El salón de fiestas del castillo era tan grande como los baños, que era el recinto más grande que hubiera visto en mi vida. Aine y sus amigas se habían lucido con la decoración, y comprendí por qué les había llevado más de dos semanas prepararla. Una orquesta ocupaba un rincón cercano a las imponentes puertas.
El salón tenía una amplia galería que corría alrededor de las cuatro paredes a la altura del segundo nivel, con largas mesas y bancos de madera, donde se sentarían los lobos de menor jerarquía de la manada del Valle. Y yo, gracias a Dios.
Bajo la galería, en el nivel principal, las mesas tenían sillas en vez de bancos. Una larga mesa, similar a la del gran comedor, estaba ubicada en una tarima por delante de la pared posterior del salón, cubierto con los pendones azules, rojos y verdes que identificaban a las tres manadas. Esta mesa
Estaba rendida, pero ni se me pasó por la cabeza irme a dormir. Al fin sola en mi habitación, cambié mi vestido por el enagua que me regalara el lobo y me solté el pelo. Anudaba la cinta a mi muñeca cuando escuché sus pasos rápidos bajando la escalera. Me cubrí los ojos sonriendo.—Adelante, mi señor —dije cuando el lobo llegaba ante el panel.Un instante después le echaba los brazos al cuello para besarlo.—¡Lo aceptaron! —exclamé—. ¡Aceptaron tu plan!—¡Sí! —exclamó, estrechándome tan entusiasmado como yo.Volví a besarlo, toda la alegría y la excitación de tanta danza y risa convertidas en deseo al mero contacto de su piel. Me alzó sin separar su boca de la mía y rodeé su cintura con mis piernas. Tan pronto me tendió en la cama, jalé d
Me cubrí la boca horrorizada. Intenté hablar pero no logré articular palabra. Un escalofrío me hizo estremecer de pies a cabeza. Me atrajo hacia él, estrechándome para que me calmara. —¿Por qué le temes tanto? —preguntó—. ¿Acaso alguna vez ocurrió algo que no me hayas contado? —No, es sólo que… —musité, incapaz de serenarme—. No sé cómo explicarlo, mi señor, pero sé que me detesta desde que me vio por primera vez, cuando tuvo que salvarme del león el año pasado. —Me hice un ovillo en sus brazos—. Ahora comprendo por qué me mira así. —¿Así cómo? —Con odio. Como conteniéndose para no estrangularme con sus propias manos. —¿Qué? Asentí apoyando la cara en su pecho, tratando de buscar consuelo en el latido de su corazón. Y descubrí que aunque su voz y el resto de su cuerpo no lo demostraran, su corazón latía más rápido que de costumbre. —Tiene sentido —murmuré atando cabos—. Siempre le causé rechazo. Y saber que alguien tan cercano
Los pasos achacosos se acercaron a la puerta cerrada y oímos los gruñidos de Tea al otro lado. —Me lleva el diablo, Caleb. Te dije que te daré más mañana. Abrió la puerta de par en par ceñuda, lista para agitar un dedo amenazante en nuestra cara, y sus ojos se abrieron como platos cuando Ronda echó hacia atrás la capucha de su manto. —Buenas noches, amiga —sonrió la loba. Entonces Tea se volvió vacilante hacia mí. No resistí más y solté mi alforja para echarle los brazos al cuello. —¿Risa? —tentó, inmovilizada por la sorpresa. Asentí contra su cara, riendo y llorando. Volver a verla me provocó una emoción inesperada, como si hubiera regresado a mi hogar. Me sorprendió que me devolviera el abrazo. Ronda nos concedió un momento y luego palmeó suavemente mi espalda. —Entremos —dijo con acento cálido. Tea retrocedió sin soltarme del todo, haciéndose a un lado para dejarla entrar, los ojos negros brillantes de lágrimas recor
Al día siguiente, cuando regresamos a casa de Tea, hallamos todo aún más desordenado que la noche anterior, aunque pareciera imposible. Tea estaba en su dormitorio, revolviendo el caos que acumulara allí. —¿Qué buscas? —pregunté, asomándome a la diminuta habitación. —Nada de tu incumbencia —gruñó sin siquiera mirarme. Esquivé algo de tela que voló en mi dirección, armándome de paciencia. —Si nos dices qué buscas, podemos ayudarte a encontrarlo. —Las botellitas doradas. ¡No recuerdo dónde las guardé! —¿Las que contienen los rizos de tus hijos? —¡No me iré sin ellas! —advirtió desafiante. Le tendí una mano sonriendo. —Claro que no. Ven, prepáranos té mientras nosotras las buscamos por ti. Mi actitud la desarmó, a pesar de que se cuidó de mostrarlo. Ignoró mi mano para salir de la habitación gruñendo por lo bajo. Con la excusa de buscar los tesoros de Tea, Ronda y yo acometimos la titánica tarea de
