Capítulo 5

Romeo Scavo.

Estuve en mi despacho desde las cinco de la mañana, era la una de la tarde y no había salido siquiera a desayunar, Ana tocó la puerta y le pedí que pasara.

—Señor, ¿Va a tomar la comida con la niña?

—No, aquí.

—Ya hice la contratación de la chica.

—¿Vino? Qué bueno.

—Sí, es bastante joven, pero muy voluntariosa, rápida, sacó ya casi la mitad de lo que estaba en el búnker.

—Me alegra haber acertado con la corazonada.

—De hecho autoricé que Alberto busque a sus hermanitos al colegio y los traiga para acá para que se regresen con ella en la tarde, parece que son huérfanos y viven solo.

—Eso me dijo, entendí que es ella quien los cuida, fue la razón por la que te pedí que la emplearas. 

—Ojalá no sea mañosa, no parece, caras vemos, corazones no sabemos.

—Sí lo es, se va y punto.

—Los niños están en el comedor de desayuno, el externo, allí no molestan a nadie, pero no tienen casi nada, tomé prestados colores y cuadernos de Ximena, espero que esté bien.

—Tú mandas en esta casa, Ana. A Ximena le sobra, no pasa nada. 

Asintió y cerró la puerta. Ana era una mujer estricta y dura, de casi sesenta años, y de buen corazón, algo que yo no era, me gustaba tenerla cerca porque me enseñaba a ser bueno, mi mujer la adoraba y era ya como de la familia.

Pensé que la presencia de los hermanitos de esa chica podía ser buena influencia para Ximena, aunque tenía que examinarlos y ver qué clase de niños eran, decidí salir del despacho y dar una vuelta para ver cómo era todo.

Mi hija aún hacía sus lecciones con los profesores en el salón dispuesto para ello junto a la sala, pasé a la cocina, todos corrían de un lado a otro preparando las cosas para el almuerzo. Vi a los niños tras las puertas de cristales en las mesas del comedor de desayuno frente al jardín y la piscina. Los dos veían a su al redor y hablaban entre ellos, se reían, el varón que se veía que era el más grande le enseñaba a la pequeña algo en los cuadernos. Me acerqué más.

—Me salgo de la rayita, Alan —se quejó la niña y batió su cabello liso, era una copia chica de su hermana, tenía los cachetes redondos y rosados.

—Sí, es normal, después de practicar mucho no te saldrás —le dijo su hermano, era un rubiecito delgado.

—¿Por qué no podemos jugar y ya? Esta casa es grande, la señora nos regaló colores, yo quiero pintar.

—No, Lucy, nos los prestó y esta es casa ajena, no podemos brincar y saltar, aquí trabaja Caroline, sabes lo que le ha costado conseguir trabajo, no perderá este por nosotros.

Me sorprendió que hablara como un adulto, debían pasar mucho trabajo. Vi que de verdad tenían solo un lápiz y un cuaderno. Salí a saludarlos, ellos se quedaron viéndome con los ojos muy abiertos.

—Hola, niños, soy el jefe de su hermana, ¿Y sus cosas?

—¿Qué cosas? —preguntó la chiquita.

—¡Lucy! Buenas tardes, señor, somos los hermanos de nuestra hermana Caroline, mucho gusto, soy Alan y la mal educada es Lucy.

Me hizo sonreír, decidí que dejaría que mi hija jugara con ellos. Podría ser bueno para mejorar su constante melancolía.

—No veo sus bolsos.

—No tenemos —dijo el varón —, tenemos, pero están viejos y preferimos que se metan con nosotros porque no tenemos a que llevemos esos feos, horribles y viejos que Caroline remendó y quedaron peor.

—Caroline es nuestra hermana-mamá —dijo la nena que era preciosa.

Pensé que esos niños harían bien a mi hija.

—Hablaré con su hermana-mamá para que le compre bolsos nuevos.

Se vieron y sonrieron emocionados, el varón dio las gracias y la nena lo imitó. Entré de nuevo a la cocina, Ana me observó sonriente.

—Manda a comprar dos bolsos escolares para esos niños, uno de varón y uno de hembra, de la mejor marca que haya.

—Como diga, señor.

Salí hacia el patio delantero y vi a la chica, sacaba del búnker cajas y cajas de comida, sudaba y de vez en cuando bebía agua, me acerqué a ella, palideció cuando me vio.

—Señor, quería darle las gracias, este es el mejor trabajo del mundo. Muchas gracias, rezaré por usted y su pequeña todas las noches por el resto de mi vida.

—Vaya, con que hagas el trabajo me conformo, conocí a tus hermanitos, ¿te molestaría que jueguen con Ximena? Son contemporáneos.

—Para nada, yo feliz, ellos estarán felices.

—Bien, sigue, buen trabajo.

Se veía mucho mejor que el día anterior sin ese maquillaje ridículo y con ropa que le ajustaba mejor a su cuerpo, era una chica agraciada y muy humilde, me preguntaba cuál sería su historia ¿Qué habría pasado con sus padres?

Lo bueno es que no era mi problema, cuando me crucé a Valentina, le pedí que invitara a los chicos a jugar con mi hija en la sala de juegos, o al patio o a donde quisieran.

—¿Le parece buena idea? Esos niños no sabemos cómo están educados.

—Para eso, pago una niñera, para que los vigile.

 —Está bien, señor.

Volví a encerrarme en mi despacho a comer y decidí que saldría luego a ver cómo les estaba yendo a los niños, el experimento podría funcionar, ya no conseguía que hacer con Ximena.

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