—Cuídate mucho Camelia, no se como lo haremos pero estaremos al pendiente de ti —Jazmín me abraza.
—Y yo de ustedes, despídanme de Mia. —Se le va a partir el corazón —Daisy dice. Las cinco nos abrazamos, los guardias me alejan y las suben en un carruaje, me despido de ellas con la mano, deseando que no sea la última vez. Una mujer mayor se me acerca. —Ven conmigo, es hora de empezar a prepararte —Me toma del brazo y me guía hasta otra área del castillo. —¿No voy a vivir en la casa de las concubinas? —No, las doncellas viven en otro sitio, pero tampoco vivirás ahí, primero el príncipe tiene que aceptarte. —¿Y si no me acepta? —Eso es decisión del rey. Y sinceramente chiquilla, dudo que el príncipe te acepte, así que no te acostumbres a la buena vida. Entramos a un salón, no muy grande, hay una dos mujeres esperando, me toman medidas del todo el cuerpo, hablan entre ellas y me miran, me llevan un baño donde me lavan, me cepillan el cabello y me peinan y me visten. Mientras las tres mujeres juegan conmigo como si fuera una muñeca, pienso en lo terrible que fui en mi otra vida para merecer todo esto. Doncella del príncipe, que tontería. Todos los hombres nobles pueden tener concubinas, entre más rico el hombre más concubinas puede tener, ya que al nombrar a una mujer su concubina tendrá que proveerla de por vida, con comida, casa, ropa y todo tipo de comodidades, al igual que a los hijos de dicha unión, a pesar de ser ilegítimos. Una mujer puede convertirse en concubina siempre y cuando la esposa la acepte y el rey confirme su unión. Una concubina puede convertirse en esposa legitima al igual que sus hijos, siempre y cuando la primera esposa muera. Las doncellas consortes y concubinas de la realeza deben de ser puras al momento de iniciar su relación. Las Doncellas consortes solo son la compañía de un hombre noble soltero, no tienen derecho a ningún bien y a diferencia de las concubinas, el noble puede deshacerse de ellas. Las doncellas consortes solo pueden ser concubinas, si el hombre se casa legítimamente. Me miro en el espejo, ya no soy nadie, nadie que conozca, mi cabello está recogido en una trenza, me maquillaron los labios y los ojos de forma sutil, el vestido verde esmeralda se me ciñe en el pecho y en la cintura, el corset del vestido me aprieta, los zapatos son incómodos al caminar. —El príncipe llegó, es hora de que te presentes ante él. —No tienes que hablar, ni mostrarte bien educada, ya sabes lo que tienes que hacer. Se lo que tengo que hacer, pero nunca lo he hecho. Un guardia viene por mí y me lleva a un salón, me deja sola tras una puerta, escucho la voz del rey. —Has llenado de orgullo tu nación, se como es la guerra y se las necesidades que surgen en ella, por eso te conseguí un trofeo, lo seleccioné especialmente para ti. —No me interesa, gane la guerra porque quería, no por ti y mucho menos por la nación. El rey se ríe. —Aún así, te he conseguido una consorte de belleza inigualable, pague mucho por ella y es pura, de eso puedes estar seguro. —¿Una mujer? No quiero lidiar con una mujer, por eso no me he casado y nunca lo haré. —Está mujer, no es para que lidies con ella y te cases, es para que sacies tus deseos, conócela. —Si la conozco solo será para rechazarla. —Pensaba que su primer encuentro fuera aquí, pero mejor que sea en la privacidad de tu alcoba, seguro que en cuanto la veas, vas a querer cambiar de opinión, es el deseo andando. Le ordena a alguien que me lleve a la habitación del príncipe, me doy la vuelta fingiendo que no estaba escuchando nada, una mujer con uniforme de