CAPÍTULO 3

POV MARCO RICCI

Me repetía una y otra vez las razones por las cuales aún no podía llevar a cabo el asesinato de Vittorio, aun a pesar de las oportunidades que se me estaban presentando y que seguramente continuarían surgiendo en el futuro. Asesinarlo tan pronto sería demasiado sencillo; mi estrategia era sembrar el caos dentro de la Cosa Nostra. Posteriormente, cuando Vittorio estuviera sumido en la confusión de tantos golpes provenientes de diferentes direcciones, sería el momento de atacarlo. Quería revelarle toda la m*****a verdad mientras se desangraba, obligándolo a enfrentar las consecuencias de sus acciones.

Él tenía que sufrir y lo haría.

Gracias al cielo era la última clase que tendría Valentina, y eso me brindaba la oportunidad de llevarla nuevamente a casa. Este tiempo adicional me permitiría estudiar minuciosamente la disposición de las alarmas, cámaras de seguridad y aprender los horarios de los guardias. Mi pierna se movía impacientemente; la espera no era precisamente una de mis virtudes, pero la paciencia se volvía una necesidad ineludible.

No obstante, mi paciencia se agotaría rápidamente si estas mujeres continuaban inundándome con cartas, recados y todos con la estúpida solicitud de "llámame". ¿Qué diablos se creían? Observaba el trigésimo teléfono que había recibido cuando unas manos rápidas me lo arrebataron.

Alcé una ceja, mirándola expectante.

—¿Vienes a coquetear o a protegerme? —cuestionó Valentina.

Tenía que admitirlo, inicialmente pensé que sería una mocosa nerviosa, altanera, con una voz extremadamente aguda que sería difícil de soportar. Sin embargo, la realidad era todo lo contrario, y me sorprendía la audacia con la que se dirigía a mí, a pesar de notar cierto temor en sus ojos.

—¿Terminaste? —cuestioné, observando nuestro entorno con cautela. Había mucho movimiento y el lugar no era seguro—. Nos vamos.

Señalé hacia el estacionamiento y ella asintió, rodando los ojos con exasperación.

—Hoy no haré nada, así que en cuanto me dejes, podrás irte a tu casa —comentó mientras abría la puerta del automóvil.

Solo después de que estuve dentro y asegurarme de que tuviera el cinturón de seguridad, arranqué el motor.

—No trabajo para ti —declaré a mitad de camino.

—¿Qué? —se sorprendió.

—Tú no me das órdenes.

—No te voy a necesitar, así que no tendrás por qué quedarte —respondió, su tono denotaba desesperación.

Aproveché el semáforo en rojo para girarme y mirarla directamente.

—No lo decides tú —afirmé con firmeza.

—Eres irritable, ¿lo sabías? No sabes cómo comunicarte, no tienes tacto y eres tan tosco con las personas —su rostro poco a poco se iba enrojeciendo por la frustración.

—O tal vez solo contigo —me encogí de hombros, apenas conteniendo una sonrisa ante su creciente molestia.

Escuché su pequeño grito cuando el semáforo cambió a verde, y reanudé la marcha.

Continuamos el trayecto en un silencio incómodo, cada uno sumido en sus propios pensamientos. A pesar de mi determinación por mantener la distancia, algo en la mirada desafiante de Valentina había despertado una curiosidad latente en mí y solo era el maldito primer día. Joder.

Sus palabras resonaron en mi mente una y otra vez. ¿Realmente era tan irritable e incapaz de comunicarme adecuadamente? Podría ser, pero ¿acaso ella no tenía su parte de culpa en este conflicto? Era la hija del hombre que no dejaba que tuviera paz en el mundo.

Finalmente, llegamos a su casa. Valentina abrió la puerta del automóvil y, antes de que pudiera reaccionar, soltó un suspiro frustrado.

—Debemos hallar una manera de desempeñar tus responsabilidades y convivir sin caer en discusiones o intentar aniquilarnos mutuamente —expresó, con un dejo de resignación impregnado en su tono—. Aunque preferiría que estuvieras lejos, entiendo que mi padre no lo permitirá.

La sinceridad de sus palabras me tomó por sorpresa.

—Parece ser lo más sensato por el momento —respondí, asintiendo con precaución.

—Muy bien. Entonces, puedes retirarte a tu hogar —ordenó ella, saliendo rápidamente del vehículo. Yo hice lo mismo, apresurándome para alcanzarla. Tomé su muñeca y la giré, frunciendo el ceño al percatarme de lo cercanos que estábamos. Di un paso atrás instintivamente, buscando espacio.

—Recibo órdenes de tu padre —mascullé entre dientes—. No tuyas, pequeña princesa.

—Suelta —exigió ella. Me percaté de que aún la sujetaba, así que la solté—. No vuelvas a referirte a mí de esa manera, Señor Marco Ricci.

—Entiendo.

—Al parecer nuestro trato no duró ni dos minutos —negó levemente—. Hasta mañana.

Mientras la veía alejarse y recorrer el jardín con elegancia, apreté los puños con fuerza, luchando por contener la creciente ira que bullía dentro de mí. Había perdido la oportunidad de explorar los alrededores de la propiedad en busca de puntos ciegos.

M*****a sea esa princesa consentida de papá. Sus exigencias y restricciones solo complicaban mi trabajo, haciéndolo más desafiante de lo necesario. Con una última mirada hacia ella, me marché de su propiedad, directo a mi lugar favorito. Tenía que descargar mi ira con algo, y eso sería mi saco de boxeo.

El gimnasio estaba vacío cuando llegué, lo cual era perfecto. Necesitaba un momento de soledad para desahogarme. Me puse los guantes y comencé a golpear el saco con toda la fuerza que tenía. Cada golpe era una liberación, un grito silencioso de frustración y rabia contenida.

La imagen de Valentina, con su actitud altiva y sus demandas irritantes, se había grabado en mi mente.

¿Por qué tenía que hacer las cosas tan complicadas? ¿Por qué no podía simplemente colaborar sin tantos juegos y obstáculos?

El ritmo de mis golpes aumentaba con cada pensamiento, cada recuerdo de nuestras interacciones tensas. Sentía la adrenalina correr por mis venas, alimentando mi determinación de superar cualquier obstáculo que se interpusiera en mi camino.

Después de un rato, la ira comenzó a disiparse, dejando paso a una sensación de calma y claridad. Sabía lo que tenía que hacer: adaptarme, superar los desafíos y cumplir con mi deber, incluso si eso significaba lidiar con la obstinación de Valentina.

Con un último golpe al saco, dejé salir un suspiro de alivio.

—Y eso que fue mi primer día —negué levemente, comenzando a quitarme los guantes.

Cuando me volteé, me sorprendió ver a Andrea; no la había escuchado llegar.

—No quise interrumpirte, estabas muy concentrado —se disculpó.

Asentí lentamente y me dirigí hacia mi botella de agua.

—¿Qué necesitas? —inquirí, tratando de ocultar mi sorpresa.

—Nada, solo… llevaba días sin verte y quise saber cómo estabas —explicó Andrea con una mirada preocupada.

Andrea era la mejor amiga de mi hermana, y de cierta manera, tener su presencia en mi vida a veces era reconfortante, otras veces no.

—Bien, gracias por preocuparte —respondí, intentando mantener mi tono neutral.

—Supongo que no has cenado —observó con perspicacia—. ¿Y si vamos a cenar?

Negué levemente con la cabeza.

—Tengo un nuevo trabajo, necesito descansar —agarré mi bolsa de deporte y le señalé la salida, indicando sutilmente que era hora de que se fuera.

Se acercó rápidamente hasta mí y negó.

—¿Por qué estás tratando de alejarme? ¿Por qué ahora? —exigió saber.

—Cuanto más alejada estés de mí, más rápido podrás olvidar tu estúpido enamoramiento hacia mí —respondí, dejándole claro que estaba al tanto. Era evidente, y aunque era una mujer hermosa, no sentía atracción por ella, ni veía posibilidad alguna entre nosotros.

—No es estúpido, pero te has cerrado a todo, a la vida, al amor, y no ves que soy un buen partido para ti. Te quiero y sé que tú también, pero tu odio por la venganza te lo impide ver —agarró mi rostro y, empinándose, rozó mis labios—. Solo danos una oportunidad, déjate llevar.

Su contacto me resultaba incómodo, y su declaración, aún más. No era capaz de entender cómo podía interpretar mis acciones como muestras de amor. Pero, sobre todo, me molestaba que insinuara que mi odio dictaba mis acciones.

—No lo entiendes, Andrea. No es odio, simplemente no hay amor. No puedo darte lo que buscas, y tampoco quiero. No somos lo que crees que somos —dije, apartándome con suavidad de su agarre.

Su mirada se volvió vidriosa y me odié por ello. Lo último que quería era lastimarla, pero era momento de que hablara con la verdad. No podía permitir que siguiera pensando que algo podría surgir entre nosotros, cuando jamás sucedería.

—Isabella siempre pensó que terminaríamos juntos, lo deseo. Ella sabía la buena pareja que haríamos —comentó con una mirada cargada de nostalgia.

Apreté la mandíbula y negué con determinación.

—Si vas a pronunciar su nombre, que no sea en una situación como esta, por favor. No lo compliques más y vete.

[…]

Había llegado media hora antes de lo previsto para tomarme el tiempo de recorrer la propiedad, bajo la estúpida excusa de querer conocer al personal de la casa y de paso admirar su belleza.

Todo estaba malditamente protegido; había cámaras en todos los puntos estratégicos. La única ventaja que tenía era que no eran fijas; realizaban un giro. Lo complicado residía en evaluar los tiempos de cada una y así poder identificar los segundos entre cada uno de sus puntos ciegos para poder desplazarme sin ser visto. Sería un trabajo difícil, me tomaría tiempo, pero lo lograría.

Observé detenidamente cada rincón, cada pasillo, tratando de memorizar cada detalle, cada posible escondite. Mi mente trabajaba a toda velocidad, calculando las probabilidades, anticipando los movimientos del personal de seguridad.

A medida que avanzaba, la certeza de que estaba siendo observado se instalaba en mi mente como una sombra persistente. No podía permitirme cometer errores, no podía permitir que mi presencia pasara desapercibida.

Para cuando llegó el momento de salir de la propiedad, Valentina ya se encontraba dentro del automóvil. Elevé mis cejas con sorpresa, pero sin perder tiempo, entré y encendí el motor para partir. Todo parecía transcurrir con normalidad hasta la mitad del camino, cuando por el retrovisor observé el mismo automóvil que había visto hace diez minutos, había tomado desviaciones, otra ruta. Era imposible que fuera una coincidencia.

¿Qué demonios está pasando? —pensé, sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda.

—Valentina —llamé, mientras la observaba por el retrovisor—. Ajusta tu cinturón de seguridad.

—¿Qué? ¿Qué está sucediendo? —preguntó, visiblemente preocupada.

—Solo hazlo —rugí, tratando de mantener la calma mientras tomaba otra desviación y aumentaba la velocidad, al mismo tiempo que el auto que nos seguía hacía lo mismo.

La adrenalina fluía por mis venas, y mis sentidos estaban alerta ante cualquier peligro. No podía permitir que nos alcanzaran, no sabía quiénes eran ni cuáles eran sus intenciones, pero no estábamos dispuestos a ser presa fácil.

Después de una tensa persecución, decidí detener el automóvil en un viejo almacén desolado en las afueras de la ciudad. Salí del vehículo y me dirigí hacia el lado de Valentina, abriendo su puerta y sacándola de allí.

Ella temblaba del miedo, sus ojos reflejaban el pánico mientras se aferraba a mi brazo, suplicando que no la dejara atrás. Su voz temblorosa resonaba en el silencio del almacén, pero sabía que no podía ceder.

—Por favor, no me dejes aquí, Marco. No puedo hacerlo sola —imploró, con lágrimas en los ojos.

Respiré profundamente, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre mis hombros.

—Valentina, escúchame. Esto es necesario —dije, intentando mantener la compostura mientras su voz se quebraba en sollozos.

—No, Marco. No —sollozó, y algo en mí se apretó al ver su angustia.

Agarré su rostro entre mis manos, acariciando lentamente sus mejillas para calmarla.

—No puedo protegerte si estás a mi lado. Necesito ganarles, y no puedo hacerlo si estás expuesta —insistí, tratando de infundirle algo de calma a través de mis palabras—. Necesito que estés a salvo, ¿me entiendes? Nada malo sucederá, volveré en menos de media hora.

—¿Lo prometes? —preguntó, buscando desesperadamente algún indicio de seguridad en mis ojos.

—Lo prometo —susurré, deseando con todas mis fuerzas poder cumplir con mi palabra.

Ella me miró con desesperación, pero finalmente asintió, comprendiendo la gravedad de la situación. Me aseguré de que estuviera oculta en un lugar seguro dentro del almacén antes de salir nuevamente, preparado para enfrentar lo que sea que estuviera por venir.

No lograba entender lo que estaba sucediendo. El anterior asalto que tuvo Valentina fue una farsa coordinada por mí para poder trabajar para su padre, pero esto que estaba ocurriendo no era una farsa. Ahora, en realidad, querían asesinarla, y yo debía cumplir mi papel como su guardaespaldas. Protegerla de todos, a cualquier costo.

Cuando el chirrido de un auto siendo frenado de golpe me inundó, caminé lentamente hacia una pequeña ventana para ver la cantidad de hombres que eran.

—Mierda —susurré, al ver a cinco de ellos congregados afuera.

La adrenalina comenzó a fluir por mis venas mientras evaluaba la situación. Cinco hombres significaban un desafío considerable, especialmente si estaban decididos a hacerle daño a Valentina. Mis sentidos se agudizaron, mi mente se enfocó en buscar soluciones, en encontrar la mejor manera de enfrentar esta amenaza.

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