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Indiferentes a llantos y ruegos, los lobos condujeron a todos los aldeanos directamente desde la plaza al Bosque Rojo, dejando el pueblo desierto, sumido en un silencio irreal, sólo interrumpido por el galope ocasional de un lobo que se alejaba raudo hacia el sur o regresaba hacia el norte.

En casa de Tea, la princesa no tardó en regresar con varias sábanas limpias, que corté y puse a hervir con los demás paños. Ronda había hallado un puñado de dagda que alcanzaría para hacer otro emplasto. El príncipe dormitaba, estremeciéndose de dolor, sin emitir la más leve queja.

Tea había encontrado en algún rincón una corta varilla hueca de hierro, que también tuvimos que hervir antes que pudiera usarla. Entonces ayudó al lobo a acercar la cara al borde de la mesa, metió la varilla en un cuenco de agua fresca y la llevó a sus labios, para que le permitiera sorber sin cambiar de posición.

La princesa se ausentó por diez o quince minutos y regresó con Kellan y Declan, qu

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