Atroz descubrimiento

Luego de no escuchar sonido del otro lado de la puerta, Débora decidió abrirla.

—¿Hola?—intentó buscar respuesta, pero no vio a nadie. Luego bajó la mirada y vio una caja de regalo.

Sonrió tontamente, imaginando que esto provenía de su esposo o algún familiar. Se agachó con cuidado y tomó la caja. Aunque estaba un poco pesada, hizo un gran esfuerzo por llevarla hasta la sala de estar.

Estaba tan emocionada que abrió la caja sin siquiera leer la carta. Tan pronto como la abrió, quedó horrorizada; su rostro se tornó pálido al punto de perder el equilibrio.

—¡No puede ser, Dios mío!—pegó un grito desgarrador al ver la cabeza de Angela, su amiga, dentro de la caja. Al lado de esta, había un collar, el mismo que Debora le había regalado cuando cumplió años. Debora se tiró al piso y empezó a llorar desconsoladamente, sin importar si los vecinos escuchaban su llanto—¡Dios mío, ayúdame, esto no es posible!—le pidió ayuda a Dios en ese momento tan estresante y lleno de preguntas.

Javier, al es
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