Romeo Scavo.
Bajé del auto y entré al pretencioso edificio de mi indeseable socio, el mal gusto hacía presencia en cada esquina, tomé el ascensor y mis hombres se quedaron abajo, crucé la puerta principal y llegué hasta su oficina.
—Romeo ¿Cómo estás? ¿Qué tal tu viaje de regreso?
—Todo bien.
—Lamento lo de tu padre, ahora somos socios, te explicaré todo sobre el negocio. A tu padre le habría encantado verte por fin trabajando en el negocio familiar.
—No es lo que pretendo. Quiero vender mi parte y adiós.
—No, no, así no se hacen las cosas, date una oportunidad.
Lo que quería era la fama de mi nombre en el mundo de los negocios para levantar el muerto que tenían como empresa. Me senté para escucharlo, pero yo tenía una decisión tomada.
—¿Es todo? Mi abogado te contactará.
—Romeo, Romeo, acompáñame esta noche para una fiesta en un club muy exclusivo, tengamos conversaciones de negocios como las tienen los hombres en esta ciudad.
—No salgo de fiestas, nunca.
—Por negocios.
—Precio ¿Cuánto vale?
—Esta noche en el Club Purpura, ven conmigo, hablemos y te daré precio, no antes.
—Se agota mi paciencia, Ricardo. Iré, sin juegos y sin rodeos, esta noche cerramos ese punto.
—Así será.
Rodé los ojos y salí de allí con mal cuerpo, venia directamente del aeropuerto y mi pequeña estaba en el auto. Me apresuré a subirme, ella me vio con sus grandes ojos azules.
—Papi, tengo sueño ¿Cuándo vamos a casa?
—Apenas llegamos, debo resolver un asunto y nos regresaremos pronto.
A veces olvidaba que era una niña, me costaba entenderlo y no sabía cómo actuar. Ximena era mi única hija, su madre murió dándola a luz hacia cinco años ya, no había vuelto a la ciudad desde que mi padre se negó a reconocerme cuando yo tenía catorce años y quedé huérfano, él simplemente me rechazó, viví de la caridad de vecinos hasta que los Scavo me adoptaron, levanté imperios con ese nombre y me enteré poco después de que mi verdadero padre decía que yo era su hijo y hasta me dejó una pobre herencia al morir.
Necesitaba cobrar esa herencia, darla a la caridad y seguir con mi vida, no quería que mi nombre siguiera atado al suyo por causa de esa herencia. Llegamos a la mansión donde nos quedaríamos mientras estuviera en la ciudad y resolviera todo.
La niñera bajó a Ximena y el resto del personal corrió a preparar la casa, admiré la propiedad, demasiado grande y lujosa para solo mi hija y yo, aunque suficientemente apartada para que fuera perfecta para nuestra privacidad, contraria profesores para ella, no quería inscribirla en un colegio y ocuparme de esas cosas.
—Papi, esta casa es muy grande.
—Busca tu cuarto. Debo trabajar, estaré en el despacho, cualquier cosa que necesites pídesela a Valentina.
La niña afirmó con resignación y salió de mi vista.
Trabajé hasta que Ricardo me recordó de nuestra cita con una llamada, fui a bañarme y me vestí, pasé por la habitación de Ximena, ya dormía. Estaba sola todo el día y era una niña melancólica, pero no sabía qué hacer con ella.
—¿Va a salir? —preguntó Valentina.
—Sí, que la niña esté lista mañana para recibir a los profesores, ¿los contactaste?
—Sí, como pidió. Creo que estas deberían ser vacaciones para ella y…
—No, cuidas a mi hija, no la crías, nada de vacaciones ¿Y qué va a hacer? Ya no consigo que inventar para que haga durante el día y no me persiga y me deje trabajar y ese debería ser tu trabajo.
—Está bien.
Me subí al auto y me dirigí al lugar que me indicó Ricardo. Al llegar me dio mala espina el sitio, era una mansión antigua, no era un local con letreros en Neón, al entrar me pidieron mi nombre y al decirlo, me condujeron adentro del lugar: todo en negro y rojo y rápidamente me di cuenta de la trampa: era un club de fetiches, me disponía a darme la vuelta cuando él me vio y me halo con él.
—Llegaste…
—¿Qué es esto, Ricardo?
—Un lugar de encuentro donde podrás dar rienda suelta a tus fantasías, lo que busques aquí lo hallarás.
—No estoy buscando nada. Me voy.
—No, quédate, conversemos, no tienes que hacer nada, ven.
Caminé con él hacia el fondo del lugar, había muebles, un bar y música relajada, había mucha gente conversando normalmente. Decidí quedarme porque de verdad quería salir del asunto de mi herencia no deseada y a la que no podía renunciar hasta ejecutarla.
—Ahora mismo necesitamos una inyección de capital.
—No, te venderé las acciones a crédito si hace falta, no me pagues, pero has el maldito traspaso.
—No, quebraremos si no recibimos ese dinero.
—No es mi problema.
Estuve escuchando por media hora sus explicaciones absurdas y baratas, estaba decidido a darle dinero con tal de que hiciera el traspaso y así poder deshacerme de las acciones a mi nombre.
Sonó mi teléfono, era Valentina, atendí.
—¿Se está quemando la casa?
—La niña está llorando y no logro calmarla, quiere verlo.
—Has tu trabajo, Valentina.
—Quiere hablar con usted.
—Pónmela.
Me levanté excusándome con Ricardo y busqué un lugar apartado y en silencio, terminé en una pequeña terraza junto a una cocina.
—Ximena, ve a dormir.
—Papi, veo señores muertos, no quiero verlos más.
—Basta con eso.
—Tengo miedo, diles que se vayan.
