6. La Doncella.

La daga se me entierra en el cuello, el príncipe sonríe, sus ojos oscuros se clavan en los míos, exhaló para que mi cuerpo no tiemble ante la amenaza.

Mi padre disfrutaba a cada que lloraba, rogaba o temblaba, así que con los años, aprendi a controlar mi cuerpo, siento dolor y miedo al igual que todos, pero nunca se me nota.

—¿Tampoco rogarás por tu vida? —Quita la daga cortándome un poco.

Me siento en la cama y me limpio el cuelo, el corte arde, el príncipe me toma por el mentón con fuerza.

—No, si el deseo de su alteza es matarme, es mi obligación como su doncella cumplirlo.

—Cumplir a mis deseos, ese es tu deber, me alegra saber que lo tienes claro. ¿Cuál es tu nombre?

—Camelia, su alteza. Así me llaman “La Camelia Roja.”

—Camelia —repite quitándome la mano del mentón, se lleva los dedos a la boca probando mi sangre. —Eres dulce, Camelia.

Está jodidamente demente y eso que apenas lo conozco.

—Suéltate el cabello —ordena.

Llevo la mano a la trenza y la desató dejando mi cabello caer sobre mi espalda, lo peino con los dedos.

—Ya que estarás aquí, tienes que tener claro que no podrás tocarme, nunca, al menos que yo te lo pida, tampoco podrás mirarme directamente, por tu propio bien no me desobedezcas.

—No lo haré, su alteza.

—Si te preguntan, no le contarás a nadie de lo que hemos hablado, no estoy interesado en tomarte hoy, pero dormirás aquí, los demás tienen que creer que si fue así.

Me trago las ganas de preguntarle el porqué, pero me quedo callada viendo al suelo.

—Saldrás mañana a primera hora, tendrás que desatarte el vestido y salir medio desnuda, ¿entendiste?

—Sí, su alteza.

—Acuéstate.

Obedezco, el príncipe se sienta en el escritorio, cierro los ojos y me obligo a dormir, despierto antes de que termine de amanecer, el príncipe está dormido a mi lado, no lo veo, solo desató los listones de mi espalda y pecho, medio acomodándome el vestido, salgo de la habitación, encontrándome con la mujer de ayer, me mira de arriba abajo.

—¿Y su alteza real, el príncipe? —me pregunta.

—Está dormido.

—Entonces, ¿te ha aceptado como su doncella?

—Sí.

—Ven conmigo.

Creo que me voy a volver loca o el cerebro va a dejar de funcionarme, no entiendo que demonios pasa, tengo náuseas y dolor de cabeza. Sigo a la mujer por los pasillos del castillo, me lleva a una habitación alejada, es grande, lujosa y con un ventanal, el sol entra.

—El rey ordenó que se te diera esta habitación, estarás más cerca del príncipe así, soy el ama de llaves del castillo, la Señora Barker, el rey también mandó a hacerle unos cuantos vestidos y zapatos.

»Usted doncella Camelia pasa a ser propiedad del príncipe, una criada vendrá a traerle de comer y otra lavará su ropa, pero nada más, el príncipe deberá de asignarle criadas personales si así lo desea él y si así lo desea también deberá de vestirla.

—Se como es la vida de las doncellas, aún así gracias.

—Cuídate muchacha.

Sale dejándome sola, me dejo caer en la cama, llevo tres días en el castillo y cada día es más loco que el anterior, me traen el desayuno, apenas y como, estoy cansada y confundida.

Me han dicho que puedo usar el salón de baños, así que aprovecho para darme un baño, me pongo cualquier vestido y recojo mi cabello en un moño, tengo maquillaje, pero decido no usarlo.

—Doncella Camelia, su alteza real solicita su presencia en su alcoba —hablan del otro lado de la puerta.

—Enseguida voy.

Abro la puerta, una sirvienta está esperándome, me acompaña hasta la habitación del príncipe, toco la puerta y la mujer se marcha.

—Adelante.

—Su alteza —digo cerrando la puerta a mi espalda y haciendo una reverencia.

Es la misma habitación de ayer, pero la luz la cambia por completo, el príncipe está sentado en el escritorio.

—Ven acá —dice.

Camino hasta él, la luz le da de espaldas y hoy puedo verlo con total claridad, tiene la piel blanca, los ojos y el cabello son de un negro intenso, es alto y grande, puedo notar su cuerpo musculoso, sinceramente me da miedo.

Es de conocimiento común que nuestro príncipe está marcado, según esto la bestia del inframundo fue lo que lo marcó, por eso nunca pierde, por eso es tan poderoso en batalla, está bendecido y maldito al mismo tiempo.

Tiene una cicatriz en medio de la cara, empieza en la frente y termina por debajo del ojo, pero aun con eso es el hombre más hermoso que haya visto en la vida.

—Te di permiso de mirarme.

—No, lo siento su alteza —Hago una reverencia.

Vaya idiota que soy.

Se levanta y camina hasta quedar delante de mi, me toma de la cara con ambas manos, inclina mi cabeza hacia arriba, bajo la mirada.

—Viéndote bien, no mentían cuando me dijeron que eras hermosa —Me toma por la nunca, deshace el moño de mi cabello dejándolo caer. —Mírame —ordena.

Obedezco, mis ojos se cruzan con los suyos, sonríe.

—Quiero que me traigas el desayuno, a partir de hoy, lo harás, igual que la cena, servirás mi té y harás todo lo que yo te ordene.

—Sí, su alteza.

Me suelta, hago una reverencia y salgo de la habitación, me acomodo el cabello, me encuentro a una joven con uniforme de sirvienta.

—Disculpa, soy…

—La doncella del príncipe, lo sé, todo el castillo habla de ti, ¿se le ofrece algo a su alteza real?

—Sí, el príncipe me pidió que le llevara el desayuno.

—Enseguida, se lo traigo.

—Lo que pasa es que el príncipe, me lo pidió personalmente a mí, solo quería que me dijeras dónde está la cocina.

—Entiendo, acompáñame, me llamo Dolly, tu nombre es Camelia ¿no?

—Sí.

La sigo por los pasillos del castillo hasta la cocina, hay varias mujeres paseando de un lado a otro.

—Helena, el príncipe le ha ordenado a su doncella que le lleve el desayuno.

—Le prepararé la charola, inmediatamente.

Me quedo en una esquina, intentando no estorbar, me dan la charola, la tomo con las dos manos y regreso a la habitación del príncipe, llamo a la puerta antes de entrar.

—Su alteza, traje el desayuno como me pidió.

—Déjalo ahí —Señala una mesa.

Camina hasta mi, me muerdo el interior de la mejilla, se sienta y destapa la charola.

—Pruébalo —ordena.

—No creo que sea correcto comer del mismo plato y cubierto que usted, su alteza.

—Entre tú y yo, mi dulce Camelia, no hay correcto o incorrecto, solo órdenes, pruébalo —ordena.

Está más loco de lo que pensé.

Tomo el tenedor con la mano y pruebo el desayuno, me hace beber del té también, sin dejar de mirarme.

—Siéntate —Señala la silla frente a él.

Obedezco.

—¿Eres así de obediente siempre?

—Si, su alteza —soy honesta.

Bruce Orson me dejó muy bien amaestrada al parecer.

—¿Si te ordeno que cantes?

—Cantaré, su alteza.

—¿Si te ordeno que bailes para mi?

—Bailaré para usted.

—¿Si te pido que me beses? —sonríe.

—Entonces, lo besaré, su alteza.

—¿Harás cualquier cosa que te ordene?

—Sí.

—¿Y si te ordeno que mates a alguien? ¿Lo harás?

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