Jarli soltó un suspiro desgarrador. En ese instante, se sintió el peor hombre del mundo. Una punzada enorme le recorrió el pecho y se extendió por todo su cuerpo. Sus manos empezaron a temblar, incapaces de abrazar a su esposa. Pero tenía que ser valiente y mantener su palabra. Amaba profundamente a Debora y no permitiría que le ocurriera nada peligroso, especialmente después de todas las adversidades que ella había enfrentado por su culpa.Debora, sin entender la gravedad de la situación, se arrodilló nuevamente ante Jarli, y comenzó a clamarle con desesperación. Las lágrimas de Jarli comenzaron a brotar lentamente de sus hermosos ojos. Con manos temblorosas, acarició el cabello de Debora, un gesto que hizo que a ella se le erizara la piel y sonriera débilmente. Creía que todo estaba resuelto, pero no sabía que Jarli estaba firme en su decisión. La relación estaba deteriorada, y continuarla solo significaría más dolor para ambos.En ese momento tan incómodo, entró el padre de Debora
Han pasado casi cinco meses desde aquel fatídico incidente. Débora se encontraba acostada en su cama, mirando cómo se aproximaba la fecha de su cesárea. No sentía dolores, ya que con la cesárea la mujer no siente dolor, pero una inquietud sorda la invadía.—Mi amor, te he traído un helado de chocolate, tu favorito —dijo Jarli, su esposo, mientras dejaba el tazón de helado en la mesa y le regalaba una sonrisa reconfortante.—Muchas gracias, querido —dijo ella, mientras levantaba su pesada barriga y tomaba el helado con ambas manos, sirviéndose un poco en una tacita.—No te excedas demasiado —dijo Jarli con una sonrisa radiante, dejando ver su perfecta dentadura. Durante estos meses, Jarli había aprendido a amar a los seres que los rodeaban; su corazón, que antes era negro y oscuro como un pantano, ahora se había transformado en uno lleno de amor y paciencia.—Debo comer todo el helado que pueda, recuerda que en unos días ingresaré a cesárea y tendré que seguir una rutina alimenticia ba
Jarli estaba sentado en el sofá, concentrado en su computadora. Había trabajado desde casa durante un par de años, y aunque estaba acostumbrado a los gritos de sus dos hijos, Esperanza (7 años) y Jarvin (3 años), esa tarde se sentía especialmente abrumado.—¡Papá, papá! ¡Mi hermana no me quiere dar la patineta! —gritó Jarvin, con un llanto desgarrador que resonó en toda la casa.Jarli dejó el portátil sobre el sofá y corrió a cargar a su pequeño, llenando su carita de besos en un intento desesperado por calmarlo. Su esposa, Debora, estaba en el mercado haciendo unas compras, y para Jarli era todo un desafío cuidar a los dos niños solo. Esperanza, siempre egoísta con su hermano menor, escondía un poco de celos tras su comportamiento. Aunque nunca lo demostraba abiertamente, su actitud posesiva era una constante lucha por llamar la atención.Esperanza, con tan solo siete años, ya mostraba un temperamento fuerte e inquebrantable. En la escuela, no dejaba que ningún niño se metiera con el
Todos se estaban alistando para ir de picnic con los abuelos Lember. Esperanza, sin embargo, estaba algo enojada, pues toda la atención se centraba en su pequeño hermano Jarvin. Cruzada de brazos y apoyada en la pared, no quería que nadie saliera de casa. Su padre, Jarli, se acercó, colocó su mano sobre su cabeza y, negando con la cabeza, le dijo:—Esperanza, me entristece verte así. Eres una niña muy bonita para comportarte de esta manera.Debora, se colocó detrás de su esposo, sin decir nada pero con una mirada de preocupación, mientras sostenía a Jarvin en sus brazos.Esperanza, enfadada, abrió la puerta y salió corriendo hacia el auto. Estaba tan molesta que no le importaron las palabras de su padre. Una vez en el coche, les gritaba a sus padres que se dieran prisa.—Amor, ya no se que hacer con ella, está muy enojada—dijo Debora conteniendo las lágrimas.—No te preocupes amor, en el camino hablaremos.Subieron al auto con el bebé en brazos. Durante el camino, el silencio reinaba
