Mi padre me arroja al suelo haciéndome caer boca arriba, escucho el grito de mis hermanas cuando el azote golpea mi espalda, una y otra vez, aprieto la mandíbula, tragándome el llanto.
—¡Estás m*****a, no sé qué hicimos para merecer esto! —grita tomándome por el cuello, clavando sus ojos llenos de ira en mi. —Papá yo… —¡Callate, no podrás casarte, ni siquiera puedo venderte cual yegua, porque no eres una verdadera hembra! —grita en mi cara. Su palma se impacta con mi cara, abriéndome el labio, saboreo mi propia sangre, me toma por el cabello y me lleva arrastras afuera. —Un mes más Erys, te doy una luna más para que sangres, si no lo haces, yo mismo te mataré. Cierra la puerta de la casa, me quedo en el suelo, me limpio la sangre de la cara, la espalda me quema, pero no puedo hacer nada, me acuesto en la entrada, abrazando mis rodillas y me duermo, cuando amanece, es mi madre quien me recoge, me prepara un baño caliente y limpia mis heridas, no me dirige la palabra, no suele hacerlo. Me da un vaso con leche y un pedazo de pan, lo como todo rápido, mis hermanas desayunan avena y café, ambas me miran con lástima. —Escuché que Sir Willis vendrá a visitar a su madre, será una buena oportunidad para que lo conozcan, puede ser que alguna de las dos le guste y pida su mano —mi madre le dice a mis hermanas. Samara y Leyla, sonríen emocionadas, Samara es mayor que yo, su sangrado le llegó en su doceavo verano, a mi hermana menor Leyla, le llegó en su treceavo invierno, yo he pasado dieciocho veranos e inviernos y nada, tampoco hay indicios de que vaya a suceder. —Sir Willis es un hombre muy importante niñas, iremos hoy con la modista para comprarles un par de vestidos nuevos, tendrán que lucir hermosas. —Si mamá, haré mi mejor esfuerzo. —Y yo, supongo que otros caballeros acompañarán a Sir Willis en su visita, todos son del ejército negro, seguro que algún buen partido habrá. —Estas conversaciones no deberías de escucharlas Erys, ve a darle de comer a las gallinas y a los caballos. —Como órdenes, madre. Acató la orden, todos los animales se amontonan a mi lado, son mi única compañía, los acaricio y alimento, incluso les canto, la puerta se abre y mi padre entra a la casa, saluda a mi madre y a mis hermanas, con besos y abrazos, a mi me ordena que vaya al bosque a buscar fresas y pieles. Me da una canasta y un saco de tela, salgo de la casa, camino por el pueblo, mis vecinos me saludan y sonríen con amabilidad, ninguno de ellos sabe lo que oculto, si lo supieran seguro que también me depreciarían, me adentró en el bosque, de entre las ramas saco un arco casero que hice y una daga que compré en el mercado, mi padre todos los días me envía aquí, ansioso porque una bestia salvaje o una criatura me asesine o me coma, canto una canción que escuché en el pueblo y recolecto las fresas. Clavó mis flechas a ardillas y conejos, guardándolos en el saco, incluso caso un zorro, no me gusta tener que hacer este tipo de cosas, pero me irá peor si llego a casa sin nada, pasa un buen rato, la mañana ha pasado, puedo notarlo por la posición del sol, camino de vuelta a casa, las ramas de los árboles se mueven y las bestias se acercan, salgo del bosque, topándome con la caballería, con razón el bosque estaba inquieto, la multitud los recibe con rosas y aplausos, paso a su lado, esperando que no me noten. Regreso a casa y le entrego las cosas a mi padre, me mira entre molesto y satisfecho, mi madre hace mermelada para vender, mi padre despelleja a los animales, mis hermanas se trenzan el cabello y yo me pongo a limpiar la casa. —Rose, Sir Willis y sus hombres ya están aquí, la Señora Willis ha organizado una fiesta en el pueblo para darle la bienvenida a su hijo, es hoy por la noche —La Señora Frey dice desde la ventana. —Deberías de llevar a tus hijas, todas las señoras del pueblo hablan de que llevarán a las suyas, yo si fuera tú llevaba a Erys, en especial, es la mas hermosa de las tres. —No creo que Erys pueda ir, ha estado enferma últimamente, pero seguro que estaré ahí con mis queridas Samara y Leyla. —De acuerdo, te veré ahí entonces. —Cuídate Grace. —Mi madre se despide con la mano y la señora Frey se marcha. —Ayuda a tus hermana a arreglarse para esta noche. —Mi padre ordena. —Claro, padre. Preparo un baño caliente para mi hermana mayor, la ayudo a lavarse, después hago lo mismo con mi hermana menor, me cae el agua hirviendo quemándome parte del abdomen, pero ni siquiera me quejo. Les seco el cabello y las peino, las ayudo a vestirse, se aprietan las mejillas para teñirlas de rojo, ninguna de las dos me habla, tienen miedo que las pueda contagiar con mi mal o algo parecido, pero se que sienten pena por mi, sus miradas me lo dicen. —Lleven a Erys también, pónganle a cargar sus cosas, ya que es una mula, que cumpla su función, además que no quiero que la gente del pueblo hable sobre su ausencia. —Como quieras, Bruce. Las tres salimos de casa, mi made me entrega los frascos de mermelada que aparto para los caballeros y una canasta con pan que horneo en la mañana, mis hermanas me dan sus capas, me acomodo todo en los brazos cuidando que no se me caiga nada, llegamos a la plaza del pueblo, hay una banda y la gente baila, bebe y come, mis hermanas se van con sus amigas, me quedo en una esquina bajo un árbol. —Agacha la cara —Mi madre susurra. Obedezco, escondiendo mi cara en mi cabello y el gorro de mi capa, mi madre le reparte la mermelada a alguno de los caballeros, caminamos hasta la Señora Willis y su hijo, mi madre les sonríe, dándole el resto de los frascos y el pan. —Rose, que bueno que tú y tus hijas pudieron acompañarnos. —Muchas gracias a ti por invitarnos, a nosotros nos alegra más saber que Sir Willis ha vuelto a casa sano y salvo. —Vince, ¿recuerdas a la Señora Orson? Eras algo joven la última vez que la viste. —No, lamentablemente no la recuerdo, le pido me disculpe. —Ella es su hija Erys, es su hija mediana, a la mayor y la pequeña, te las presentaré después. —Encantado de conocerla Señorita Orson —Me ofrece su mano, la tomó y le doy un breve apretón. —El placer es mío Sir Willis. —Eres pelirroja, vaya. Los pelirrojos son considerados de mala suerte, eso es lo que mi padre siempre dice, ninguno entiende porque nací así, mi hermana Samara tiene el cabello rubio de mi madre y los ojos cafés de mi padre, mi hermana Leyla tiene el cabello castaño de mi padre y los ojos verdes de mi madre, yo no tengo nada de eso. Mi madre tiene una cicatriz en la ceja, mi padre se la hizo el día en que nací, la golpeó contra una ventana, acusándola de serle infiel, mi madre le juro que no era así, ella me odia por eso. —Sí, no sabemos de quién lo heredó, seguro de algún antepasado. —Según las creencias los pelirrojos son… —De mala suerte —Mi madre dice entre risas. —No, todo lo contrario, en Vallys son adorados, dicen que son hijos de el Dios del fuego, incluso en el mercado negro de Greenbrier los venden como amuletos, se dice que su sangre es un elixir y trae buena fortuna, así que usted debe de tener mucha suerte. —Lo dudo, mi pequeña se la vive enferma, incluso tiene una malformación en los ojos. —¿Ah si? —Son unos ojos preciosos y muy únicos, que malformación ni que nada. —La Señora Willis me apoya. —Muéstraselos querida. Observo a mi madre, tiene mala cara, pero me quita la gorra de la capa, mi cabello vuela con el viento, alzó la mirada, viendo a Sir Willis y sonríe al verme. —Si que son únicos, un ojo verde y otro café, que belleza. Me doy el tiempo de mirarlo, es alto, rubio y de ojos tan azules que parecen transparentes, me sonríe, vuelvo a cubrirme la cara, con la capa, mis hermanas se acercan y se presentan, todos comienzan a charlar menos yo, mi madre y yo nos alejamos dejando a mis hermanas con los Willis. —No debí de traerte, solo nos dejas en ridículo. —Lo siento, madre. Mía Cox se nos acerca, mi madre se pone seria, está vestida como usualmente lo hace, con un vestido largo y ceñido al cuerpo, marcando sus prominentes curvas, el vestido tiene un escote pronunciado, el cabello rubio lo lleva perfectamente peinado con rizos, que le caen sobre la mandíbula, fuma un cigarro con un filtro largo, los guantes le cubren gran parte de los brazos, me mira y sonríe. —Dame a tu hija, vivirá mejor conmigo. —Señora Cox, mi hija no es esa clase de mujer —Mi madre dice seria y Mía se ríe con burla. —Con hambre, todas somos esa clase de mujer, además su hija, la castaña, es buena amiga de una de mis flores y le contó que Erys no sangra. Alzó la cara de golpe, Mía me sonríe con calidez, mi madre está pálida y parpadea varias veces. —Leyla, no sabe de lo que habla. —Le ofrezco 60 puros*, por Erys y les daré mensualmente 300 coronas*, de sus ganancias por supuesto, usted sabe que no la podrá casar, así que soy su única opción, háblelo con el señor Orson y vayan a verme a mi mansión, podemos llegar a un acuerdo. Se da la media vuelta, los hombres la miran al pasar, suelto el aire, mi madre me toma del brazo y caminamos, sin decir nada, la fiesta continúa hasta el amanecer, ayudó a mis hermanas con las rosas que les regalan y con las cosas que compraron en el mercado nocturno, al llegar a casa mis hermanas se van a sus habitaciones a dormir, yo me voy a los establos donde usualmente duermo. Pasada la mañana, me preparo para ir al bosque, repito la rutina, llenó la cesta con moras azules. Veo una ardilla, la apunto con el arco, le disparo dándole el el ojo, tiro otra flecha y se le clava en el costado. Siempre les doy en el ojo, maldición. Si no lo hiciera, nadie sabría que soy yo la que los caza, pero siempre que mi padre lleva los animales todos saben que fui yo la que los cazó precisamente por eso. Cazo un par de conejos y los hecho al costal, tomo el camino de regreso a casa. —Señorita Orson, ¿cómo está? —Sir Willis me saluda cuando paso cerca del río. —Sir Willis, buen día. —Mi madre me dijo que todas las mañanas venía al bosque a cazar y por frutos, así que vine a dar un paseo. –No soy quien para decírselo, pero no debería de andar por el bosque sin conocerlo, puede ser peligroso. —Lo sé, pero se le olvida Señorita Orson que yo crecí en este pueblo, que me haya ido joven no quiere decir que no pertenezca aquí. —Es verdad, me disculpo por eso. —Bajó la cara. —Señorita Orson, la verdad es que estoy fascinado con usted, me encantaría pedirle permiso a su padre para poder cortejarla, claro si usted me lo permite. —Eso no será posible Sir Willis, yo no estoy interesada en el matrimonio, ni en los hombres, le pido me disculpe, tengo que volver a casa. Camino rápido, perdiéndome entre los arbustos y árboles, conozco demasiado bien este bosque, el corazón me late con fuerza, nadie de mi familia puede saber lo que hablé con Sir Willis, seguro que me odiarán más de lo que ya lo hacen, al volver a casa mi padre me espera con su escopeta en la mano. —Tu madre me contó lo que Mía le ofreció por ti, date un baño, que pienso aceptar, ya que no te casarás, no