CAPÍTULO 2

POV VALENTINA MORELLI

La expectativa y el temor se mezclaban en mi mente mientras aguardaba la llegada del guardaespaldas que mi padre había decidido asignarme. La sola mención de su apodo, "la bestia", había encendido una chispa de aprensión que ardió en lo más profundo de mis pensamientos.

Cada sonido fuera de la puerta aumentaba mi ansiedad. Saber que este hombre, conocido por su ferocidad en peleas y aparentemente desprovisto de emociones, se convertiría en mi sombra protectora, me sumergía en una inquietud incontrolable. ¿Cómo podía confiar mi seguridad a alguien tan imponente y aparentemente despiadado?

Las historias sobre él se propagaban como sombras susurrantes, creando una imagen de un individuo sin tacto, un ser cuya presencia resonaba más como una amenaza que como una protección. La sola idea de compartir mi espacio con alguien tan distante y enigmático me hacía cuestionar las decisiones de mi padre.

—Hija, buenos días —giré para encontrarme con la figura de mi padre, emergiendo elegante de la penumbra de su ala privada en la casa—. Acompáñame, deseo presentarte a tu recién designado guardaespaldas.

—¿Es realmente necesario? —inquirí, depositándole dos besos en las mejillas y entrelazando nuestros brazos mientras nos encaminábamos hacia fuera—. Me parecía que nadie se atrevería a desafiar tu autoridad.

Escuché su bufido, una mezcla de desdén y confianza.

—Nadie posee la osadía, pero existe un grupo de recién llegados que aún no ha asimilado las dinámicas de nuestro país. Así que, tranquila, solucionaré la situación y pronto recuperarás un poco de tu anhelada libertad.

Consciente de que no existía un margen para el rechazo, asentí con resignación.

—Está bien.

El sol pintaba el cielo con tonalidades cálidas cuando salimos, y a lo lejos, divisé la imponente silueta de un hombre de estatura considerable, con anchos hombros y una cintura esbelta. Sus brazos y cuello estaban adornados con tinta.

Aunque ya estaba acostumbrada a la presencia de individuos verdaderamente intimidantes debido al trabajo de mi padre, este hombre generaba en mí una extraña e indescifrable sensación. Como si percibiera nuestra mirada, se volvió hacia nosotros justo cuando nos acercábamos.

Tragué con fuerza al cruzar nuestras miradas, sintiendo una leve corriente eléctrica recorrer todo mi ser. Su rostro experimentó una contracción tan fugaz que, de no haber estado tan alerta, habría pasado desapercibida. ¿Acaso él también percibió esa extraña conexión?

—Buenos días, Marco —saludó mi padre con una sonrisa—. Aquí está mi princesa, Valentina Morelli.

—Mucho gusto —respondió él, inclinando sutilmente la cabeza en mi dirección.

—A partir de ahora, Marco estará a tu lado y no se apartará de ti hasta asegurarse de que regreses a casa sana y salva. Incluso habrá días en los que se quedará a pasar la noche contigo cuando yo no esté. —Mis ojos se abrieron de par en par ante esta revelación inesperada—. Nos vemos esta noche, mi princesa.

Vi cómo se alejaba hacia su automóvil, ya preparado, y una sensación de tensión se apoderó de mí. No deseo estar a solas con él.

[…]

El trayecto se desenvolvía en un silencio denso. Mis esfuerzos por entablar conversación se veían frustrados por respuestas lacónicas y monosílabas, como si las palabras fueran una muralla infranqueable para él. No obstante, en medio de esos incómodos silencios, percibí una chispa, una conexión que trascendía las limitaciones del lenguaje.

En un momento, nuestros ojos se cruzaron en el retrovisor. En su mirada seria, descubrí algo más allá de la aparente frialdad.

—¿Has trabajado como guardaespaldas desde siempre?

Negó levemente con la cabeza, manteniendo la concentración en el camino.

—No. Primera vez.

Fruncí el ceño, cuestionando por qué mi padre lo había contratado si no tenía experiencia previa para el puesto.

Dudé, pero finalmente planteé la pregunta.

—¿Estás, al menos, capacitado para protegerme?

Me lanzó una mirada rápida, percibí un atisbo de burla en sus ojos y quizás una insinuación de sonrisa, aunque no estaba del todo segura; algo me decía que no sonreía con frecuencia.

—No se preocupe.

Casi solté un gemido ante sus respuestas tan concisas.

Buscando conocer más de él, proseguí con mis preguntas. Si íbamos a pasar tanto tiempo juntos, al menos necesitaba entenderlo mejor.

—¿De qué ciudad eres, Señor Marco Ricci?

—Solo Marco.

—Entendido.

—Nápoles, barrios bajos —respondió.

—Entonces, ¿has tenido una vida humilde? —afirmé.

—Sí.

