CAPÍTULO 6

POV MARCO

Una semana después

—Por fin tienes un día de descanso, empezaba a extrañar a mi amigo —comentó Niccoló, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

—Se fueron de viaje por este fin de semana —respondí, dejando caer las pesas al suelo con un suspiro—. Aprovecharé estos dos días sin ella.

Sentí su pesada mirada sobre mí y giré para encontrarme con su rostro serio.

—¿Seguro? —inquirió, frunciendo el ceño con evidente preocupación—. Si vas a aprovechar estos dos días sin ella, ¿por qué demonios estás aquí en el gimnasio en lugar de estar en algún bar o explorando algún lugar nuevo?

Dejé escapar una risa irónica mientras me sentaba en uno de los bancos del gimnasio.

—Me gusta el gimnasio —respondí simplemente, sabiendo que mi respuesta no sería suficiente para satisfacer su curiosidad.

Niccoló me observó con atención, sus ojos escudriñando mi rostro en busca de respuestas.

—Te veo diferente. Te siento diferente —continuó, su tono grave y preocupado—. Esta última semana has estado distante, como si estuvieras luchando contra algo y aún no hubieras encontrado la solución a tu problema.

Quizás tenía razón, tal vez no. Pero lo único seguro era que no sabía cómo cambiarlo.

—Quiero matar a Morelli ya, eso es lo que pasa… no sé si pueda seguir fingiendo por mucho más tiempo —confesé.

Asintió lentamente, comprendiendo la gravedad de mi situación.

—Sería una muerte demasiado fácil, ¿no crees? —reflexionó.

Asentí con pesar, porque sabía que tenía razón. Odiaba que fuera tan simple, pero necesitaba alejarme de la influencia de la familia Morelli lo antes posible.

—Por esa razón estoy en conflicto —admití, sintiendo un peso enorme sobre mis hombros.

—Pensé que se trataba de Valentina —fruncí el ceño, sorprendido por su respuesta—. Menos mal que no es así.

—Claro que no —respondí con vehemencia, deseando con todas mis fuerzas que fuera cierto.

—Perfecto. Te espero en la noche para ir a un nuevo bar que abrieron, necesito despejarme con alguna mujer y tú también.

No dije nada, simplemente me levanté y fui hacia mi maletín. No podía recordar cuándo había sido la última vez que había tenido relaciones sexuales. A pesar de disfrutar de ellas, no era algo que ocurriera con frecuencia, especialmente cuando el odio ardía más fuerte en mi interior que cualquier otra necesidad física. Sin embargo, la tensión se estaba volviendo insoportable, y quizás esta noche podría tener un encuentro casual y encontrar algo de alivio.

Iba saliendo y dirigiéndome hacia donde tenía estacionado mi automóvil cuando divisé a Andrea caminando apresuradamente con algunas bolsas en las manos, claramente ocupada en sus quehaceres diarios.

—Andrea —la llamé, deteniéndola en seco. Ella giró hacia mí, sus ojos reflejando un brillo de sorpresa al reconocerme.

—Marco —respondió con un asentimiento, pero hizo ademán de continuar su camino.

Rodeé los ojos ante su actitud y me apresuré a alcanzarla, tomándola del brazo para detenerla.

—No voy a permitir que camines con todas esas bolsas —declaré, arrebatándoselas y señalando mi auto—. Sube.

Ella me retó con la mirada por un instante, pero finalmente cedió y abrió la puerta del automóvil. Andrea se sentó en el asiento del pasajero, con una expresión entre exasperada y agradecida. Acomodé las bolsas en los asientos traseros, cerré la puerta y me instalé al volante, sintiendo el silencio incómodo entre nosotros mientras arrancaba el motor.

Durante unos momentos, el sonido del motor fue lo único que rompió el silencio. Me sentí incómodo, buscando desesperadamente algo que decir para romper la tensión.

