Capítulo 2

Romeo Scavo.

Bajé del auto y entré al pretencioso edificio de mi indeseable socio, el mal gusto hacía presencia en cada esquina, tomé el ascensor y mis hombres se quedaron abajo, crucé la puerta principal y llegué hasta su oficina.

—Romeo ¿Cómo estás? ¿Qué tal tu viaje de regreso?

—Todo bien. 

—Lamento lo de tu padre, ahora somos socios, te explicaré todo sobre el negocio. A tu padre le habría encantado verte por fin trabajando en el negocio familiar.

—No es lo que pretendo. Quiero vender mi parte y adiós.

—No, no, así no se hacen las cosas, date una oportunidad.

Lo que quería era la fama de mi nombre en el mundo de los negocios para levantar el muerto que tenían como empresa. Me senté para escucharlo, pero yo tenía una decisión tomada.

—¿Es todo? Mi abogado te contactará.

—Romeo, Romeo, acompáñame esta noche para una fiesta en un club muy exclusivo, tengamos conversaciones de negocios como las tienen los hombres en esta ciudad.

—No salgo de fiestas, nunca.

—Por negocios.

—Precio ¿Cuánto vale?

—Esta noche en el Club Púrpura, ven conmigo,  hablemos y te daré precio, no antes.

—Se agota mi paciencia, Ricardo. Iré, sin juegos y sin rodeos, esta noche cerramos ese punto.

—Así será.

Rodé los ojos y salí de allí con mal cuerpo, venía directamente del aeropuerto y mi pequeña estaba en el auto. Me apresuré a subirme, ella me vio con sus grandes ojos azules.

—Papi, tengo sueño ¿Cuándo vamos a casa?

—Apenas llegamos, debo resolver un asunto y nos regresaremos pronto.

A veces olvidaba que era una niña, me costaba entenderlo y no sabía cómo actuar. Ximena era mi única hija, su madre murió dándola a luz hacía cinco años ya, no había vuelto a la ciudad desde que mi padre se negó a reconocerme cuando yo tenía catorce años y quedé huérfano, él simplemente me rechazó, viví de la caridad de vecinos hasta que los Scavo me adoptaron, levanté imperios con ese nombre y me enteré poco después de que mi verdadero padre decía que yo era su hijo y hasta me dejó una pobre herencia al morir.

Necesitaba cobrar esa herencia, darla a la caridad y seguir con mi vida, no quería que mi nombre siguiera atado al suyo por causa de esa herencia. Llegamos a la mansión donde nos quedaríamos mientras estuviera en la ciudad y resolviera todo.

La niñera bajó a Ximena y el resto del personal corrió a preparar la casa, admiré la propiedad, demasiado grande y lujosa para solo mi hija y yo, aunque suficientemente apartada para que fuera perfecta para nuestra privacidad, contrataría profesores para ella, no quería inscribirla en un colegio y ocuparme de esas cosas.

—Papi, esta casa es muy grande.

—Busca tu cuarto. Debo trabajar, estaré en el despacho, cualquier cosa que necesites pídesela a Valentina.

La niña afirmó con resignación y salió de mi vista.

Trabajé hasta que Ricardo me recordó de nuestra cita con una llamada, fui a bañarme y me vestí, pasé por la habitación de Ximena, ya dormía. Estaba sola todo el día y era una niña melancólica, pero no sabía qué hacer con ella.

—¿Va a salir? —preguntó Valentina.

—Sí, que la niña esté lista mañana para recibir a los profesores, ¿los contactaste?

—Sí, como pidió. Creo que estas deberían ser vacaciones para ella y…

—No, cuidas a mi hija, no la crías, nada de vacaciones ¿Y qué va a hacer? Ya no consigo que inventar para que haga durante el día y no me persiga y me deje trabajar y ese debería ser tu trabajo.

—Está bien.

Me subí al auto y me dirigí al lugar que me indicó Ricardo. Al llegar me dio mala espina el sitio, era una mansión antigua, no era un local con letreros en Neón, al entrar me pidieron mi nombre y al decirlo, me condujeron adentro del lugar: todo en negro y rojo y rápidamente me di cuenta de la trampa: era un club de fetiches, me disponía a darme la vuelta cuando él me vio y me halo con él.

—Llegaste…

—¿Qué es esto, Ricardo?

—Un lugar de encuentro donde podrás dar rienda suelta a tus fantasías, lo que busques aquí lo hallarás.

—No estoy buscando nada. Me voy.

—No, quédate, conversemos, no tienes que hacer nada, ven.

Caminé con él hacia el fondo del lugar, había muebles, un bar y música relajada, había mucha gente conversando normalmente. Decidí quedarme porque de verdad quería salir del asunto de mi herencia no deseada y a la que no podía renunciar hasta ejecutarla.

—Ahora mismo necesitamos una inyección de capital.

—No, te venderé las acciones a crédito si hace falta, no me pagues, pero haz el maldito traspaso.

—No, quebraremos si no recibimos ese dinero.

—No es mi problema.

Estuve escuchando por media hora sus explicaciones absurdas y baratas, estaba decidido a darle dinero con tal de que hiciera el traspaso y así poder deshacerme de las acciones a mi nombre.

Sonó mi teléfono, era Valentina, atendí.

—¿Se está quemando la casa?

—La niña está llorando y no logro calmarla, quiere verlo.

—Haz tu trabajo, Valentina.

—Quiere hablar con usted.

—Pónmela.

Me levanté excusándome con Ricardo y busqué un lugar apartado y en silencio, terminé en una pequeña terraza junto a una cocina.

—Ximena, ve a dormir.

—Papi, veo, señores muertos, no quiero verlos más.

—Basta con eso.

—Tengo miedo, diles que se vayan.

—Todo eso está en tu cabeza.

No dejaba de llorar, le pedí que me pasara a Valentina a quien regañé por hacer un pobre trabajo como niñera, le di permiso de que durmiera junto a la niña, colgué y decidí ir a casa, pero una mujer vació un envase de agua sucia sobre mí.

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