tendrás un heredero para mis tierras y como tampoco puedo venderte como concubina, te irás a ser una de las famosas flores de la Señora Cox, ya es hora de que pagues toda la comida que te has llevado a la boca, sucia bastarda. —Padre no… —Cállate, yo no soy tu padre, nunca lo fui y nunca lo seré. Mi madre me lleva arrastras al baño, me lava, me pone un vestido de Samara que ya no usa, trenza mi cabello, mi padre nos espera, montado en la carreta, el caballo me mira y podría jurar que sabe lo que pasará conmigo, lo acaricio por última vez, el pecho me duele porque nunca más veré a mis animales, ni siquiera pude despedirme de ellos. La mansión Cox está a las afuera del pueblo, cerca de Highstorm, la capital y de Portis otro pueblo, mi madre me toma de la mano y traza pequeños círculos en mi palma, deposita un suave beso en el dorso, cuando llegamos a nuestro destino, tiemblo de miedo cuando dos hombres musculosos y grandes nos abren la puerta. —La Señora Cox los espera —dice uno viéndonos, le hace falta un ojo. Nos guían, observo el lugar tiene un salón gigante, con un escenario en el centro, está lleno de sofás y cojines, hay varias puertas en la planta alta y dos escaleras de cada lado para subir, nos meten a un cuarto al fondo de la casa, Mía nos espera sentada fumando, como siempre. —Veo que aceptaron mi propuesta, sabía decisión. —No más parloteo, toma a la chica y dame el dinero. —Mi padre exige. Mia suelta una risa, le hace una seña a un hombre con suma delicadeza me toma de la mano y me pasa del otro lado de la habitación, quedando a lado de Mia, mi madre baja la mirada y solloza, Mia le arroja un saco lleno de puros a mi padre. —Son los 60 puros que prometí, lo demás dependerá de si mi mercancía está en buenas condiciones y de lo mucho que trabaje. —Prometiste 300 coronas mensuales. —Mentí, todo es parte del negocio, acepta lo que te doy y agradece si recibes algo al mes, porque si algún Lord o Señor, quiere comprar a tu hija, esa mensualidad se acabará, está claro ¿no? Erys ya no te pertenece. —Maldita perra —Mi padre dice furioso. —Oh, querido dime algo que no me hayan dicho —se ríe. Dos hombre entran llevándose a mis padres, estoy asustada, pero mi cuerpo no lo da a notar, Mía me mira y sonríe gloriosa. —Bienvenida a La Casa de Las Flores, Erys. *Nota: Los “puros” hace referencia a monedas de oro cada moneda tiene un valor de 22 kilates ($77 USD actuales aprox) y es la moneda más valiosa. Los “cortados” hacen referencia a las monedas de plata, vale la mitad de un puro. Las “coronas” son la moneda comercial y las que menos valor tienen ($1 USD actuales aprox)Mia me lleva a la planta alta de la casa, hay mujeres por todos lados, me miran y me sonríen, me lleva a un cuarto, donde hay tres mujeres rubias, un montón de ropa y un espejo gigante de cuerpo completo. —Ella es Lily. —Encantada de conocerte. —Ellas son, Daisy y Dalia. —Me señala a cada una. —Son mellizas y dos de mis más queridos retoños. Ambas me sonríen, les devuelvo la sonrisa con timidez. —Tu a partir de ahora te llamarás Camelia, ¿entendido? —Sí, Mía. —Serás la sensación, ya lo verás, ahora desnúdate. —¿Qué? -digo asustada. —Tranquila, solo es para ver que estés en perfecta calidad. —No creo que disfrutes lo que veras. —Me sincero. Alza una ceja, me desata el vestido y lo jala para que caiga sobre mis pies. –¡Por amor a los Dioses! ¿Quién te hizo esto? Mira las cicatrices de mi espalda y brazos, aunque puede que las recientes se curen, aún así tengo marcas blancas permanentes, tengo moretones en los brazos y en las piernas. —Tu padre no recib
