El sabor de lo prohibido
El sabor de lo prohibido
Por: Karla Nesta
Prólogo

—Señorita Johanna Suárez, es usted encontrada culpable del homicidio del productor Vicent castillo —exclamó el señor juez—. Pero debido a que usted es menor de edad, será trasladada al correccional femenil de mujeres hasta cumplir la mayoría de edad. —Terminó el señor juez golpeando el escritorio con el martillo de madera.

—¡No! —un grito invade toda la sala y ese provenía de la madre de Vicent Castillo, que se sentía indignada por la sentencia que le habían dado a la mujer que asesino a su hijo—. ¡Esa mujer debería de ser condenada a la pena de muerte! —dijo la mujer de cabello castaño cubierto con algunas canas.

—¡Silencio en la sala! —dijo el juez con voz ronca—. Doy por finalizado este juicio —al terminar de hablar la gente se pone de pie.

Dos policías toman del brazo a la joven de quince años de cabello castaño, piel de color medio y de complexión delgada. Que tiene esposas en las muñecas y en los tobillos. Los hombres se llevan a la joven.

—¡Te juro que nunca te dejaré en paz, tú me quitaste a lo que más amaba y ahora me encargaré que nunca nadie más te vuelva a contratar! —habló la mujer con mucha maldad en su voz.

Johanna ignoró las amenazas de esa mujer, no le importaba lo que hicieran debido a que no se sentía para nada arrepentida de haberse defendido de los abusos de Vicent.

Mientras caminaban por los pasillos, ella tenía en su mente, cada recuerdo amargo que había ocasionado ese hombre y cómo ella había sido tan ingenua en caer en sus garras. Los tres salieron del lugar por una puerta trasera, llevándola hasta un auto brindado, metiéndola en su interior y entrando con ella sentándose a su lado.

El ronquido del motor se escuchó seguido del movimiento del vehículo. Ella sabía a donde la llevaban y no se sentía mal, entendía que debía de estar ahí.

Lo que se lamentaba es de haberle creído a ese hombre, todavía recordaba cómo fue que lo conoció: todo comenzó en una entrevista para un comercial de pasta dental. Johanna estaba en la fila esperando impaciente su turno, cuando le tocó dio todo de sí, al terminar le dijeron que era muy buena, pero que no buscaban a una chica con el cabello castaño y la rechazaron de inmediato.

Estaba triste y desanimada al escuchar que por una simple cosa la estaba rechazado, estaba por salir de las instalaciones cuando un hombre corriendo detrás de ella la detuvo.

—¿Johanna? —la llamo el hombre alto, fornido, bien vestido, cabello castaño claro y hermosos ojos avellana.

—Sí —respondió Johanna con lágrimas en los ojos.

—No llores linda, entiendo que este medio es bastante duro con las aprendices —dijo, sonriendo—, aunque la verdad para mí has estado asombrosa y quiero que trabajes para mí.

Johanna no se creía lo que escuchaba, dejo de sentirse triste porque un rayo de esperanza la iluminaba y por fin iba a lograr ser una famosa modelo.

Las puertas se abrieron, dejando que la luz volviera a entrar a la parte trasera del camión, opacando por un momento la vista de la castaña, hasta que sus ojos lograron acoplarse a la luz, pudo ver a un hombre armado y cubierto por completo del rostro.

—¡Abajo! —ordenó un el hombre. Johanna, como buena niña, obedeció la petición de ese desconocido.

Bajo del camión sin protestar, seguido de los otros dos que ya estaban con ella y al estar frente a ese nuevo hombre la tomó de la muñeca jalándola hacia el interior de la enorme prisión.

Caminaron con calma por los fríos y oscuros pasillos. Hasta que se detuvieron en una pequeña habitación donde una mujer mayor maquillada exageradamente se encuentra frente a una computadora muy antigua.

—Señora Olmos —le llamó la atención uno de los hombres. La mujer aparta la vista del monitor mirando hacia nuestra dirección, sonríe satisfecha como si conociera a Johanna.

—Tú debes de ser la nueva —expresó la mujer muy sonriente.

