Pasamos el día encerradas, porque no nos permiten salir de la casa de las concubinas, ayudo a Lily a bañarse, le lavo el cabello.
—Camelia. —¿Sí? —¿Tú crees que un día seremos libres? —No lo sé. —Ojalá, es cansado hacer todas las noches lo mismo. —Lo sé. Sale de la bañera, se envuelve el cuerpo con una toalla, volvemos a la habitación, entre todas nos ayudamos a vestirnos, las primeras en ir con el rey son Daisy y Dalia. —Que espanto, está borracho y diciendo obscenidades —Daisy dice frotándose la piel. —¿Las toco? —Jazmine les pregunta. —No, pero con la pura mirada que tiene basta y sobra —Dalia dice. —¿A quien mando a llamar? —No pidió a nadie en específico, solo dijo que quiera que Camelia fuera la ultima —Daisy me mira. —No quiero ir —Jazmine dice. —Pero pues ya que. Se marcha, no pasa mucho antes de que regrese, todas las vemos confundidas. —Se quedó dormido, así que no creo que pase nada más. —Genial —Lily sonríe acostándose en su cama. Nos quedamos charlando un rato, normalmente hablamos de tonterías, de cosas lindas de nuestra infancia o de que haremos en nuestro día libre, no tenemos mucho que contarnos, porque vivimos en la mansión y nos vemos todo en tiempo, así que no hay novedades que compartir. Un guardia entra a la habitación, asustándonos. —El rey solicita la presencia de la Camelia Roja, las demás pueden irse a dormir o bajar al comedor a cenar —dice. Todas me miran con angustia, es tarde, lo bueno es que no me quite el vestuario, el guarida me escolta hasta el mismo salón de ayer. —Camelia, un placer verte. Hago una reverencia, el rey se ríe. —Se buena con tu soberano y acércate. Exhalo nerviosa, camino hasta él, subo los escalones y me toma del mentón, mirándome el rostro con detenimiento. —Eres preciosa, ¿cuántos años tienes? —Diecinueve, su majestad —digo. —Eres una chiquilla, soy muy viejo para ti, una pena, me gustan más maduras —se ríe. —Lo bueno es que no te quiero para mi, vas a vivir en el castillo. —Perdóneme su majestad, pero no entiendo. —Quiero que seas la doncella de mi hijo, regresa de una tormentosa guerra y tú serás el premio por ganarla. —Como ordené, su majestad. —Pagaré bien por ti, cumple con tu trabajo. —Le agradezco su buena fe, no le fallaré —Hago una reverencia. —Vete, no es bueno que caiga en tentaciones y haga mal uso de esa pureza de la que tanto presumes. Un guardia me escolta de regreso a la habitación, todas me miran y tiemblo asustada. —Camelia, ¿qué pasa? —El rey, quiere que me quede —habló en un hilo de voz. —¡No! —Lily me abraza. —Quiere que me quede con el príncipe, que le sirva a él. —Eso es aún peor, el príncipe es un monstruo, disfruta asesinar, no puedes quedarte. —¿Tengo otra opción? —murmuró. —No, pero podemos buscarla, Camelia, no podemos permitirlo, no es justo —Daisy solloza. —¿Y si te mata? —No, no digas eso, cállate —Jazmine también llora. —Ya, no lloren, puedo sobrevivir, ya lo he hecho antes, no hay que engañarnos no hay nada que podamos hacer, solo tengo que sobrevivir. Las cuatro me abrazan, estoy asustada como nunca lo había estado en mi vida, pero no puedo flaquear, si lo hago no se que me puede pasar. Servir y obedecer. Eso puedo hacerlo, lo hice toda mi vida, pero no se que tanto puedo resistir. No duermo nada, solo doy vueltas a la cama, pensado y pensado, el amanecer entra por la ventana, me levanto de la cama y salgo a caminar por los pasillos de la casa. Escucho quejidos de dolor de una de las habitaciones, dudo en ir, pero los quejidos pronto se convierten en gritos y sollozos, sigo el sonido y viene de una de las habitaciones de las concubinas la puerta está entre abierta, me asomo y veo a una mujer tirada en el suelo. Entro a la habitación, me le acerco a la mujer y me mira asustada. —Lo siento, escuché que te quejabas y pensé que necesitabas ayuda. —Sí, llévame al baño, estoy perdiendo un niño. Cuelgo uno de sus brazos a mi hombro y la ayudo a levantarse, se queja, no es muy pesada y solía cargar sacos de harina y al ganado pequeño, le paso el brazo por las piernas y la cargó, me mira sorprendida, pero no dice nada, la llevó al baño. Tiene sangre escurriéndole las piernas, incluso yo me manche de ella, otras concubinas oyen el alboroto y llegan, la ayudan, son más útiles que yo, en definitiva. —Gracias, me salvaste —dice mientras le dan a beber un té. —No es nada —Me limpio la sangre con un paño. Otra de las concubinas se me acerca, me quita el paño y me ayuda a terminar de limpiarme. —Escuché que te quedarás, acostúmbrate a esto, así es en harén del rey, quizá seas el trofeo del príncipe, pero acostúmbrate a servirle en todo, a parirle o a perderlos, lo que sea que hacías, no se comparará con tu vida aquí, no te dejes deslumbrar por la realeza, ni por el castillo. —Me mira. —Si quieres sobrevivir, necesitarás más que una cara bonita, no confíes en nadie de allá, si necesitas curarte o lo que sea, este es único lugar al que puedes venir, no porque nos importes o porque seamos buenas, es porque sabemos lo que es vivir así. »Te espera la muerte, húyele y escóndetele, buena suerte.—Cuídate mucho Camelia, no se como lo haremos pero estaremos al pendiente de ti —Jazmín me abraza. —Y yo de ustedes, despídanme de Mia. —Se le va a partir el corazón —Daisy dice. Las cinco nos abrazamos, los guardias me alejan y las suben en un carruaje, me despido de ellas con la mano, deseando que no sea la última vez. Una mujer mayor se me acerca. —Ven conmigo, es hora de empezar a prepararte —Me toma del brazo y me guía hasta otra área del castillo. —¿No voy a vivir en la casa de las concubinas? —No, las doncellas viven en otro sitio, pero tampoco vivirás ahí, primero el príncipe tiene que aceptarte. —¿Y si no me acepta? —Eso es decisión del rey. Y sinceramente chiquilla, dudo que el príncipe te acepte, así que no te acostumbres a la buena vida. Entramos a un salón, no muy grande, hay una dos mujeres esperando, me toman medidas del todo el cuerpo, hablan entre ellas y me miran, me llevan un baño donde me lavan, me cepillan el cabello y me peinan y me visten. Mientras l
La daga se me entierra en el cuello, el príncipe sonríe, sus ojos oscuros se clavan en los míos, exhaló para que mi cuerpo no tiemble ante la amenaza. Mi padre disfrutaba a cada que lloraba, rogaba o temblaba, así que con los años, aprendi a controlar mi cuerpo, siento dolor y miedo al igual que todos, pero nunca se me nota.—¿Tampoco rogarás por tu vida? —Quita la daga cortándome un poco.Me siento en la cama y me limpio el cuelo, el corte arde, el príncipe me toma por el mentón con fuerza. —No, si el deseo de su alteza es matarme, es mi obligación como su doncella cumplirlo. —Cumplir a mis deseos, ese es tu deber, me alegra saber que lo tienes claro. ¿Cuál es tu nombre? —Camelia, su alteza. Así me llaman “La Camelia Roja.” —Camelia —repite quitándome la mano del mentón, se lleva los dedos a la boca probando mi sangre. —Eres dulce, Camelia. Está jodidamente demente y eso que apenas lo conozco. —Suéltate el cabello —ordena. Llevo la mano a la trenza y la desató dejando mi cabe
El príncipe me sonríe, bebiendo su té.—Dime, Camelia, ¿matarías por mi? —Nunca he matado a nadie, su alteza, solo animales. —No hay diferencia, créeme —De la charola toma un plato con fresas y manzanas verdes, perfectamente picadas, me mira. —Pruébalo. Tomo de nuevo el tenedor, tomó un trozo de fresa y me lo llevo a la boca. —Harás esto con todo lo que coma o beba.Debe de pensar que lo quieren envenenar, loco.—Así lo haré, su alteza.—Tampoco haces preguntas.Tengo muchas preguntas, pero no quiero que me corten la lengua. —No ruegas, no tiemblas de miedo, no lloras, solo obedeces, ¿qué clase de persona eres? —Me considero una persona bastante normal.—No lo eres, nada en ti es normal, ni siquiera tus ojos. Agacho la mirada, odio mis ojos, siempre lo he hecho, son extraños y al igual que mi cabello son un recordatorio de que soy hija de nadie. —Solías trabajar bailando para entretener a los hombres, hasta donde se, tienes cierta reputación, pero eso no me interesa, lo que q
No entiendo cuál es mi destino, desde que nací no he tenido un minuto de paz, tengo una suerte del demonio y ahora estoy obligada a cumplir todo lo que él príncipe ordene. Debí negarme y dejar que me cortara el cuello, odio ser tan débil y sumisa. —Puedes seguir leyendo, Camelia —El príncipe me devuelve el libro. —Nunca le digas a nadie tu verdadero nombre, es una orden.Vuelve a acostarse en mi regazo, con una paz que me asusta. Busco el capítulo en el que me quede y sigo leyendo, de reojo observo pasar al rey con una concubina, nos mira y se ríe. Todo aquí es extraño. —Vámonos, ya me aburrí —El príncipe dice poniéndose de pie. Me levanto sacudiendome la falda del vestido.—Dormirás conmigo esta noche. —Está bien, su alteza. Caminamos de regreso a su habitación, me muerdo el labio, estoy nerviosa y asustada. —Deja de hacer eso, es molesto. —Le pido me disculpe, su alteza, es una mala costumbre mía. Abre la puerta de su habitación entra, después lo hago cerrando la puerta,
