Mi mujer.

—¡Jarli! —gritó Javier.

—Dime, hermano —respondió Jarli con una ceja enarcada.

—¿Has traído las armas?

Jarli se soltó del agarre de Débora y fue hacia su hermano. Temas como armas y asesinatos no se podían hablar en voz alta. Era una de las reglas en la mafia. Pero al parecer, Javier no las tenía muy claras.

—Si estuviéramos en la pandilla, hace tiempo estarías muerto. Eres un bocón, Javier. No cambias.

Jarli empezó a regañar a su hermano sin importar que Débora estuviera presente.

—Amor, no es para tanto.

—Débora, ve a la cocina a preparar la cena, rápido —ordenó con los ojos tan abiertos que causaban temor.

—Pero no tenemos nada, Jarli —dijo ella con preocupación.

—Te he dicho que vayas a cocinar, ya lo he resuelto.

Débora fue hasta la pequeña cocina y vio muchos alimentos sobre la mesa; al parecer, Jarli tenía todo planeado.

—Javier, tienes que ser fuerte. Debes poner de tu parte y empezar a caminar.

Las palabras de Jarli tocaron fondo en el corazón de Javier.

—Sabes perfectamente
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