Teclea algo en su computadora y se escucha el sonido de la impresora. La mujer toma la hoja que ha salido y se aproxima hasta ellos. Saliendo de la pequeña habitación y caminando a la siguiente, donde solo hay una cámara fotográfica y un cartel con rayas.

—¡Párate ahí! —uno de los hombres de atrás empuja a la castaña. Johanna se acerca al lugar donde la mujer mayor le está señalando con su huesudo dedo.

—Aquí linda —dijo la mujer. Johanna se para en la cruz—. Sujeta esto —la anciana le entra el cartel con el hombre de Johanna Suárez escrito en letras grandes y un número de serie.

La anciana con paso de caracol se acerca a la cámara colocándose detrás de ella. Toma la primera imagen.

—Sonríe mi niña, por lo menos debes de verte linda en la foto de tu ficha policial —propone la anciana, pero para Johanna no le ve importancia si se ve bien o mal—, está bien como elijas —se enoja la anciana—. Ahora de perfil derecho —ordena. Johanna obedece—. De perfil izquierdo. Perfecto.

Al terminar la sección de fotos, la mujer mayor toma el cartel de Johanna dejándolo en una mesa cercana y toma de las manos a la joven.

Llevándola consigo hasta otra habitación donde le entrega un par de mantas y un uniforme.

—Bienvenida linda —agrega la anciana. Johanna solo la ve con disgusto, pero no le contesta nada.

Uno de los policías toma a la joven jalándola hasta entrar al área donde se encuentran todos las reclusas. Caminan por el pasillo viendo desde el primer piso que la prisión está dividida en dos pisos, la superior y la inferior.

Johanna sigue de cercas a los hombres mientras que pasan por los pequeños cuartos, algunos desocupados, mientras en otros hay mujeres muy jóvenes un tanto violentas que al verla le lanzas besos o palabras obscenas hasta que llegan a uno de los cuartos donde ve que hay una mujer en su interior.

—Este será tu nuevo hogar, a las 7:00 de la mañana es el desayuno y a las 3:00 de la tarde es la comida procura estar puntual porque si no te toca comida ese no es nuestro problema —le informa el hombre—. De las 12:00 de medio día hasta las 2:30 de la tarde podrán salir al patio —sigue hablando—. Y de las 7 a las 8 podrán entrar a las regaderas, pero solo en ese horario. ¡Entendiste! —le grita.

—Sí, señor —confirma Johanna.

—Perfecto, pelos rojos será tu compañera durante tu instancia con nosotros, así que espero que te lleves bien con ella o no es nuestro problema —el hombre continúa contándole.

Mientras que el otro que venía detrás de ella le quita las cadenas de los tobillos y de las muñecas. Empujando a la castaña para que entre en su interior. Cerrando la puerta, dejándola sola con esa mujer de cabello corto.

—Hola, tú debes de ser Johanna Suárez, la modelo que mato al productor Vicent Castillo —habla la mujer.

—Sí —acepta la castaña.

—¿Y es verdad que dicen que lo mataste cortándole el cuello y que té quédate viendo como su alma salía poco a poco? —pregunta la mujer con un tono de voz muy macabro.

—Tal vez —Johanna usa el mismo tono que ella e intentando poner una mirada fría.

Por un momento ambas mujeres se quedan calladas en un duelo de miradas hasta que la mujer de cabello corto se pone de pie hasta quedar frente a Johanna. Ella tiembla en su interior, espera y que esta mujer no le vaya a hacer daño.

—¡Ja, ja, ja! —suelta la carcajada y pasa su brazo por encima de sus hombros—. Me caes bien niña. Creo que seremos buenas amigas. Mi cama es la de arriba, así que te tocara dormir abajo —le aclaro la chica.

—Está bien, no tengo problema —acepto gustosa Johanna y es que para ella está bien dormir en esa parte—. ¿Las chicas de aquí como son? —indago para saber si debe de cuidarse.

—Malas, hace unas semanas me agarré a golpes con una de ellas por el hecho de tomar su asiento y así que te recomiendo que si no quieres problemas no las provoques —le advierte la chica y es que ella sabe que como son.

Johanna solo asiente y es que lo que menos quiere son problemas. Toma asiento en su cama y solo espera que su madre esté bien porque durante el juicio ella permaneció triste y seria al ver a su hija siendo condenada…

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