Dios, parecía como si estuviera tratando de comunicarme con una pared de ladrillos. Este hombre resultaba irritante. Su actitud cerrada y sinceramente fría no me proporcionaba ningún material con el que trabajar. Se asemejaba a tratar de interactuar con un autómata.

Guardé silencio durante el resto del trayecto. Al llegar a la facultad, él estacionó el vehículo y salió rápidamente. Observó con cautela su entorno, lo que provocó que frunciera el ceño, aguardando a que abriera mi puerta, un gesto que no realizó hasta asegurarse por completo de la ausencia de amenazas.

—No me digas que siempre harás lo mismo. ¿Y si tengo prisa para llegar a algún lugar? —descendí del automóvil, observándolo con el ceño fruncido—. No puedo permitirlo.

El dolor comenzaba a aflorar en mi cuello tras sostener contacto visual con alguien significativamente más alto que yo; con mi estatura, apenas alcanzaba a la altura de su pecho.

Alzó una ceja y gruñó.

—Repasemos las reglas —dijo con firmeza, acercándose un poco más. Retrocedí por inercia.

—¿Reglas?

—Sí, mis reglas.

Me crucé de brazos en un intento de autoprotección y asentí.

—Escucho.

―Nunca irás a ninguna parte sin mí. No cerrarás una puerta a menos que estés utilizando el baño; de lo contrario, las puertas permanecerán abiertas.

¿Quién demonios se cree que es?

―Cada vez que salgamos de tu casa, deberás acatar todas las órdenes que te dé sin titubear. Si digo que te agaches, te vuelves parte del suelo y no levantas la cabeza hasta que te indique que es seguro hacerlo.

Mis manos se cerraron en puños, conteniendo la impotencia que empezaba a apoderarse de mí.

―Registraré los baños públicos antes de permitirte usar uno.

Jesús, ¿acaso tiene emociones? Jamás he conocido a alguien tan inflexible.

―¿Qué pasa si quiero encontrarme con mi novio? —inquirí.

Su ceño se frunció.

―No tienes novio.

―Pero hay hombres interesados en mí y en cualquier momento uno podría convertirse en mi novio —argumenté—. Además, ¿cómo sabes que no tengo novio?

―Si llegaras a tener un novio o una cita, el hombre será sometido a una investigación. Una vez que esté seguro de que no representa una amenaza, se te permitirá salir con él.

Elevé mi ceja incrédula.

―¿Contigo uniéndote a nosotros?

―Sí.

Esto ya era demasiado. Había alcanzado mi límite por hoy, y esto apenas era el comienzo. Preferiría mudarme a un lugar lejano antes que vivir bajo estas condiciones. Salí velozmente del estacionamiento, sin importarme en absoluto si me seguía o no, aunque, por supuesto, tres pasos para mí eran apenas uno para él.

Podía percibir la energía de su presencia, sentir el aire caliente que quedaba atrás mientras me alejaba. La necesidad de escapar de esta situación opresiva se apoderaba de mí, anhelando un respiro lejos de las restricciones impuestas.

Cuando llegamos a la puerta de mi aula, me volví para mirarlo.

—¿Acaso planeas entrar a tomar clases? —pregunté—. ¿O crees que alguno de mis compañeros podría intentar algo en mi contra?

—No lo harán.

—¿Y por qué debería confiar en eso?

—Todos están advertidos.

—¿Amenazados? —casi grité, sorprendida y horrorizada.

—Advertidos. Me cansé de hablar, ve a tu clase —señaló con disgusto.

Lo miré con indignación antes de entrar al aula, lanzándole una mirada fulminante. Al dar un paso dentro, todos los presentes dirigieron su atención hacia mí durante unos segundos antes de regresar a sus quehaceres.

Siempre intentaba pasar desapercibida; con que supieran quién era mi padre me resultaba suficiente, pero esto ya estaba rozando el límite.

Un guardaespaldas personal, dios mío.

Caminé hasta mi silla y negué sutilmente a mi única amiga verdadera, aquella con la que mantenía una amistad desde hacía quince años.

—No digas nada —susurré, cerrando los ojos por unos momentos—. Mi papá insistió.

—Es comprensible, Valentina. Te iban a atacar; necesitas un guardaespaldas, pero no uno tan atractivo como ese. ¿Ya lo viste?

Giré mi rostro y lo vi en la entrada del aula. Poseía un perfil hermoso, increíble; esa sombra de barba lo hacía ver atractivo, su estatura, esos ojos color miel...

Negué rápidamente, apartando esos pensamientos de mi mente.

—Por favor, Ava, deja de decir tonterías —susurré—. Es mi guardaespaldas.

—¿Y? eso no te impide mirar.

No, realmente no lo impedía, pero no podía hacerlo. No sería ético y apostaría todo mi dinero a que él sabía que justo ahora lo estábamos observando. Era un hombre de problemas, y siempre procuraba mantenerme alejada de ellos.

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