—Todo eso está en tu cabeza.
No dejaba de llorar, le pedí que me pasara a Valentina a quien regañé por hacer un pobre trabajo como niñera, le di permiso de que durmiera junto a la niña, colgué y decidí ir a casa, pero una mujer vació un tobo de agua sucia sobre mí.
Romeo Scavo.Miré de arriba abajo a la mujer.—¡Torpe! —grité.—Lo siento, no sabía que había alguien aquí, por aquí lanzo el agua sucia.Me volví a ver la pequeña terraza, la miré de nuevo.—¿Cómo eres tan torpe? Esto es una terraza, no es para lanzar esa agua, debes lanzarla por un desagüe ¿Es que vives en una alcantarilla?Abrió mucho los ojos y negó repetidas veces, noté su maquillaje barato y mal puesto, su ropa que le quedaba demasiado ajustada como si fuera ropa de niña, se veía ridícula. Me quité la chaqueta, ella se quedó paralizada viéndome.—Qué noche de mierda, no soporto al imbécil de Ricardo, la niñera es incapaz de cuidar a mi hija, voy a tener que correrla y ahora tú me lanzas esta porquería encima ¿Qué nadie puede simplemente hacer su trabajo?—Yo puedo ocuparme de eso. Déjeme compensarlo —pidió.La miré de arriba abajo, no se parecía al resto de las chicas que vi adentro del lugar, no era fea, pero era la única que se veía natural, no me gustaba pagar por sexo, pero
El chofer del hombre me dejó frente a mi casa, estaba feliz de poder tener una oportunidad de volver a tener un trabajo de verdad, del club solo me llamaban a veces y en lugar de los treinta dólares que me ofrecieron, me pagaban solo veinte y hasta baños tenía que limpiar, no me quejaba de trabajo, pero sentía que podía estar haciendo más dinero, con lo que gané pude pagar una parte de la renta, seguía debiendo la otra y pude comprar algo de comida para mis hermanos, los inscribí en el colegio con la promesa de pagar poco a poco la inscripción, hablé con la directora y me hizo ese favor.Mis dos chiquiticos dormían, tenían un solo par de zapatos, un solo cuaderno y un lápiz cada uno, sin bolsos, era tarde, pero debía sentarme a coser los bolsos viejos y rotos para que se llevaran allí sus cosas y no anduviesen sin nada.Mientras cosía pensé en el peligro en el que estuve, ese hombre tuvo razón, cualquier otro no me habría perdonado teniéndome ahí sola e indefensa en una habitación de
Romeo Scavo.Estuve en mi despacho desde las cinco de la mañana, era la una de la tarde y no había salido siquiera a desayunar, Ana tocó la puerta y le pedí que pasara.—Señor ¿Va a tomar la comida con la niña?—No, aquí.—Ya hice la contratación de la chica.—¿Vino? Qué bueno.—Sí, es bastante joven, pero muy voluntariosa, rápida, sacó ya casi la mitad de lo que estaba en el bunker.—Me alegra haber acertado con la corazonada.—De hecho autoricé que Alberto busque a sus hermanitos al colegio y los traiga para acá para que se regresen con ella en la tarde, parece que son huérfanos y viven solo.—Eso me dijo, entendí que es ella quien los cuida, fue la razón por la que te pedí que la emplearas. —Ojalá no sea mañosa, no parece, caras vemos, corazones no sabemos.—Sí lo es, se va y punto.—Los niños están en el comedor de desayuno, el externo, allí no molestan a nadie, pero no tienen casi nada, tomé prestado colores y cuadernos de Ximena, espero que esté bien.—Tú mandas en esta casa, A
Estaba agotada, porque obviamente no estaba acostumbrada a hacer trabajo pesado como ese, sin embargo, no podía estar más feliz. El señor Scavo se portó amable conmigo y con mis hermanitos, a lo lejos veía como los tres sonreían y brincaban alrededor del jardín. Era una nena preciosa. Sonreí satisfecha y volví al bunker, esuché unos pasos detrás de mí. Me volteé con la mano en el pecho, era la niñera, le sonreí.—Hola, ya vi que mis hermanitos están jugando con la nena.—La niña Ximena. Sí —dijo y se cruzó de brazos recostandose del marco de la entrada.—Es una niña preciosa.—Y muy educada, no creas que será costumbre que tus hermanos se junten con ella, son de mundos diferentes.Me puse seria y asentí con la cabeza. Giré todo mi cuerpo hacía ella porque entendí que no venía en buenos terminos ni son de paz.—El señor Scavo me pidió permiso para que mis hermanos jugaran con ella.—Lo sé, está desesperado porque la niña no comparte con otros niños, pero pronto comprenderá la inconve
Caroline.Desperté tras haber dormido solo dos horas, no podía dormir pensando en que el día lunes era la fecha límite para inscribir a mis hermanos en la escuela y que ya era sábado, pasé saliva y cerré los ojos a punto de llorar, solo tenía granos blancos en la nevera preparados para darles y en lo que el contenido de esa olla se acabara no tendría más para darle, ya no tenía a quien más pedirle dinero prestado, había pedido mucho y había quedado mal porque no conseguía trabajo, limpié mis lágrimas y me exigí levantarme, debía ir a la calle y conseguir algo de dinero para la comida, ya vería como haría para inscribirlos en el colegio, aunque ya nadie me quería prestar más dinero.Limpié mis dientes sin pasta dental y corrí a la cocina a calentar y remojar el poco pan que quedaba que ya estaba duro, lo calentaría un poco para cuando los chicos se levantaran: Alan de ocho y Lucy de seis, eran mi vida y tenía una gran responsabilidad con ellos. Me espantaba la idea de perderlos, no pod