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Entre el fuego y el deseo
Entre el fuego y el deseo
Por: Marbella
Capítulo 1 — Chispas en la sala de juntas

El cielo sobre Alborada, la ciudad que nunca dormía, amanecía gris y pesado. Las torres de vidrio y acero cortaban las nubes como cuchillas, reflejando un mundo donde solo los más fuertes sobrevivían.

Valeria Andrade apretó los labios frente al espejo del ascensor. Su melena castaña ondulada caía impecable sobre sus hombros, y su mirada, tan determinada como siempre, era la única armadura que necesitaba. Hoy tenía una sola misión: conseguir ese contrato.

Llevaba tres años luchando por posicionar su pequeña consultora de marketing en un mundo donde los apellidos pesaban más que el talento. Pero no se rendía. No podía. No cuando tanto dependía de ella.

El ascensor se abrió en el piso 48. La recepcionista la condujo a una sala de juntas amplia, moderna, con una vista deslumbrante de la ciudad. Allí estaba él.

Liam Del Valle.

El magnate joven. El rey de Alborada.

Y el idiota más arrogante que había conocido.

Valeria no necesitaba que nadie se lo presentara. Ya lo conocía. Lo había visto en entrevistas, en portadas de revistas, en eventos donde su sonrisa encantadora y su aire de superioridad lo hacían destacar. Era tan guapo como se decía: alto, de mandíbula marcada, con ojos grises como tormentas y un aire de peligro irresistible.

Pero ella no había venido a admirarlo.

—Señor Del Valle —dijo con tono profesional—, gracias por recibirme.

Liam levantó la vista de su teléfono, la recorrió con una mirada fría y respondió sin levantarse.

—Cinco minutos. Sorpréndeme.

Valeria apretó los dientes, contuvo el impulso de rodar los ojos y se sentó con toda la elegancia que pudo reunir.

Muy bien, pensó. Si quería guerra, iba a tenerla.

Valeria extendió su carpeta y deslizó las hojas frente a él con precisión calculada.

—Lo que le ofrezco no es una campaña genérica —dijo—. Es una estrategia personalizada que puede aumentar el alcance de su nueva línea de productos en un 37% en los primeros tres meses. He estudiado su mercado, su competencia y el perfil de sus consumidores.

Liam hojeó los papeles con una lentitud irritante. Luego alzó la vista.

—¿Y por qué debería confiar en una empresa de la que nunca he oído hablar?

—Porque las empresas nuevas están hambrientas de resultados. Y porque a veces, lo que no conoce es justo lo que necesita —replicó ella con una sonrisa afilada.

Sus miradas se cruzaron. Por un segundo, algo vibró en el aire, como electricidad estática. Pero él rompió el momento con una sonrisa arrogante.

—Interesante enfoque. Aunque… —se inclinó hacia ella, apoyando los codos en la mesa— me suena más a discurso de venta desesperado.

Valeria contuvo el impulso de lanzarle el café a la cara.

—No es desesperación, señor Del Valle. Es seguridad. Si no quiere aprovecharla, es su pérdida.

Se hizo un silencio denso. Entonces, para su sorpresa, Liam soltó una risa baja, profunda, que le recorrió la espalda como un escalofrío.

—Tienes carácter. Me gusta eso.

Valeria entrecerró los ojos.

—No vine a caerle bien.

—Lo sé. Pero lo estás haciendo igual —contestó él, divertido.

Ella se levantó, recogiendo su carpeta.

—Piénselo. Le dejo mi propuesta.

Cuando estuvo a punto de salir, lo escuchó decir:

—Tal vez te llame para otra reunión. Si es que te animas a volver.

Sin mirarlo, Valeria respondió:

—Llámeme cuando esté listo para dejar de subestimar a una mujer.

Y salió con la frente en alto, aunque su corazón latía como un tambor de guerra.

El taxi avanzaba entre el caos de Alborada mientras Valeria revisaba mentalmente cada segundo de la reunión. Liam Del Valle. Arrogante, encantador, insoportable… y peligroso. No solo por lo que representaba como hombre en el poder, sino por cómo había logrado, con tan poco, que su corazón se acelerara.

Llegó al pequeño departamento que compartía con su abuela, en una de las zonas más antiguas de la ciudad. Subió los tres pisos por las escaleras, porque el ascensor no funcionaba desde hacía semanas, y abrió la puerta con un suspiro.

—¿Cómo te fue, mi niña? —preguntó la voz cálida de su abuela, Doña Teresa, desde la cocina.

Valeria dejó su bolso en el sillón y se dejó caer junto a él como si llevara siglos cargando el peso del mundo.

—Sobreviví.

Doña Teresa apareció con un delantal manchado de harina y una sonrisa llena de ternura. Le ofreció una taza de café con canela.

—Eso ya es bastante en esta vida, ¿no crees?

Valeria la abrazó brevemente y luego soltó una risa cansada.

—Ese hombre… abuela, es todo lo que odio. Mandón, frío, seguro de que el mundo le pertenece. Y sin embargo… no pude evitar sentir algo. Una cosa extraña. Como si lo conociera de antes. Como si…

—Como si el destino te estuviera jugando una mala pasada —completó su abuela, sentándose a su lado.

Valeria asintió, y por un momento, el silencio se acomodó entre ellas.

—¿Sabes lo peor? —murmuró—. Que lo necesito. Si consigo ese contrato, podré pagar tus medicinas, sacar adelante la empresa, y demostrarles a todos que sí puedo.

—Y lo harás, Valeria. Porque tienes fuego en la sangre. Pero no te olvides de una cosa…

—¿Cuál?

Doña Teresa le acarició el cabello con una dulzura que Valeria siempre recordaría.

—Hasta el fuego más fuerte puede quemarte si no sabes cuándo alejarte.

Valeria cerró los ojos, aferrándose a esa frase. Porque aunque no lo quisiera admitir, algo le decía que ese hombre iba a encender mucho más que su carácter.

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