Una semana después.
Llevé a los niños a la escuela caminando, lo que me sirvió para distraer a Lucy con las cosas que veíamos en el camino, estaba muy triste y casi no quería comer, sabía que era por haberla separado de Ximena, no hablaba con Romeo, pero sí con Ana, y ellos estaban igual con la niña.
Hablaba todos los días con Arturo, quien seguía dándome apoyo moral desde la distancia, y contaba con el de Esmeralda y Ana, debía sentirme feliz de tenerlos en mi vida.
Cada día era un reto difícil de superar, tenía que hacer a un lado mis sentimientos, ignorar lo humillada y dolida que me sentía, para poder salir y dar la cara por mis hermanos, pero esa fue la lección que me dejó toda la situación: debía valerme por mí misma, no podía esperar depender de nadie, porque yo era la única persona con la que contaban mis hermanos.
Comencé a ser más consciente, incluso con mi salud, empecé a cuidarme más, debía estar bien para ellos.
Seguía estudiando, y trabajado en la universidad: atendía la