—¿Te encuentras bien? —pregunté finalmente, deseando poder iniciar una conversación más amigable.

Andrea suspiró, pasando una mano por su cabello desordenado.

—Sí, solo es un día agitado—respondió, aunque su tono indicaba que había algo más detrás de sus palabras.

Asentí con comprensión, sin presionarla para que hablara más. Conduje en silencio por un rato, dejando que ella procesara sus pensamientos.

Después de unos minutos, rompió el silencio.

—Gracias por esto, Marco. No tenías que hacerlo —dijo.

Asentí.

—No es ningún problema. Estoy aquí para ayudar cuando lo necesites —respondí sinceramente.

El resto del trayecto transcurrió en relativo silencio, pero supe que la conversación que habíamos tenido días atrás había cambiado y roto la relación de amistad que teníamos. Todo por los malditos sentimientos.

Intenté despejar mi mente concentrándome en la carretera y en el tráfico que se extendía frente a nosotros. Sin embargo, el peso de la tensión entre Andrea y yo seguía palpitando en el aire, haciéndose cada vez más difícil de ignorar.

—No me gustaría que nuestra relación cambiara por cosas que no importan —confesé, buscando desesperadamente mantener nuestra amistad intacta—. Eres como una hermana para mí y siempre velaré por ti.

Andrea asintió con una sonrisa forzada, pero percibí la incomodidad que se ocultaba tras sus ojos.

—Me quedó muy claro, tranquilo Marco —respondió, tratando de disipar cualquier tensión en el ambiente.

Cuando llegamos a su casa, olvidé momentáneamente lo peligroso que podía ser ese barrio, especialmente para alguien como ella: una mujer hermosa y soltera que vivía solo con su madre.

—Andrea… —la llamé, volviéndome hacia ella—. Quiero que empaquen todo. Ya no vivirán aquí. Les pagaré un piso en un lugar más seguro y respetable.

Ella abrió la puerta, evidentemente sorprendida por mi propuesta. Rápidamente, agarré su brazo y la detuve, guiándola de nuevo hacia el asiento.

—No te estaba preguntando. Lo harás. No quiero reproches —afirmé con determinación.

—¿Cómo pretendes que no te quiera como algo más si haces cosas como esta? —me preguntó, su voz temblando ligeramente con emoción contenida.

Apreté la mandíbula, luchando por mantener la calma.

—Te quiero como a una hermana y ese sentimiento nunca cambiará —aseguré, esperando que mis palabras pudieran disipar cualquier malentendido entre nosotros.

Andrea me miró fijamente, como si estuviera tratando de descifrar mis pensamientos más profundos. Finalmente, asintió con resignación, aunque aún parecía luchar internamente con sus propias emociones.

—Está bien, Marco —murmuró, cediendo ante mi insistencia—. Haré lo que dices.

Sentí un peso enorme levantarse de mis hombros al escuchar su aceptación. Sabía que estaba tomando una decisión importante, pero no podía soportar la idea de que algo le sucediera a ella o a su madre debido a la peligrosa situación del vecindario. Me aseguré de que Andrea y su madre estuvieran a salvo antes de marcharme, prometiendo que volvería para ayudarles con la mudanza.

Mientras conducía de regreso a casa, saqué mi teléfono y marqué el número de Niccoló. Sabía que podía confiar en él para encontrar un apartamento disponible a la venta para Andrea y su madre. Isabella habría querido esto; las amaba y sentía que era mi obligación velar porque nada les sucediera.

—¿Marco? —respondió después de unos segundos.

—Niccoló, necesito tu ayuda —dije rápidamente, sin rodeos.

—¿Qué sucede? —preguntó.

—Necesito encontrar un apartamento disponible para Andrea y su madre. Quiero que se muden a un lugar más seguro lo antes posible —expliqué, esperando que entendiera la gravedad de la situación—. Para mañana estaría muy bien.