Nos despertó la campana de la iglesia, tañendo como si llamara a todo el pueblo a misa, so pena de arder en el infierno si faltaban. Afuera el sol aún no asomaba sobre las colinas, y cuando abrí la puerta, oí el profundo sonido de un cuerno a la distancia, desde el sur. —Estarán aquí en una hora —dijo Ronda llegando a mi lado—. Mejor que desayunemos bien, porque será una mañana larga. ¿Hay una panadería o algo similar? —¿Qué quieres que traiga? —Dime dónde es. Tú prepara té de romero. Ponía lo que nos quedaba de agua a calentar cuando Tea se me unió adormilada, envuelta en una manta. Le tendí sus enaguas limpias, secas y perfumadas, que agradeció en un murmullo. —¿Qué le sucede al cura? —inquirió mirando hacia afuera. —Llegan los lobos. Ya se oyen sus cuernos. ¿Te queda romero? —Si están convocando a todo el pueblo, el Alfa no se andará con chiquitas —comentó regresando a su habitación para vestirse. —¿El romero? <
Amapola, la esposa de mi padre y madre de Lirio, se adelantó a codazos entre la gente, agitada y colorada como si hubiera corrido, y detrás vi a Lirio, tan furiosa como ella. Uno de los lobos les cortó el paso. —¡Son todas mentiras! —gritaba Amapola—. ¡Y yo sé el origen! ¡Todo esto es culpa de ese engendro de chupasangre que le robó el lugar a mi hija en el invierno! Un nuevo clamor se alzó entre la gente y varios me señalaron, atrayendo la atención de todo el pueblo. Respiré hondo, el pecho quemándome de miedo, e intenté adelantarme, imaginando que querrían que confrontara la acusación. El Alfa volteó hacia mí con mirada furibunda y fue como si me empujara hacia atrás, obligándome a retroceder el paso que había dado. Ronda tendió un brazo ante mí, deteniéndome para que no volviera a intentarlo, y vi que Brenan me miraba con disimulo, meneando levemente la cabeza. A nuestro alrededor, la gente se apartó un paso de nosotras, previendo que la ira de los
El príncipe se dobló sobre sí mismo y la princesa saltó de su caballo para correr hacia él, sosteniéndolo para que desmontara. El Alfa y el Gamma ya se adelantaban para cubrir los flancos de sus hermanos. Los guardias montados se separaron en dos grupos para reforzar a los lobos apostados detrás de la multitud, impidiéndole dispersarse. Tea y yo nos aferramos una a la otra, horrorizadas. —¡No te muevas de aquí! —me ordenó Ronda, precipitándose hacia el pozo. Entonces dos cuchillos más volaron desde el sector occidental, directamente frente a nosotros, hiriendo el flanco del caballo del Gamma, que se encabritó con un relincho de dolor. El Alfa desmontó de un salto y desenvainó su espada, de espaldas a sus hermanos, reteniendo a su gran semental negro de tal modo que les cubriera el flanco norte. El Gamma había desmontado también, dejando que su caballo se alejara espantado, y ayudaba a la princesa a sostener a su hermano. La multitud intentaba desbanda
El Alfa salió atropelladamente de la casa seguido por el Gamma. Los hijos de la princesa cargaron con el cadáver y se lo llevaron. Tea temblaba de pies a cabeza entre mis brazos, y yo con ella. En aquel silencio tenso, oí el burbujeo desde el caldero. —El agua, Ronda —dije sin siquiera alzar la cabeza, apretada contra el hombro de Tea. —Voy a precisar ayuda —terció la loba apresurándose hacia el hogar. —Que te asista mi señora aquí, yo no soy sanadora de lobos. —Hoy nos matan a las dos, muchacha —susurró Tea en mi oído. —Bien, pues —repliqué en el mismo tono. Aflojé mi abrazo sólo lo indispensable para conducirla hacia la puerta posterior. Apenas salimos al callejón, todo pareció dar vueltas a mi alrededor. Apoyé una mano en la pared, cubriéndome los ojos y tratando de respirar hondo. El estómago se me contrajo como si un puño de hierro lo estuviera estrujando. Me doblé sobre mí misma con tanta brusquedad, que fue un milagro qu