sirvienta me lleva a la habitación del príncipe, no me dice nada más, solo me deja ahí. Es grande y oscura, la cama es de caoba negra, con postes en cada esquina con acabados finamente tallados sobre la madera, la cabecera es alta y del mismo material. Hay un escritorio, una ventanal cubierto de pesadas cortinas de terciopelo negro, un estante lleno de libros y lámparas por todos lados que alumbran apenas lo necesario, me muerdo las uñas, dando vueltas de un lado a otro. —Lárgate de aquí —Una voz áspera y grave dice a mi espalda. —Le pido me perdone, su alteza, no quise ser inoportuna —habló y me doy la vuelta. Miro la alta silueta, no le veo la cara, solo puedo ver lo grande de su figura, da miedo solo de sentirlo, agachó la cabeza y hago una reverencia torpe. —¿Tan rápido te vas? ¿No vas a suplicar y a pedirme que te acepte en mi lecho? —Me ha pedido que me retire y es lo que haré, le pido me perdone. —Mírame —ordena. Alzó la mirada, la falta de luz no ayuda mucho, apenas puedo verle, las habitaciones no suelen ser tan oscuras como esta, eso solo me asusta más. —¿Estás consciente de que mi rechazo te puede costar la vida? —Sí, su alteza estoy consciente. —Puedo decir que te rechacé porque no sirves como mujer y condenarte a vivir bajo el escrutinio público. —No sería la primera vez que escucho algo como eso —murmuró para mi y me muerdo la lengua al dame cuanta que lo dije en voz alta. —Así que ya te lo han dicho —se ríe. M*****a lengua la mía. —En mi presencia, no murmuras, porque no hay manera en la que no te escuche, ¿entendiste? —Si, su alteza, lo siento no volverá a ocurrir. Bueno ya que me deje ir. —¿De verdad no vas a rogar para que te acepte? ¿Prefieres morir o el repudio de la sociedad antes de rogarme para que te tome? —Sí. —Interesante. Suelto un largo suspiro, estoy asustada, había escuchado que el príncipe Rhett era imponente, pero no pensé que tanto, por lo que puedo ver es alto y grande, no puedo verle muy bien la cara, no sé si el pueda verme con claridad, pero ojalá y no. —Acuéstate en la cama —ordena con voz firme. —¿Qué? —digo con sorpresa —Discúlpeme su alteza, pero pensé que usted me había rechazado. —Yo nunca dije tal cosa, vas a ser mi doncella. Acuéstate —dice en el mismo tono que antes. Obedezco quitándome los zapatos y acostándome en la orilla de la cama. —Mi padre me dijo que eres famosa, que eras bellísima y que bailas como una diosa, puras tonterías. No digo nada. —No eres más que una simple mortal, pero veremos que tanto puedes causar, le gustas mucho a los hombres ¿no es así? —No lo sé. Se ríe. Saca una daga, juega con ella entre los dedos siento su mirada sobre mi, se acerca parándose a mi lado. —Todo esto, toda tú —Me pasa la daga por el abdomen y el pecho —Me vas a ser muy útil. Sonríe poniéndome la daga en el cuello.La daga se me entierra en el cuello, el príncipe sonríe, sus ojos oscuros se clavan en los míos, exhaló para que mi cuerpo no tiemble ante la amenaza. Mi padre disfrutaba a cada que lloraba, rogaba o temblaba, así que con los años, aprendi a controlar mi cuerpo, siento dolor y miedo al igual que todos, pero nunca se me nota.—¿Tampoco rogarás por tu vida? —Quita la daga cortándome un poco.Me siento en la cama y me limpio el cuelo, el corte arde, el príncipe me toma por el mentón con fuerza. —No, si el deseo de su alteza es matarme, es mi obligación como su doncella cumplirlo. —Cumplir a mis deseos, ese es tu deber, me alegra saber que lo tienes claro. ¿Cuál es tu nombre? —Camelia, su alteza. Así me llaman “La Camelia Roja.” —Camelia —repite quitándome la mano del mentón, se lleva los dedos a la boca probando mi sangre. —Eres dulce, Camelia. Está jodidamente demente y eso que apenas lo conozco. —Suéltate el cabello —ordena. Llevo la mano a la trenza y la desató dejando mi cabe
El príncipe me sonríe, bebiendo su té.—Dime, Camelia, ¿matarías por mi? —Nunca he matado a nadie, su alteza, solo animales. —No hay diferencia, créeme —De la charola toma un plato con fresas y manzanas verdes, perfectamente picadas, me mira. —Pruébalo. Tomo de nuevo el tenedor, tomó un trozo de fresa y me lo llevo a la boca. —Harás esto con todo lo que coma o beba.Debe de pensar que lo quieren envenenar, loco.—Así lo haré, su alteza.—Tampoco haces preguntas.Tengo muchas preguntas, pero no quiero que me corten la lengua. —No ruegas, no tiemblas de miedo, no lloras, solo obedeces, ¿qué clase de persona eres? —Me considero una persona bastante normal.—No lo eres, nada en ti es normal, ni siquiera tus ojos. Agacho la mirada, odio mis ojos, siempre lo he hecho, son extraños y al igual que mi cabello son un recordatorio de que soy hija de nadie. —Solías trabajar bailando para entretener a los hombres, hasta donde se, tienes cierta reputación, pero eso no me interesa, lo que q
No entiendo cuál es mi destino, desde que nací no he tenido un minuto de paz, tengo una suerte del demonio y ahora estoy obligada a cumplir todo lo que él príncipe ordene. Debí negarme y dejar que me cortara el cuello, odio ser tan débil y sumisa. —Puedes seguir leyendo, Camelia —El príncipe me devuelve el libro. —Nunca le digas a nadie tu verdadero nombre, es una orden.Vuelve a acostarse en mi regazo, con una paz que me asusta. Busco el capítulo en el que me quede y sigo leyendo, de reojo observo pasar al rey con una concubina, nos mira y se ríe. Todo aquí es extraño. —Vámonos, ya me aburrí —El príncipe dice poniéndose de pie. Me levanto sacudiendome la falda del vestido.—Dormirás conmigo esta noche. —Está bien, su alteza. Caminamos de regreso a su habitación, me muerdo el labio, estoy nerviosa y asustada. —Deja de hacer eso, es molesto. —Le pido me disculpe, su alteza, es una mala costumbre mía. Abre la puerta de su habitación entra, después lo hago cerrando la puerta,
Cada día el príncipe me hace leerle, libros que en lo personal me resultan aburridos, como si a mi me interesara saber estrategia militar. Y cada día es más extraño que el anterior, por ejemplo el otro día estábamos en el jardín caminando, cuando le príncipe me dijo: —Nuestro juramento te prohíbe desobedecer mis órdenes directas ¿no es así? Morirás si lo rompes. —Es correcto, su alteza. —Abofetéate hasta que te sangre la mejilla, es una orden. Lo malo de los juramentos, es que son más hechizo que otra cosa, mi mano tomo impulso lista para estrellarse contra mi cara, pero el príncipe me detuvo. —Olvida la orden que te dije —ordenó. Mi mano bajó, el príncipe soltó una fuerte carcajada y así ha sido, me ha pedido que un sin fin de cosas, que cumplo aún en contra de mi voluntad. Todas las mañanas desayuno con él, pruebo de su comida, todas las noches ceno con él y duermo en su cama, nunca me ha tocado, no de la forma en la que un príncipe debe de tocar a su doncella. Y e
