El corazón del millonario
El corazón del millonario
Por: Elena Emperatriz
Capítulo 1

Caroline.

Desperté tras haber dormido solo dos horas, no podía dormir pensando en que el día lunes era la fecha límite para inscribir a mis hermanos en la escuela y que ya era sábado, pasé saliva y cerré los ojos a punto de llorar, solo tenía granos blancos en la nevera preparados para darles y en lo que el contenido de esa olla se acabara no tendría más para darle, ya no tenía a quien más pedirle dinero prestado, había pedido mucho y había quedado mal porque no conseguía trabajo, limpié mis lágrimas y me exigí levantarme, debía ir a la calle y conseguir algo de dinero para la comida, ya vería como haría para inscribirlos en el colegio, aunque ya nadie me quería prestar más dinero.

Limpié mis dientes sin pasta dental y corrí a la cocina a calentar y remojar el poco pan que quedaba que ya estaba duro, lo calentaría un poco para cuando los chicos se levantaran: Alan de ocho y Lucy de seis, eran mi vida y tenía una gran responsabilidad con ellos. Me espantaba la idea de perderlos, no podía mantenerlo, pero de cara al mundo ellos estaban bien.

Cuando el pan estuvo tibio, los fui a despertar, Alan entreabrió sus ojos y me sonrió, me abrazó y saltó de la cama emocionado, contaba los días para ir al colegio y mi estómago se empequeñecía, yo solo podía pensar quizás no podría inscribirlo, Lucy ya estaba despierta y jugaba con su única muñeca echada en el piso.

—Vamos a comer, niños.

—Caro, me quiero limpiar los dientes, pero no hay crema —dijo Alan enseñándome el maltrecho envase ya sin nada.

—Apriétalo un poco más.

—No sale nada, ¿lo boto?

Corrí y tomé el tubo de crema y lo apreté con todas mis fuerzas, salió un poco de crema que eché sobre su cepillo, él sonrió y comenzó a cepillarse.

—Ahora tú, Lucy, ven.

La niña se levantó y buscó su cepillo, le eché el ultimo poquito que salió y aun así no boté el tubo, buscaría una tijera y lo cortaría para sacar lo último que pudiera sacar.

Tras cepillarse los dientes los llevé a la cocina y les serví el pan recalentado en unos platos y le eché un poquito de chocolate de un tubito que compré en la abasto, se emocionaron al ver el chocolate, aunque era poco.

—¿Y tú? —preguntó Lucy.

—Ya comí —mentí, ella sonrió y canturreó una canción mientras se comía su pan viejo recalentado cubierto de chocolate.

Mientras comían, llamé a mi amiga Esmeralda.

—Amiga, buenos días, ¿Cómo estás? —pregunté deseando hablar rápido, solo me quedaban unos minutos de llamada y muy poquito saldo.

—Hola, Caroline, ¿Cómo estás?

—Bien, soy yo de nuevo molestando: ¿puedes prestarme unos veinte dólares hasta mañana?

—¿Por qué me dices hasta mañana si sabes que no me los vas a pagar?, no tengo dinero ya, Caroline, no puedo prestarte más, de verdad me da cosa contigo, pero no tengo más.

—Entiendo, vale, gracias, espero que todo esté bien.

—Tienes que buscar trabajo, entiendo que tengas dos niños bajo tu cargo, pero no son responsabilidad de nadie más, nadie tiene porque darte dinero y ayudarte ¿Lo entiendes?

—Sí, no he conseguido nada, sé que me has ayudado y ya abusé mucho de ti, lo entiendo.

Suspiró.

—Hay un trabajo, no te dije porque sé que no eres así, pero es como puedo ayudarte ahora.

—Trabajaba de limpieza en la óptica, sabes que haré lo que sea.

—Esto no es como limpiar, bueno sí, pero no. Es ser del servicio en fiestas a dónde van los ricos con gustos perversos, como entenderás no pueden estar recogiendo vasos, sirviendo tragos, trapeando lo que se ensucia, eso lo hacen unas chicas que contratan para eso, igual debes vestirte muy sensual e ir bien maquillada, por noche pagan sesenta dólares, no es más que esperar a ver si te necesitan para limpiar un vomito o recoger vidrios rotos.

—Me apunto, con sesenta resuelvo al menos la comida de los peques para mañana.

 —Anota la dirección, ve y di que vas de mi parte.

—Gracias, amiga, siempre puedo contar contigo, cuando este bien te compensaré, lo prometo.

