Capítulo 4

El chofer del hombre me dejó frente a mi casa, estaba feliz de poder tener una oportunidad de volver a tener un trabajo de verdad, del club solo me llamaban a veces y en lugar de los treinta dólares que me ofrecieron, me pagaban solo veinte y hasta baños tenía que limpiar, no me quejaba de trabajo.

Pero sentía que podía estar haciendo más dinero, con lo que gané pude pagar una parte de la renta, seguía debiendo la otra y pude comprar algo de comida para mis hermanos, los inscribí en el colegio con la promesa de pagar poco a poco la inscripción, hablé con la directora y me hizo ese favor.

Mis dos chiquititos dormían, tenían un solo par de zapatos, un solo cuaderno y un lápiz, cada uno, sin bolsos, era tarde, pero debía sentarme a coser los bolsos viejos y rotos para que se llevaran allí sus cosas y no anduviesen sin nada.

Mientras cosía pensé en el peligro en el que estuve, ese hombre tuvo razón, cualquier otro no me habría perdonado teniéndome ahí sola e indefensa en una habitación de hotel, pero yo estaba tan desesperada por un trabajo que cuando lo oí decir esas cosas, y se veía que era un hombre de dinero, yo solo pude pensar en pedirle que me contratara a mí.

Estaba tan feliz y contenta de que ese hombre me quisiera dar una oportunidad, reí sola en medio de la sala pensando en lo tonta que fui, no se me cruzó por la mente que ese hombre pensaba que le ofrecía algo más, tan fea no debía verme porque Gustavo decía que me mantuviera escondida, pero al señor rico le parecí linda, o al menos suficiente para eso.

Negué agradecida con Dios por cuidarme en mis locuras, terminé de coser y me fui a acostar, me eché en la colchoneta del piso junto a mis hermanitos, estaba feliz de poder tener un trabajo de nuevo.

Al despertar, corrí a prepararlos para el colegio, les rellené un par de pan con queso y le puse un mango a cada uno en una bolsa, Alan se rio y negó con su cabeza, pero no dijo nada. Para él era nuevo nuestra situación de escasez, siempre tuvimos poco, pero comida no faltaba, nunca habíamos pasado hambre, cuando me quedé sin trabajo me tocó darle cosas absurdas como agua con sal y papas, recordarlo me ponía un nudo en la garganta y hacía que mis ojos se humedecieran.

Les entregué los bolsos, estaba emocionada de ver sus caras; sin embargo, se miraron entre ellos y sonrieron apenados.

—¿Qué? ¿Qué pasa?

—Yo prefiero no llevarlo, ya se ve viejo —dijo Alan.

—Pero no está roto.

—Está feo —dijo Lucy.

—Es más práctico, chicos.

—Prefiero no llevar nada —insistió Alan.

Otra puñalada al corazón, sonreí y los tomé de la mano para salir rumbo al colegio, durante el camino les conté que había conocido a un señor importante y que iría a pedirle trabajo en lo que los dejara en el colegio, se emocionaron.

—¿Ya no vas a tener que irte de noche? Cuando trabajas, tampoco es que haces mucho.

—No, Alan, no tendré que irme, y sí, salían pocos eventos, esto será fijo, es un millonario, debe tener una casa grande.

Oculte que el hombre me dijo que serían unos meses, pero en unos meses algo más tenía que conseguir.

—Ay qué bueno, hermana-mamá —dijo Lucy apretándose a mí.

Los tres reímos contentos, los besé y los dejé en la puerta, vi como corrían hacia adentro emocionados. Me había puesto un sencillo pantalón de jean y un suéter blanco que era lo más decente que tenía, un par de zapatos deportivos y tomé el bus hacia la zona donde estaba ubicada la casa del millonario. Mi corazón latía de nervios y emoción, esperaba que recordara su promesa, no se veía borracho ni nada.

Llegué a la dirección que me dijo después de caminar media hora, toqué en la vigilancia y un hombre joven de barba salió.

—¿Dígame?

—Vengo a ver al señor Scavo, para una cita de trabajo. Soy Caroline Smith.

—Sí, está anotada, pero va es con Ana Duarte, el ama de llaves.

—Sí, así mismo.

—Pase. 

Las puertas se abrieron y una mansión se reveló ante mí, el camino antes de la entrada era enorme y la casa parecía de cien habitaciones, camine rápido, aunque ya tanta caminata me tenía agotada. Se asomó una señora blanca y grande a la puerta.

—Buenos días, debes ser Caroline.

—Sí, soy yo, y usted debe ser Ana Duarte.

