La puerta del departamento se cerró con un golpe seco detrás de Valeria. Se quitó los tacones con un suspiro aliviado y dejó caer el bolso sobre la mesa. El eco del silencio fue lo primero que notó. La luz de la cocina estaba encendida, pero no había música ni aroma a café. Raro.—¿Abuela? —llamó.El ruido de la televisión llegó desde el cuarto, pero no hubo respuesta.Valeria caminó rápido, el corazón palpitándole en el pecho. Abrió la puerta del dormitorio y encontró a Doña Teresa recostada, pálida, con una expresión de agotamiento que no le gustaba nada.—Abuela, ¿qué pasa?—Solo estoy cansada, hija —murmuró—. Me dio un pequeño mareo. Pero ya se me pasó…—¿Te tomaste la presión? ¿Llamaste al doctor?—No quiero gastar en eso, Valeria. Ya bastante haces tú por mí…—No, abuela, no —replicó con fuerza, sentándose a su lado—. No digas eso. Tú me criaste, me diste todo cuando nadie más quiso hacerse cargo. No es “bastante”, es lo justo.Doña Teresa le acarició la mejilla con ternura.—Tú
Leer más