Emocionada le pedí a los niños que se quedaran mirando la tv calladitos en el cuarto, los encerré y salí a la dirección que me dio mi amiga, no me gustaba dejarlos con nadie porque si se les iba la lengua y decían que no teníamos comida quizás me los quitaban, aseguré bien la casa y me apresuré, gasté lo último que tenía en pasaje, no era lejos, me hice la loca para no pagar porque lo necesitaría de regreso. El chico no se dio cuenta de que no me cobro y me dejó bajar sin cobrarme, respiré aliviada, pues con ese pasaje me regresaría.

Toque a la puerta del bar y me abrieron, un hombre alto me miró de arriba abajo y me dejó pasar cuando le dije que iba de parte de Esmeralda, me hizo pasar a una oficina, me asuste porque no había nadie más y el lugar era oscuro, pero no tenía opción, era la única oportunidad de empleo disponible, recé a Dios para que no me pasara nada malo.

El hombre entró a la oficina, encendió la luz, pude verlo bien, era apuesto y joven, con aspecto de mal encarado, suspiró y me miró atento por unos segundos sin hablar.

—He trabajado con Esmeralda ¿Qué específicamente te dijo que busco?

—Alguien que limpie.

Hizo una mueca con la cara.

—Sí, pero no es como limpiar este bar, ya tengo quien haga eso.

—Sí, ella me dijo que era en fiestas especiales.

—Exacto, hay clubs privados nocturnos a los que van hombres y mujeres a pasarla bien, necesito chicas que estén ahí para ocuparse de las cosas desagradables que ensucien el lugar.

—Yo puedo hacer eso.

Chasqueó la lengua y negó.

—No sé, es que las chicas que hacen eso lucen de cierta forma ¿me entiendes? Y no te ofendas, pero no estás muy bien arreglada, no eres fea, pero estás muy pálida y delgada. No eres el tipo de chica que me interesa para esto, tengo un nivel alto, las chicas son todas muy hermosas y bien arregladas.

—Entiendo, si me maquillo bien puedo pasar por linda.

Sonrió y negó.

—Te seguirán faltando unas cuantas operaciones, ¿al menos tienes todos los dientes? 

Abrí la boca para mostrarle, asintió. Gracias a Dios no había perdido ninguna pieza dental.

—Puedo hacerlo, puedo trabajar tras bastidores y cobrar menos, no será necesario que nadie me vea, puedo ser la de limpieza de las de limpieza la que haga el trabajo más cochino que ninguna quiera hacer.

Se quedó mirándome y suspiró.

—Está bien, me agradas por alguna razón, cobrarás treinta por noche cuando salga algo, te bañas, te vistes, te maquillas, pero no sales a donde están las otras chicas, y mucho menos a donde estén los clientes, te quedas limpiando vasos, sirviendo los tragos que ellas llevarán recibiendo la mercancía que si botellas y eso, sacando las ratas ¿De acuerdo?

—Sí, gracias, muchas gracias, no sabes cuánto se lo agradezco.

 —Anota aquí tus datos, te llamaré cuando se dé el primer evento de esta temporada.

Temía preguntar si era un prostíbulo, necesitaba el dinero, mi moral estaba afectada, pero necesitaba alimentar a mis hermanos, él pareció adivinar mis pensamientos.

—No es como una casa de citas, es algo más sofisticado, por eso no me sirves para lo principal, es un club de fetiches, las chicas que van practican bondage y otras cosas, también hay clientas, las chicas no cobra, es un lugar de encuentro, mi ganancia la saco de la venta de bebida, y de la membresía que pagan por estar allí.

—Entiendo, está bien.

—Arréglate el cabello, se te ve sin vida, no quiero que las chicas se lleven mala impresión.

—Lo haré.

Salí de allí contenta a casa, cuando llegué el señor dueño de la pieza me esperaba, tocaba la puerta y ya había sacado las llaves que abrían, me tensé pues mis hermanos estaban allí.

—Señor Marcos.

—Mi pago, mijita, los reales. Dos meses atrasada, me debes ochenta ya, y no dejo que nadie me deba tanto, pero como vives dando lástima, tengo consideración, pero te aproveches, no podrás estar más aquí, ve buscando para donde irte.

—Ya conseguí trabajo, le voy a pagar —dije, aunque sabía que lo que ganaría no me alcanzaría para pagarle.

Asintió.

—Así llevas diciendo un rato. Que de mañana no pase, ya basta.

Pasé saliva y me apresuré a entrar a la casa, corrí al cuarto, mis hermanos estaban abrazados acurrucados en el piso y temblando de miedo.

—Estaban tocando la puerta, no abrimos.

—Está bien, ya llegué, ya estoy en casa, todo estará bien.

Cerré los ojos y supliqué a Dios para que me ayudara estaba a punto de colapsar, no soportaba más, mis hermanitos no merecían eso.

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