—Entra, siéntate —dijo cortante. La seguí a lo que se suponía que era una cocina, era enorme y hermosa.

—Me dijo el señor que podré hacer de limpieza. Yo trabajaba de limpieza.

—Eso lo decido yo, me hace falta una mano más bien en la cocina, si quieres el trabajo, es lo que hay.

—Sí, sí, yo hago lo que me pida, cocina, corto cebollas, friego, hago todo.

Me miró con desprecio y alzó una ceja.

—Hay una chef, muy reconocida, ella dice que es lo que se prepara, a veces ella cocina, pero hay un sous chef que se encarga y dos ayudantes de cocina, tú serías, la ayudante de los ayudantes.

—Sí, acepto.

—Eso sería deshacerte de los desperdicios, hacer las compras porque esperamos que conozcas la ciudad, será ir y venir, picar cebollas, almacenar la comida, botar la basura.

—¿Cuántas personas viven aquí?

Suspiró incómoda.

—Es solo el señor y la niña, pero también hacemos vida aquí un jardinero, dos choferes, dos vigilantes, cuatro guardias de seguridad, un chef, un sous chef, dos ayudantes de cocina, cuatro chicas de aseo, la niñera y yo, ahora tú, ah lo olvidaba, y los dos maestros de la niña. 

—Son demasiadas personas para solo una familia de dos ¿Y la esposa del señor?

—No seas imprudente, no hagas esas preguntas, está muerta, no hables de ello, no lo vuelvas a mencionar.

—Está bien, lo siento.

—Te pagaré al final de cada semana, porque no eres una empleada fija, será mientras estemos en la ciudad, así que te daré tu pago cada semana: ciento ochenta dólares, podrás desayunar, almorzar y cenar aquí. Librarás solo los domingos. El horario es de siete de la mañana a cinco de la tarde.

Mis ojos se abrieron de par en par, ganaría ciento ochenta dólares en una semana, eso era lo que ganaba en la óptica en un mes, sería millonaria, estaba tan feliz y emocionada que olvidé el horario de los chicos.

—Tengo que buscar a mis hermanitos en la escuela, ¿podré salir al medio día a hacerlo?

—Es justo cuando se te requerirá más, para servir la comida y eso, el resto de los empleados no se sirven ellos mismos la comida. Puedo arreglar que el chofer vaya por ellos y los lleve a su casa.

—¿Qué? ¿En serio? Pero vivimos solos, somos huérfanos.

—Sí, pues para que los traiga aquí y se vayan contigo igual a veces debes salir a hacer compras, la casa es espaciosa, buscaremos donde ponerlos que no estorben al señor, trabaja desde casa y su propia hija lo fastidia, si tú controlas a los niños, no habrá problemas.

—¿Y me llevarán a casa?

—Sí, porque después de las cuatro no pasa transporte cerca, eso nos dijo quién vendió la casa. Todos los empleados vivimos aquí, menos tú, nada costará que te lleven cada día, para venir si debes arreglártelas.

—Sin problemas —respondí a punto de llorar, era el mejor trabajo del mundo.

—¿Qué edad tienen tus hermanos?

—Ocho el varón, seis la niña.

—Ximena tiene seis.

—Pero sí es muy chiquita.

—¿Puedes comenzar de una vez? Necesitamos sacar cosas que dejaron los antiguos dueños de la casa.

—Sí, claro, por supuesto, ahora mismo.

Tendría esa misma semana el dinero para pagar la renta, comprar útiles escolares, pagar la inscripción, comprar bolsos nuevos y comida, y pagar una que otra cuenta. Estaba demasiado feliz.

Me presentaron con el personal, todos parecían ocupados. Las chicas del aseo eran supersimpáticas y rápido me explicaron que debía hacer, los dueños anteriores dejaron la casa amoblada y el señor quería ir sacando algunas cosas, y sobre todo la comida almacenada que ya estaba vencida, tenían una especia de búnker donde había de todo, eso había que limpiarlo.

Estaba tan feliz de que hubiese trabajo y de que me contrataran a mí para hacerlo y con tantos beneficios. Vi a la niña, a lo lejos, tenía el cabello rubio y los ojos azules como su padre, aunque su padre era de cabello oscuro, la niña me miraba con curiosidad y muy seria, parecía una adulta en el cuerpo de una chiquita, vestía un conjunto de braga rosada y zapatos deportivos, protestó cuando llegaron sus maestros.

Cuando viera al señor Romeo debía agradecerle ese enorme favor que me hizo. Me sentía capaz de lograr mucho, estaba en un foso en el que no veía salida y él tendió su mano desinteresada, a mí que parecía una loca esa noche. Gracias Dios.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo