiar desde niño, aunque no lo recordara con cariño.

En el segundo piso, una puerta entreabierta dejaba escapar el sonido bajo de una radio.

—Pensé que vendrías ayer —dijo una voz, grave, con el tono neutro de quien ha aprendido a no esperar nada.

Liam se apoyó en el marco y observó a su padre, Julián Del Valle, sentado en una silla de ruedas junto a la ventana. Los años le habían quitado movilidad, pero no esa mirada aguda que lo había hecho temido en el mundo de los negocios.

—Tuve una reunión.

—Siempre tienes reuniones.

Silencio.

—No vine a discutir, papá —dijo Liam al fin, entrando en la habitación.

—Entonces viniste a quedarte callado, como tu madre.

Liam apretó la mandíbula. Esa comparación siempre le dolía. Su madre había muerto hacía diez años, y aunque su padre no hablaba de ella, su ausencia flotaba entre esas paredes con la misma fuerza que los recuerdos que él prefería enterrar.

—¿Cómo te sientes hoy?

—Como un anciano al que su hijo solo viene a ver por compromiso —respondió Julián con una sonrisa sarcástica.

Liam no respondió. Se sentó frente a él, sacó una botella de whisky de un mueble y sirvió dos dedos para sí mismo. No se molestó en ofrecerle.

—Conocí a alguien hoy —dijo, como si hablara consigo mismo.

—¿Una mujer?

—Sí.

Julián giró ligeramente la cabeza.

—¿Interesante?

—Muy. Tiene carácter. Me desafió en mi propia sala de juntas.

—¿Y te gustó eso?

—Me molestó —Liam sonrió apenas—. Pero sí… también me gustó.

Su padre dejó escapar una risa seca.

—Te pareces más a mí de lo que te gusta admitir.

—Tal vez.

El silencio volvió, cómodo pero tenso. Como todo entre ellos.

—¿Alguna vez te arrepentiste? —preguntó Liam de pronto.

Julián no fingió no entender.

—¿De qué?

—De haber elegido los negocios por encima de todo lo demás.

Su padre lo miró largo rato antes de responder.

—Solo cuando tu madre se fue. Y cuando tú dejaste de llamarme “papá”.

Liam bajó la mirada. El nudo en su garganta era tan familiar como el anillo que giraba en su dedo cada vez que se sentía perdido.

—Estoy cansado —murmuró.

—No puedes cansarte. Eres un Del Valle.

La frase cayó como un latigazo.

Liam se puso de pie. El whisky seguía intacto sobre la mesa.

—Eso es lo que más detesto —dijo, antes de salir de la habitación—. Que nunca me dejas ser solo Liam.

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