Hubo un breve silencio al otro lado de la línea antes de que Niccoló respondiera.

—Entendido. Déjame ocuparme de eso. Te llamaré tan pronto como tenga alguna información —aseguró.

—Gracias.

Colgué el teléfono y continué mi camino a casa.

[…]

Esa noche, después de ocuparme de los asuntos relacionados con Andrea y su madre, decidí aceptar la invitación de Niccoló para ir a un bar. Necesitaba distraerme, alejar mis pensamientos de los problemas que pesaban sobre mí. Además, Niccoló había mencionado la posibilidad de encontrar alguna mujer con quien pasar la noche, y aunque no era algo que normalmente buscara, en ese momento me parecía una buena idea.

Nos encontramos en el bar, un lugar bullicioso y animado que contrastaba con mi estado de ánimo sombrío. Niccoló estaba de buen humor, bromeando y charlando animadamente mientras tomábamos unas copas. Traté de seguirle el ritmo, pero mi mente seguía divagando hacia Valentina, siempre terminaba pensando en ella, aunque lo odiara

A medida que la noche avanzaba, me di cuenta de que ser su guardaespaldas estaba empezando a ser tedioso. No podía dejar de notar lo hermosa que era, con su cabello oscuro y sus ojos brillantes. A pesar de mis esfuerzos por mantener una distancia profesional, no podía evitar sentirme atraído por ella y lo odiaba con todas mis malditas fuerzas.

Intenté apartar esos pensamientos de mi mente, recordándome a mí mismo que mi deber era protegerla, no seducirla. Pero cada vez que la veía, sentía una punzada de deseo que era difícil de ignorar.

Cuando mi amigo señaló hacia un grupo de mujeres en la barra y sugirió que nos acercáramos, traté de seguir su ejemplo y entablar conversación. Pero en lugar de sentirme emocionado por la posibilidad de conocer a alguien, solo podía pensar en Valentina y en la complicada situación en la que me encontraba, porque ella era la hija del hombre que me arrebató a mi única hermana.

En el bullicioso bar, una mujer de cabello rubio y ojos brillantes se acercó a mí con una sonrisa coqueta. Su perfume embriagador se mezclaba con el humo del cigarrillo y el murmullo de la multitud, creando una atmósfera intoxicante a nuestro alrededor.

—Hola, lindo —dijo, con una mirada traviesa en sus ojos—. ¿Te importaría si me uno a ti?

Le devolví la mirada con frialdad, sin mostrar ningún interés en su propuesta.

—Lo siento, no estoy interesado —respondí cortésmente, esperando que se diera por vencida y se marchara.

Pero la mujer no parecía dispuesta a rendirse tan fácilmente. Se acercó un poco más, tratando de captar mi atención con su encanto.

—Vamos, no seas tan serio —insistió, pasando suavemente su mano por mi brazo—. Te prometo que te divertirás mucho conmigo esta noche.

Una parte de mi gritaba que sí y mi cuerpo empezaba a reaccionar a su cercanía y su belleza, pero algo mayor me detenía. Entonces, el rostro de Valentina apareció en mi mente y con determinación, agarré el rostro de la mujer y la besé con intensidad, buscando ahogar mis propios pensamientos en el calor del momento. Ella respondió de inmediato, sus labios suaves y cálidos contra los míos, y un pequeño gemido escapó de sus labios entreabiertos.

Mi corazón latía con fuerza mientras luchaba contra la tentación que me ofrecía la mujer frente a mí. Su belleza era innegable, y podía sentir el deseo ardiendo en cada fibra de mi ser. Por un momento, dejé que mis instintos tomaran el control, permitiéndome dejarme llevar por la pasión del momento.

Por un instante, me permití perderme en el beso, dejando de lado todas mis preocupaciones y responsabilidades. Pero cuando nos separamos, el peso de la realidad volvió a caer sobre mí, recordándome que no podía permitirme seguir por ese camino.

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