5. El príncipe.

—Cuídate mucho Camelia, no se como lo haremos pero estaremos al pendiente de ti —Jazmín me abraza.

—Y yo de ustedes, despídanme de Mia.

—Se le va a partir el corazón —Daisy dice.

Las cinco nos abrazamos, los guardias me alejan y las suben en un carruaje, me despido de ellas con la mano, deseando que no sea la última vez. Una mujer mayor se me acerca.

—Ven conmigo, es hora de empezar a prepararte —Me toma del brazo y me guía hasta otra área del castillo.

—¿No voy a vivir en la casa de las concubinas?

—No, las doncellas viven en otro sitio, pero tampoco vivirás ahí, primero el príncipe tiene que aceptarte.

—¿Y si no me acepta?

—Eso es decisión del rey. Y sinceramente chiquilla, dudo que el príncipe te acepte, así que no te acostumbres a la buena vida.

Entramos a un salón, no muy grande, hay una dos mujeres esperando, me toman medidas del todo el cuerpo, hablan entre ellas y me miran, me llevan un baño donde me lavan, me cepillan el cabello y me peinan y me visten.

Mientras las tres mujeres juegan conmigo como si fuera una muñeca, pienso en lo terrible que fui en mi otra vida para merecer todo esto.

Doncella del príncipe, que tontería.

Todos los hombres nobles pueden tener concubinas, entre más rico el hombre más concubinas puede tener, ya que al nombrar a una mujer su concubina tendrá que proveerla de por vida, con comida, casa, ropa y todo tipo de comodidades, al igual que a los hijos de dicha unión, a pesar de ser ilegítimos.

Una mujer puede convertirse en concubina siempre y cuando la esposa la acepte y el rey confirme su unión.

Una concubina puede convertirse en esposa legitima al igual que sus hijos, siempre y cuando la primera esposa muera.

Las doncellas consortes y concubinas de la realeza deben de ser puras al momento de iniciar su relación.

Las Doncellas consortes solo son la compañía de un hombre noble soltero, no tienen derecho a ningún bien y a diferencia de las concubinas, el noble puede deshacerse de ellas.

Las doncellas consortes solo pueden ser concubinas, si el hombre se casa legítimamente.

Me miro en el espejo, ya no soy nadie, nadie que conozca, mi cabello está recogido en una trenza, me maquillaron los labios y los ojos de forma sutil, el vestido verde esmeralda se me ciñe en el pecho y en la cintura, el corset del vestido me aprieta, los zapatos son incómodos al caminar.

—El príncipe llegó, es hora de que te presentes ante él.

—No tienes que hablar, ni mostrarte bien educada, ya sabes lo que tienes que hacer.

Se lo que tengo que hacer, pero nunca lo he hecho.

Un guardia viene por mí y me lleva a un salón, me deja sola tras una puerta, escucho la voz del rey.

—Has llenado de orgullo tu nación, se como es la guerra y se las necesidades que surgen en ella, por eso te conseguí un trofeo, lo seleccioné especialmente para ti.

—No me interesa, gane la guerra porque quería, no por ti y mucho menos por la nación.

El rey se ríe.

—Aún así, te he conseguido una consorte de belleza inigualable, pague mucho por ella y es pura, de eso puedes estar seguro.

—¿Una mujer? No quiero lidiar con una mujer, por eso no me he casado y nunca lo haré.

—Está mujer, no es para que lidies con ella y te cases, es para que sacies tus deseos, conócela.

—Si la conozco solo será para rechazarla.

—Pensaba que su primer encuentro fuera aquí, pero mejor que sea en la privacidad de tu alcoba, seguro que en cuanto la veas, vas a querer cambiar de opinión, es el deseo andando.

Le ordena a alguien que me lleve a la habitación del príncipe, me doy la vuelta fingiendo que no estaba escuchando nada, una mujer con uniforme de sirvienta me lleva a la habitación del príncipe, no me dice nada más, solo me deja ahí.

Es grande y oscura, la cama es de caoba negra, con postes en cada esquina con acabados finamente tallados sobre la madera, la cabecera es alta y del mismo material.

Hay un escritorio, una ventanal cubierto de pesadas cortinas de terciopelo negro, un estante lleno de libros y lámparas por todos lados que alumbran apenas lo necesario, me muerdo las uñas, dando vueltas de un lado a otro.

—Lárgate de aquí —Una voz áspera y grave dice a mi espalda.

—Le pido me perdone, su alteza, no quise ser inoportuna —habló y me doy la vuelta.

Miro la alta silueta, no le veo la cara, solo puedo ver lo grande de su figura, da miedo solo de sentirlo, agachó la cabeza y hago una reverencia torpe.

—¿Tan rápido te vas? ¿No vas a suplicar y a pedirme que te acepte en mi lecho?

—Me ha pedido que me retire y es lo que haré, le pido me perdone.

—Mírame —ordena.

Alzó la mirada, la falta de luz no ayuda mucho, apenas puedo verle, las habitaciones no suelen ser tan oscuras como esta, eso solo me asusta más.

—¿Estás consciente de que mi rechazo te puede costar la vida?

—Sí, su alteza estoy consciente.

—Puedo decir que te rechacé porque no sirves como mujer y condenarte a vivir bajo el escrutinio público.

—No sería la primera vez que escucho algo como eso —murmuró para mi y me muerdo la lengua al dame cuanta que lo dije en voz alta.

—Así que ya te lo han dicho —se ríe.

M*****a lengua la mía.

—En mi presencia, no murmuras, porque no hay manera en la que no te escuche, ¿entendiste?

—Si, su alteza, lo siento no volverá a ocurrir.

Bueno ya que me deje ir.

—¿De verdad no vas a rogar para que te acepte? ¿Prefieres morir o el repudio de la sociedad antes de rogarme para que te tome?

—Sí.

—Interesante.

Suelto un largo suspiro, estoy asustada, había escuchado que el príncipe Rhett era imponente, pero no pensé que tanto, por lo que puedo ver es alto y grande, no puedo verle muy bien la cara, no sé si el pueda verme con claridad, pero ojalá y no.

—Acuéstate en la cama —ordena con voz firme.

—¿Qué? —digo con sorpresa —Discúlpeme su alteza, pero pensé que usted me había rechazado.

—Yo nunca dije tal cosa, vas a ser mi doncella. Acuéstate —dice en el mismo tono que antes.

Obedezco quitándome los zapatos y acostándome en la orilla de la cama.

—Mi padre me dijo que eres famosa, que eras bellísima y que bailas como una diosa, puras tonterías.

No digo nada.

—No eres más que una simple mortal, pero veremos que tanto puedes causar, le gustas mucho a los hombres ¿no es así?

—No lo sé.

Se ríe.

Saca una daga, juega con ella entre los dedos siento su mirada sobre mi, se acerca parándose a mi lado.

—Todo esto, toda tú —Me pasa la daga por el abdomen y el pecho —Me vas a ser muy útil.

Sonríe poniéndome la daga en el cuello.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP