Mia me lleva a la planta alta de la casa, hay mujeres por todos lados, me miran y me sonríen, me lleva a un cuarto, donde hay tres mujeres rubias, un montón de ropa y un espejo gigante de cuerpo completo.
—Ella es Lily. —Encantada de conocerte. —Ellas son, Daisy y Dalia. —Me señala a cada una. —Son mellizas y dos de mis más queridos retoños. Ambas me sonríen, les devuelvo la sonrisa con timidez. —Tu a partir de ahora te llamarás Camelia, ¿entendido? —Sí, Mía. —Serás la sensación, ya lo verás, ahora desnúdate. —¿Qué? -digo asustada. —Tranquila, solo es para ver que estés en perfecta calidad. —No creo que disfrutes lo que veras. —Me sincero. Alza una ceja, me desata el vestido y lo jala para que caiga sobre mis pies. –¡Por amor a los Dioses! ¿Quién te hizo esto? Mira las cicatrices de mi espalda y brazos, aunque puede que las recientes se curen, aún así tengo marcas blancas permanentes, tengo moretones en los brazos y en las piernas. —Tu padre no recibirá ni un solo centavo, no te preocupes, nosotras te cuidaremos bien. Recorre mi cuerpo, me siento avergonzada, mira mis pechos y bajo la mirada incómoda. —Para ser una mujer que no sangra estás bastante desarrollada, tus pechos y caderas tienen buen tamaño, tienes bonitas piernas se ve que sueles caminar mucho. No te preocupes, tu condición es perfecta para este trabajo, no eres la primera que conozco con ese mal. —¿Hay más como yo? —Sí, mujeres que no sangran, que nunca tienen hijos, que están marchitas, la mayoría viven bien, los nobles suelen verlo más como una ventaja que como una maldición, así que las convierten en sus amantes y las que tiene menos suerte terminan en lugares como este, eso sí no he conocido a ninguna que no haya tenido un final terrible. —Entonces es verdad que estoy m*****a. —Sí, pero en este negocio eso no importa, no te preocupes, aquí solo bailarás y cantarás para los clientes, aunque si decides hacer algo más, ya será tu decisión, claro que me darás la mitad de lo que cobres por eso. —Prefiero solo bailar. —Todas empiezan así, pero de alguna u otra manera acaban cediendo a lo otro, te llevaré con Narcisa, ella te enseñará a bailar y te explicará todo lo que debes de saber. Me pongo el vestido y me ayuda a atarlo, me lleva a otra habitación llena de espejos, Mía le explica quién soy y lo que debe de enseñarme, me deja sola con la mujer, es alta, delgada y se ve que es mayor que yo. —¿Cuántos años tienes? —Diecinueve. —De acuerdo, primero te cambiaré de ropa, empezaremos con tu entrenamiento hoy mismo. Me da un atuendo como el que lleva, es un vestido pegado al cuerpo, la falda es suelta y de tela delgada, me lo pongo, detrás de unas cortinas, me enseña a soltar los brazos, las piernas y las caderas. —Debes de sentirte sensual, caliente como el fuego y libre como el aire. —Mueve los brazos —Conoce tu cuerpo, será tu mejor aliado aquí. Se acaricia las piernas, sube por su abdomen hasta el centro de los pechos, contonea las caderas, la imitó y sonríe. —Justo así. Me enseña a jugar con mi cabello, a cómo mirar y a jugar con mis gestos, me explica que aquí los hombres pagan por vernos bailar y por beber, me explica que no pueden tocarme, aunque me pidan que les baile en privado. Pasó varios días con Narcisa, hasta que se que debo de hacer, me entregan vestuarios, todos son iguales solo cambia el color y los adornos, son faldas largas y ligeras, con aperturas en las piernas hasta la cadera, varias capas caen generando volumen, la parte de arriba se ata por la espalda, cubriendo mis pechos y sosteniéndose por los hombros, a algunos les caen pequeñas cadenas hasta mi abdomen como adorno, me dan collares, brazaletes y maquillaje. El maquillaje es caro, solo las de la nobleza y mujeres ricas, tienen acceso a el, pero aquí fabrican su propio maquillaje, con pétalos de flores e insectos machacados, los disuelven con agua, alcohol y cera de abeja. Hoy me presento por primera vez, aunque la vida aquí es mejor que en mi casa, la verdad es que me aterra toda la situación, si bien nadie me golpea, grita o insulta, el mero hecho de pensar que tendré que bailarle a decenas de hombre semi desnuda me deshumaniza haciéndome sentir miserable. Me ayudan a arreglarme, maquillan mis ojos con negro, le ponen color a mis mejillas y labios, alborotan mi cabello, me pongo un traje verde esmeralda, tiene finas cadenas doradas, que se bailan cada que camino o me muevo. De igual manera ayudo a varias de las chicas a estar listas, es como una especie de hermandad, a la que me empiezo a acostumbrar. Algunas chicas se dedican a tocar y cantar para