2 - Mi querida familia

Andrea

Mientras el avión desciende me fijo en el hermoso paisaje a través de mi ventana. El cielo, celeste intenso con algunas nubes que lo adornan. El sol brilla en lo alto, majestuoso como siempre. Me vuelvo a recordar las palabras que me dijo mi papá en mi sueño y quisiera creerlas, pero la realidad es que mi presencia es un mero requisito para la lectura del testamento de mi nonno.

Por algunos minutos me invade la culpa, cuando se vienen a mi mente las palabras que mi Nana me dijo hace poco, que mi nonno quiso verme en sus últimos días y me recuerdo las últimas palabras que le dije y que a pesar que en sus últimos días me rogó que regresara, mi orgullo fue más fuerte y ahora, solo quedan en mi mente y corazón las palabras que no nos dijimos y ya es tarde.

Mi nonno ya no está entre nosotros, lo único que me unía a estas tierras. Los recuerdos de mi infancia se hacen presente, de cómo me llevaba en el lomo de su caballo “Emperador” mientras hacía sus recorridos diarios por los diferentes cultivos.

Salgo de mis pensamientos, cuando escucho por los parlantes que el capitán nos informa que tuvimos un aterrizaje exitoso. Escuchar esas palabras me traen a la triste realidad de tener que enfrentarme con el nido de víboras. Mi corazón late desmedido, y sin querer me trae recuerdos de la última vez que estuve en suelo italiano.

— ¡Por fin en casa, mi niña! — dice mi Nana emocionada mientras yo solo asiento fingiendo una sonrisa.

—Si, casa —digo sin mucha convicción, pues Mio Cuore dejó de ser mi hogar hace diez años por la misma persona que me trajo de regreso a Piamonte.

El capitán nos anuncia que ya podemos desabrochar los cinturones de seguridad, lo cual hacemos sin demora.

Espero en mi asiento hasta que el avión se detenga, lo cual no demora mucho. Las azafatas proceden a abrir la puerta del avión privado y es cuando veo a un señor maduro,que se me hace conocido, de cabello negro, cuyo rostro está enmarcado por unos anteojos de pasta gruesa negra.

—Signorina Carlucci, bienvenida a casa — me dice el hombre en cuestión, quien veo sostiene un maletín de cuero entre sus manos.

—Gracias, ¿señor? — contesto y veo como me brinda su mano derecha a modo de saludo.

—Señor Lucchese, Marco Lucchese, para servirle. Disculpe mi falta de educación, pero estoy emocionado por conocer a la nieta del Señor Carlucci. Su nonno siempre hablaba con mucho orgullo y nostalgia de usted, es una lastima que nos conozcamos en estás circunstancias. El señor Pasqale me encomendó su estadía— me dice el hombre y yo solo asiento.

—Un placer conocerlo, Señor Lucchese. Me imagino que es hora que partamos a Mio Cuore —le pregunto y escuchar el apellido Pasqale me causa una pequeña incomodidad.

—Primero la llevaré a que descanse, el vuelo ha sido muy largo y debe descansar antes que se de la lectura del testamento de su abuelo, signorina. Usted debe ser la señora María, un placer conocerla—saluda a Maria que le brinda una cálida sonrisa—Ya sus maletas están en el automóvil. He preparado una habitación en un hotel para que descanse un par de horas antes de emprender el viaje a Mio Cuore—me indica el señor Lucchese.

Abordamos la camioneta negra con los vidrios tintados de color oscuro, que nos está esperando. El trayecto del aeropuerto al hotel se siente corto, pues el señor Lucchese nos informa cómo la enfermedad de mi abuelo fue detectada en forma tardía, por lo que sólo se les pudo dar tratamientos paliativos para hacer sus últimos días lo más confortables posible.

Evito preguntar por el resto de mi familia y por supuesto por los Pasqale y el señor Lucchese tampoco los menciona, lo que se me hace algo extraño, pues la última vez que ví al nonno, me habló maravillas de Romina y Renata, y sobre todo de mi madre.

Trato de sacar esos pensamientos de mi mente, no debo dejar que los Carlucci me afecten. Ellos dejaron de ser mi familia hace diez años. Me lo repito como un mantra, para darme la fortaleza del drama seguro crearán las mujeres de la familia con mi regreso.

Una vez estamos en el cuarto del hotel que nos tenía reservado el Señor Lucchese, procedo a darme un baño con agua caliente, que me ayuda a relajarme. Cuando salgo de la ducha, veo mi reflejo en el espejo empañado y por un breve segundo veo a la Andrea adolescente de hace diez años, esa joven a la que no le tuvieron compasión.

“Andrea, es hora que vean que ya no eres esa niña a quien humillaron, lastimaron y sobre todo le quitaron a lo que más quería”, me digo a mi misma. Después del día que tomé la peor decisión de mi vida, y que me enviaran lejos del lugar que consideraba mi hogar, rompí lazos con quienes consideraba familia y amigos, los cuales resultaron ser los seres más falsos que haya conocido.

Me pongo un conjunto de ropa deportiva, algo bastante cómodo. Salgo de mi habitación para encontrarme con una mesa con el desayuno servido.

Mi Nana ya se encuentra sentada, quien conversa muy animada con el señor Luchese. La conversación es interrumpida cuando notan mi presencia.

El desayuno pasa bastante tranquilo, mi Nana y el señor Lucchese tienen una conversación bastante amena sobre los cambios que ha sufrido la ciudad en los últimos años.

Antes de levantarme de la mesa, el señor Lucchese me indica la hora que partiremos hacia Mio Cuore, lo que me da tiempo de poder descansar un poco.

Cuando se acerca la hora de partir, me visto con un hermoso traje nego ceñido, mi maquillaje es sencillo donde el único toque de color son los labios pintados de color rojo.

Antes de salir, me coloco unas gafas oscuras y me calzo mis zapatos de tacón alto Leboutin. Me veo en el espejo y sonrió, ya que estoy segura que la Andrea que esperan no esta que veo en el reflejo del espejo.

Subimos al helipuerto del hotel, dónde veo al señor Lucchese quien me espera junto a mi Nana en la puerta del helicóptero.

El vuelo es bastante tranquilo, una vez aterrizamos una limusina nos está esperando, la cual abordamos sin demora.

Veo los cultivos de vid, pronto vendrá la vendimia y la tristeza se apodera de mí al recordar a mi papá. No hay día que no lo extrañe y recuerde cuando dió su último aliento.

Estoy tan absorta en mis recuerdos, que no me doy cuenta cuando llegamos a la casona. Sigue igual de imponente con sus hermosas paredes de piedra.

Cuando estoy acercándome a la gran puerta de madera, escucho como mi querida madre despotrica en mi contra, según ella por mi tardanza.

En vez de molestarme, me causa gracia y sonrió porque el espectáculo está por comenzar.

La puerta se abre y es cuando camino con pasos seguros y veo a las personas reunidas en la sala, mis ojos buscan a mi madre.

—Ya no tienes que esperar más, mamita querida. Claro, no podía esperar menos de tí, pero no perdamos el tiempo que la verdad verlos jugando a la familia feliz me causa asco—le digo en tono tan seco provisto de ninguna emoción y es cuando siento una mirada fija en mi que hace que mi cuerpo se estremezca.

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