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Estaba rendida, pero ni se me pasó por la cabeza irme a dormir. Al fin sola en mi habitación, cambié mi vestido por el enagua que me regalara el lobo y me solté el pelo. Anudaba la cinta a mi muñeca cuando escuché sus pasos rápidos bajando la escalera. Me cubrí los ojos sonriendo.

—Adelante, mi señor —dije cuando el lobo llegaba ante el panel.

Un instante después le echaba los brazos al cuello para besarlo.

—¡Lo aceptaron! —exclamé—. ¡Aceptaron tu plan!

—¡Sí! —exclamó, estrechándome tan entusiasmado como yo.

Volví a besarlo, toda la alegría y la excitación de tanta danza y risa convertidas en deseo al mero contacto de su piel. Me alzó sin separar su boca de la mía y rodeé su cintura con mis piernas. Tan pronto me tendió en la cama, jalé d

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