los bailes de las demás, otras reparten bebidas y charlan con los clientes, el momento llega, me cubro la cara con un antifaz de la misma tela que el vestido y empiezo a bailar, cierro los ojos, imaginándome que estoy en otro lugar, tal como me enseñó Narcisa, juego con mi cabello y con la tela de mi ropa, muevo las caderas y los brazos al ritmo de la música, escucho aplausos y silbidos, pero los ignoro, yo estoy en el bosque, con mis caballos y gallinas, jugando con los conejos y ardillas, viendo vendados y zorros, nadando en el río, en cualquier lugar menos aquí. Termino de bailar con la respiración agitada, me arrojan rosas, aplauden y gritan mi nuevo nombre, me escondo tras el telón. —Estuviste fenomenal —Mía me aplaude. —Tienes talento, bailas como una verdadera Diosa, parece que tienes años de experiencia. —Sí, Camelia, ni yo que tengo cuatro años aquí bailo así —Violeta me dice. —Aprendió de la mejor —Narcisa alardea. La noche continúa, trato de relajarme y de no actuar nerviosa, todas bailan, en algún punto me toca cantar, Narcisa también me enseñó cómo hacerlo, la verdad es que lo disfruto, solía hacerlo todo el tiempo, así que no fue difícil aprenderme las canciones. Las semanas pasan, bailo todas las noches, arriba del escenario y en los cuartos privados, según Mía soy una sensación, todo mundo habla de la flor besada por el fuego que encanta con su baile, la mansión está a reventar todas las noches, pero para mí cada día es peor. Cada día me pierdo a mi misma, cada día dejo de ser Erys y empiezo a ser Camelia un poco más, me asusta que en algún momento no quede nada de la verdadera yo.La Camelia Roja así me llaman, todos los de aquí dicen que los hipnotizo, que mi baile podría revivir a los muertos y calmar a las bestias, me ofrecen montones de dinero solo por una noche conmigo, pero cuando me niego dicen que es parte de mi encanto. La Camelia Roja.La Flor besada por el fuego.Eso soy, después de decenas de noches bailando, la sangre se me hizo fría, la piel se me hizo dura, tanto como el hierro, montones de manos me tocan cada noche, pero no las siento, cada noche, ojos lujuriosos me miran y cada noche, me permito volver al bosque, solo en pensamientos, no soy consciente de sus ojos, de sus manos, de sus gritos y aplausos. —Mi dulce Camelia, otra vez, fuiste una completa Diosa. —Mía me sonríe dándome una bolsa de tela con mi paga.—Sorpréndete cuando lo haga mal —le sonrió de lado.Mía me da una parte de mis ganancias, pero solo me sirven para comprar más vestuarios, ropa, comida y cosas personales, no puedo escaparme, siempre hay vigilancia, tampoco se si quie
Pasamos el día encerradas, porque no nos permiten salir del palacio de las concubinas, ayudo a Lily a bañarse, le lavo el cabello. —Camelia. —¿Sí? —¿Tú crees que un día seremos libres? —No lo sé. —Ojalá, es cansado hacer todas las noches lo mismo. —Lo sé. Sale de la bañera, se envuelve el cuerpo con una toalla, volvemos a la habitación, entre todas nos ayudamos a vestirnos, las primeras en ir con el rey son Daisy y Dalia. —Que espanto, está borracho y diciendo obscenidades —Daisy dice frotándose la piel. —¿Las toco? —Jazmine les pregunta. —No, pero con la pura mirada que tiene basta y sobra —Dalia dice. —¿A quien mando a llamar? —No pidió a nadie en específico, solo dijo que quiera que Camelia fuera la ultima —Daisy me mira. —No quiero ir —Jazmine dice. —Pero pues ya que. Se marcha, no pasa mucho antes de que regrese, todas las vemos confundidas. —Se quedó dormido, así que no creo que pase nada más. —Genial —Lily sonríe acostándose en su cama.
Mi padre me arroja al suelo haciéndome caer boca arriba, escucho el grito de mis hermanas cuando el azote golpea mi espalda, una y otra vez, aprieto la mandíbula, tragándome el llanto. —¡Estás m*****a, no sé qué hicimos para merecer esto! —grita tomándome por el cuello, clavando sus ojos llenos de ira en mi. —Papá yo… —¡Callate, no podrás casarte, ni siquiera puedo venderte cual yegua, porque no eres una verdadera hembra! —grita en mi cara. Su palma se impacta con mi cara, abriéndome el labio, saboreo mi propia sangre, me toma por el cabello y me lleva arrastras afuera. —Un mes más Erys, te doy una luna más para que sangres, si no lo haces, yo mismo te mataré. Cierra la puerta de la casa, me quedo en el suelo, me limpio la sangre de la cara, la espalda me quema, pero no puedo hacer nada, me acuesto en la entrada, abrazando mis rodillas y me duermo, cuando amanece, es mi madre quien me recoge, me prepara un baño caliente y limpia mis heridas, no me dirige la palabra, no suele h