—Otro día agotador —farfullé sin perder el ritmo de mis pasos. En realidad, quiero llegar rápido a casa para decorar la habitación de mi novio, Alex Macalister. Acaba de regresar de un importante evento; es un futbolista brasileño. Sin duda, es muy guapo, con una mirada impactante. Cada vez que pienso en él se me hace agua la boca.El fuerte sonido de un auto relinchante me sacó de mis pensamientos. Mis ojos se abrieron al ver a tres personas interponiéndose en mi camino; uno de ellos era una chica.—¿Les puedo ayudar en algo? —pregunté de manera divertida.Ellos se miraron entre sí y asintieron con la cabeza.—Es ella —avisó la chica a los dos hombres que la acompañaban.Miré a ambos lados, sin darle mucha importancia al asunto. Pensé que era una broma y solo solté una risa nerviosa.—Ja, ja. Amigos, sé que es una de esas bromas para YouTube.De repente, uno de los hombres me agarró de las manos, dejándome inmóvil.—¡Ayuda! —grité, sintiéndome asustada.—Haz que se calle de una vez,
—Señor, usted está cometiendo un grave error—le digo tratando de hacerlo caer en razón. —No, en realidad mi objetivo eres tú, Céline de Macalister.. Mis vellos se erizaron de punta a punta. —Estás mal de la cabeza, no me llamo Céline, me llamo Jimena—trato de mentir. Pero eso hizo que el hombre de ojos verdes soltara una risita. —No eres tan lista como aparentas—se acercó a mí, y me tomó de la cintura—Vamos. Me niego a caminar, y él me hace caminar de un suave empujón. —¡Ah duele!-me quejé, en realidad mis rodillas están lastimadas. —¿Qué pasa?—Me pregunta el hombre de ojos verdes con voz preocupante. Mis rodillas temblaban incapaces de moverse. Solo sentí un líquido recorrer por mis pantorrillas. El hombre me soltó, y llevó su mirada hasta mis piernas, alzó mi falda lentamente. En cuanto vio mis heridas, su rostro se enfureció como el mismo Tasmania. —¡¿Cómo dejaron que se lastimara!?—gritó enfurecido buscando una buena explicación. —Señor, ella se cayó—dijo la chica en
Eran las ocho de la noche y Débora apenas salía de su trabajo, como de costumbre solía salir a las seis pero debido a las alzas que ha generado la empresa, su tiempo de labor se extendió.La vida de aquella mujer era muy infeliz. Excepto a las doce de la madrugada; Era la hora perfecta para saciar sus necesidades, en este caso; Espiar a su vecino de enfrente.Debora se sentía muy atraída por aquel hombre, tanto que imaginaba besando sus labios y aún más que eso, la pobre se masturbaba mientras se hacía fantasías en su pequeño mundo amatorio, en dónde era azotada y embestida por su vecino a quien ella le apodo; señor arrogancia.Debora era una mujer poco social y con un look no tan llamativo, tenía muchos pretendientes los cuales rechazaba constantemente, por qué no perdía la esperanza de que se volviera a repetir la noche en qué su vecino de enfrente la hiciera suya por segunda vez. –No sabes cuánto me encantas, hombre indomable–Chillo sin espabilar. Emocionada por lo que acostumbraba
-¿Será que le ocurrió algo?, o quizás esté enfermo?-Se preguntaba así misma. Y claro el único amigo que tenía en ese momento aparte de su vibrador era su gata Mili.La abrazó y le preguntó.-¿Mili respóndeme, él está bien?-Ella rió, parecía una loca hablándole a un gato-Iré a llevarle unos panecillos, creo que está enfermo, él no suele dejar las ventanas cerradas.Cómo lo había expuesto, preparó sus panecillos, ya horneados los acomodo en una bandeja y los dejó en la mesa, para luego ir al espejo y mirarse.-Creo que estoy bien-Sonríe tímidamente.Aún llevaba su uniforme de la empresa en la que trabaja, la verdad no le importó. Tomó los panecillos y bajó por el ascensor, sus nervios estaban muy alterados, era la segunda vez que iba a tener un contacto con él. Cruzó la calle y luego le explicó al vigilante del apartamento que iba a dar una entrega.-Buenas noches señor, entregaré este pedido al joven que tiene el cabello rubio, para más detalles, el que se mudo hace pocos meses-Dijo c