Inicio / Romance / Entre el fuego y el deseo / Capítulo 5 — Deudas que pesan más que el amor
Capítulo 5 — Deudas que pesan más que el amor

La puerta del departamento se cerró con un golpe seco detrás de Valeria. Se quitó los tacones con un suspiro aliviado y dejó caer el bolso sobre la mesa. El eco del silencio fue lo primero que notó. La luz de la cocina estaba encendida, pero no había música ni aroma a café. Raro.

—¿Abuela? —llamó.

El ruido de la televisión llegó desde el cuarto, pero no hubo respuesta.

Valeria caminó rápido, el corazón palpitándole en el pecho. Abrió la puerta del dormitorio y encontró a Doña Teresa recostada, pálida, con una expresión de agotamiento que no le gustaba nada.

—Abuela, ¿qué pasa?

—Solo estoy cansada, hija —murmuró—. Me dio un pequeño mareo. Pero ya se me pasó…

—¿Te tomaste la presión? ¿Llamaste al doctor?

—No quiero gastar en eso, Valeria. Ya bastante haces tú por mí…

—No, abuela, no —replicó con fuerza, sentándose a su lado—. No digas eso. Tú me criaste, me diste todo cuando nadie más quiso hacerse cargo. No es “bastante”, es lo justo.

Doña Teresa le acarició la mejilla con ternura.

—Tú siempre tan fuerte, tan decidida. Como tu madre.

La mención de su madre hizo que el estómago de Valeria se apretara.

—Ella no quiso quedarse. Tú sí.

Doña Teresa suspiró.

—Tu madre no era mala persona, Valeria. Solo estaba rota. Como tu padre.

Valeria se puso de pie y caminó hacia la ventana, con los brazos cruzados. La ciudad brillaba más allá del vidrio sucio. Autos, luces, ruido. Vida. Y ella atrapada en un pasado que no terminaba de soltarla.

—¿Sabes qué me dijo hoy Liam Del Valle? —preguntó, sin girarse—. Que no estoy lista para su “liga”. Como si pudiera medirme por el apellido, por el saldo en mi cuenta o por la ropa que llevo.

—¿Y qué le respondiste?

—Que no necesito su aprobación. Pero por dentro… por dentro quería gritarle que no sabe nada de mí.

Doña Teresa se incorporó con esfuerzo.

—¿Y qué es lo que no sabe?

Valeria giró, y por un instante, dejó caer la máscara.

—Que estoy a un mes de perder este departamento. Que debo tres facturas de la empresa. Que rechacé un trabajo en una multinacional por intentar levantar mi propio negocio… y que si no consigo un contrato como el suyo, voy a tener que cerrar.

La habitación se llenó de ese silencio espeso que solo se forma cuando se nombran las verdades.

—No quiero darte más preocupaciones —dijo Valeria, bajando la voz—. Pero estoy cansada, abuela. Tan cansada de luchar sola.

—No estás sola.

—A veces se siente así.

Doña Teresa la abrazó con fuerza, más con el corazón que con los brazos debilitados.

—Tienes derecho a llorar, Valeria. A sentir miedo. Pero no olvides que también tienes derecho a triunfar. Y lo vas a hacer. No porque él te abra una puerta, sino porque tú vas a derribarla.

Valeria asintió, tragándose las lágrimas.

—Voy a lograrlo. Cueste lo que cueste.

En ese momento, su celular vibró en el bolso. Lo sacó y leyó el nombre en la pantalla.

Leo Andrade (hermano).

Frunció el ceño. No hablaban hace meses.

—¿Leo?

—Vale, necesito verte. Es urgente. Es mamá…

El suelo pareció moverse bajo sus pies.

—¿Qué pasó con mamá?

—Está en la ciudad. Vino a buscarte.

El corazón de Valeria se detuvo por un segundo. Su madre. Después de años. Después de desaparecer.

—No… No puede ser.

—Lo es. Y no viene sola. Viene con problemas.

Valeria apretó el celular con fuerza. Su mundo, que ya pendía de un hilo, estaba a punto de romperse.

Y no sabía si iba a poder sostenerlo todo

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