-RHETT-Suelo ser un hombre que cede fácil a sus deseos, hay algo en Erys, que me hace querer poseerla, no tiembla ante mi, no llora, no ruega, no muestra reacción ante nada, ni siquiera chilló cuando le enterré mi daga en la palma, es demasiado obediente, demasiado tranquila. Salgo de la tina, envuelvo mi cuerpo en una bata, secándome, Erys necesita ser totalmente leal a mi, necesita confiar en mí, solo así las cosas saldrán como tienen que y es momento de demostrarle mi benevolencia, como su príncipe. Make entra y hace una reverencia.—Me mandaste a llamar, ¿qué deseas? —Envía guardias del ejército negro a Butler, que investiguen donde viven los Orson son una familia que tuvieron una hija pelirroja, tráeme al padre. —¿Vivo o muerto?—Vivo, por ahora —sonrió. Voy hasta uno de los estantes, tomo la nota, se la entrego a Make, la lee y pone cara de confusión. —Envía también dos guaridas al burdel de Mia Cox, que lleven a las mujeres que vinieron aquí a Linzava, eso es lo que tie
El príncipe me besa, su mano se aferra a mi cabello, su lengua invade mi boca.¿Debería detenerlo? Sí.Mi boca se mueve contra la suya, chocando una y otra vez, se separa de mi y me mira.—Me iré a lavar, quédate aquí y después nos iremos. Asiento confundida, ¿por qué me beso? ¿por qué le bese? Peor aún, ¿de quién era esa sangre? Estoy verdaderamente asustada, no puedo confiar en nadie, ni en mi misma.Me dejo caer en la cama, me enredo la capa en la cara y la aprieto, si muero todo estará mejor, siento mi respiración caliente, me quito la capa de la cara, hasta mi manera de suicidarme es patética.Me despeino el cabello desesperada, somos príncipe y doncella, lo que pasó es perfectamente normal, compartimos cama todas las noches, él es hombre y yo mujer, creo. Es normal, normal.El príncipe regresa, dos sirvientes entran para ayudarlo a vestirse, me hago la tonta y salgo de la habitación, ya sería demasiado verlo desnudo la misma noche.Paseo por los pasillos, sintiéndome estúpid
-RHETT- Erys me mira confundida.—¿Un regalo?—Sí, ya sabrás que es cuando lo veas.El carruaje se detiene y se asoma por la ventana.—Ya estamos en el rio —dice.Nos abren la puerta y bajo del carruaje, la tomo de la cintura cargándola para ayudarla a bajar del carruaje.—Gracias —dice cuando la dejo en el suelo.Los caballeros se empiezan a quitar las armaduras, lavándose la cara y el cuerpo.—Vamos al otro lado.Asiente con la cabeza, la jaló del brazo, caminó delante de ella, tomándola de la mano, nos alejamos de los demás soldados.—No deberíamos de alejarnos tanto, su alteza, puede ser peligroso. Me quito la camisa, ignorando su comentario, me desamarro la espada dejándola caer en el suelo, me desamarro el pantalón y Erys se voltea dándome la espalda, suelto una risa.—Su alteza, debería de viajar con armadura.Termino de quitarme el pantalón y me meto de lleno al río, me tallo la cara con las manos, observo la espalda de Erys, es bonita incluso de espaldas. —Tu deberías de v
Miro al príncipe confundida.—Entra, hagan lo que quieran, menos salir, te veo después. Entro a lugar con nervios, cierro la puerta, escucho voces y risas, sigo el sonido temerosa, mis ojos se van a las dos rubias identificas que están frente a mí sentadas en un sofá, pego un grito de emoción.—¡Camelia! —gritan todas abrazándome. —Chicas, ¿qué hacen aquí? —Las abrazo.Nos separamos, las miro emocionada sonriendo. —Fueron por nosotras, dijeron que teníamos que venir aquí y hacer sonreír a alguien —Lily dice.—¿Debo de llamarte su alteza? —Jazmín dice y nos hace reír a todas.—Sí —pestañeo y me abanico la cara juguetona.—¿Y cómo es? —Daisy me pregunta.—¿El príncipe? —Me siento en el sofá, Daisy asiente. —Normal. —¿Cómo un príncipe va a ser normal? —Dalia dice. —Ni tú eres normal ya. —Sí, está tela es muy cara —Jazmín dice acariciando la falda de mi vestido.—Yo nunca fui normal. —Ya enserio, ¿cómo es? —¿Es guapo? —¿Es verdad que está marcado por la bestia y todo eso? Pienso