Cada día el príncipe me hace leerle, libros que en lo personal me resultan aburridos, como si a mi me interesara saber estrategia militar. Y cada día es más extraño que el anterior, por ejemplo el otro día estábamos en el jardín caminando, cuando le príncipe me dijo: —Nuestro juramento te prohíbe desobedecer mis órdenes directas ¿no es así? Morirás si lo rompes. —Es correcto, su alteza. —Abofetéate hasta que te sangre la mejilla, es una orden. Lo malo de los juramentos, es que son más hechizo que otra cosa, mi mano tomo impulso lista para estrellarse contra mi cara, pero el príncipe me detuvo. —Olvida la orden que te dije —ordenó. Mi mano bajó, el príncipe soltó una fuerte carcajada y así ha sido, me ha pedido que un sin fin de cosas, que cumplo aún en contra de mi voluntad. Todas las mañanas desayuno con él, pruebo de su comida, todas las noches ceno con él y duermo en su cama, nunca me ha tocado, no de la forma en la que un príncipe debe de tocar a su doncella. Y e
-RHETT-Suelo ser un hombre que cede fácil a sus deseos, hay algo en Erys, que me hace querer poseerla, no tiembla ante mi, no llora, no ruega, no muestra reacción ante nada, ni siquiera chilló cuando le enterré mi daga en la palma, es demasiado obediente, demasiado tranquila. Salgo de la tina, envuelvo mi cuerpo en una bata, secándome, Erys necesita ser totalmente leal a mi, necesita confiar en mí, solo así las cosas saldrán como tienen que y es momento de demostrarle mi benevolencia, como su príncipe. Make entra y hace una reverencia.—Me mandaste a llamar, ¿qué deseas? —Envía guardias del ejército negro a Butler, que investiguen donde viven los Orson son una familia que tuvieron una hija pelirroja, tráeme al padre. —¿Vivo o muerto?—Vivo, por ahora —sonrió. Voy hasta uno de los estantes, tomo la nota, se la entrego a Make, la lee y pone cara de confusión. —Envía también dos guaridas al burdel de Mia Cox, que lleven a las mujeres que vinieron aquí a Linzava, eso es lo que tie
El príncipe me besa, su mano se aferra a mi cabello, su lengua invade mi boca.¿Debería detenerlo? Sí.Mi boca se mueve contra la suya, chocando una y otra vez, se separa de mi y me mira.—Me iré a lavar, quédate aquí y después nos iremos. Asiento confundida, ¿por qué me beso? ¿por qué le bese? Peor aún, ¿de quién era esa sangre? Estoy verdaderamente asustada, no puedo confiar en nadie, ni en mi misma.Me dejo caer en la cama, me enredo la capa en la cara y la aprieto, si muero todo estará mejor, siento mi respiración caliente, me quito la capa de la cara, hasta mi manera de suicidarme es patética.Me despeino el cabello desesperada, somos príncipe y doncella, lo que pasó es perfectamente normal, compartimos cama todas las noches, él es hombre y yo mujer, creo. Es normal, normal.El príncipe regresa, dos sirvientes entran para ayudarlo a vestirse, me hago la tonta y salgo de la habitación, ya sería demasiado verlo desnudo la misma noche.Paseo por los pasillos, sintiéndome estúpid
-RHETT- Erys me mira confundida.—¿Un regalo?—Sí, ya sabrás que es cuando lo veas.El carruaje se detiene y se asoma por la ventana.—Ya estamos en el rio —dice.Nos abren la puerta y bajo del carruaje, la tomo de la cintura cargándola para ayudarla a bajar del carruaje.—Gracias —dice cuando la dejo en el suelo.Los caballeros se empiezan a quitar las armaduras, lavándose la cara y el cuerpo.—Vamos al otro lado.Asiente con la cabeza, la jaló del brazo, caminó delante de ella, tomándola de la mano, nos alejamos de los demás soldados.—No deberíamos de alejarnos tanto, su alteza, puede ser peligroso. Me quito la camisa, ignorando su comentario, me desamarro la espada dejándola caer en el suelo, me desamarro el pantalón y Erys se voltea dándome la espalda, suelto una risa.—Su alteza, debería de viajar con armadura.Termino de quitarme el pantalón y me meto de lleno al río, me tallo la cara con las manos, observo la espalda de Erys, es bonita incluso de espaldas. —Tu deberías de v