Quiero el divorcio.
Martes treinta de julio. Habían pasado dos días exactamente desde aquel entonces. Jarli aún se encontraba inconsciente. En varias ocasiones despertaba, pero nuevamente caía en el sueño profundo.

Desafortunadamente, estaba en cuidados intensivos. Su esposa, Debora, yacía aferrada al frío suelo del hospital mientras dejaba caer sus cálidas lágrimas sobre las manos inertes de Jarli.

—Por favor, despierta ya. ¿Acaso no piensas preguntar por tu hija? —cuestionó Debora, muy enojada, más como un regaño desesperado.

Al otro lado de la habitación, estaba Javier, quien lloraba en silencio al ver a su cuñada tan triste. Enroscó su puño, lo llevó a su boca y se mordió la mano. Necesitaba liberar esa furia contenida. Sin poder soportar más, salió corriendo hacia las afueras del hospital.

Debora, por su parte, seguía aferrada a la esperanza de que su esposo reaccionara. En el fondo de su corazón, no dejaba de orar. Durante esos dos días se había convertido en una ferviente creyente, sintiend
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