UN AÑO DESPUÉS… La Camelia Roja así me llaman, todos los de aquí dicen que los hipnotizo, que mi baile podría revivir a los muertos y calmar a las bestias, me ofrecen montones de dinero solo por una noche conmigo, pero cuando me niego dicen que es parte de mi encanto. La Camelia Roja. La Flor besada por el fuego. Eso soy, después de decenas de noches bailando, la sangre se me hizo fría, la piel se me hizo dura, tanto como el hierro, montones de manos me tocan cada noche, pero no las siento, cada noche, ojos lujuriosos me miran y cada noche, me permito volver al bosque, solo en pensamientos, no soy consciente de sus ojos, de sus manos, de sus gritos y aplausos. —Mi dulce Camelia, otra vez, fuiste una completa Diosa. —Mía me sonríe dándome una bolsa de tela con mi paga. —Sorpréndete cuando lo haga mal —le sonrió de lado. Mía me da una parte de mis ganancias, pero solo me sirven para comprar más vestuarios, ropa, comida y cosas personales, no puedo escaparme, siempre hay v
Pasamos el día encerradas, porque no nos permiten salir de la casa de las concubinas, ayudo a Lily a bañarse, le lavo el cabello. —Camelia. —¿Sí? —¿Tú crees que un día seremos libres? —No lo sé. —Ojalá, es cansado hacer todas las noches lo mismo. —Lo sé. Sale de la bañera, se envuelve el cuerpo con una toalla, volvemos a la habitación, entre todas nos ayudamos a vestirnos, las primeras en ir con el rey son Daisy y Dalia. —Que espanto, está borracho y diciendo obscenidades —Daisy dice frotándose la piel. —¿Las toco? —Jazmine les pregunta. —No, pero con la pura mirada que tiene basta y sobra —Dalia dice. —¿A quien mando a llamar? —No pidió a nadie en específico, solo dijo que quiera que Camelia fuera la ultima —Daisy me mira. —No quiero ir —Jazmine dice. —Pero pues ya que. Se marcha, no pasa mucho antes de que regrese, todas las vemos confundidas. —Se quedó dormido, así que no creo que pase nada más. —Genial —Lily sonríe acostándose en su cama.
—Cuídate mucho Camelia, no se como lo haremos pero estaremos al pendiente de ti —Jazmín me abraza. —Y yo de ustedes, despídanme de Mia. —Se le va a partir el corazón —Daisy dice. Las cinco nos abrazamos, los guardias me alejan y las suben en un carruaje, me despido de ellas con la mano, deseando que no sea la última vez. Una mujer mayor se me acerca. —Ven conmigo, es hora de empezar a prepararte —Me toma del brazo y me guía hasta otra área del castillo. —¿No voy a vivir en la casa de las concubinas? —No, las doncellas viven en otro sitio, pero tampoco vivirás ahí, primero el príncipe tiene que aceptarte. —¿Y si no me acepta? —Eso es decisión del rey. Y sinceramente chiquilla, dudo que el príncipe te acepte, así que no te acostumbres a la buena vida. Entramos a un salón, no muy grande, hay una dos mujeres esperando, me toman medidas del todo el cuerpo, hablan entre ellas y me miran, me llevan un baño donde me lavan, me cepillan el cabello y me peinan y me visten. Mientras l
La daga se me entierra en el cuello, el príncipe sonríe, sus ojos oscuros se clavan en los míos, exhaló para que mi cuerpo no tiemble ante la amenaza. Mi padre disfrutaba a cada que lloraba, rogaba o temblaba, así que con los años, aprendi a controlar mi cuerpo, siento dolor y miedo al igual que todos, pero nunca se me nota.—¿Tampoco rogarás por tu vida? —Quita la daga cortándome un poco.Me siento en la cama y me limpio el cuelo, el corte arde, el príncipe me toma por el mentón con fuerza. —No, si el deseo de su alteza es matarme, es mi obligación como su doncella cumplirlo. —Cumplir a mis deseos, ese es tu deber, me alegra saber que lo tienes claro. ¿Cuál es tu nombre? —Camelia, su alteza. Así me llaman “La Camelia Roja.” —Camelia —repite quitándome la mano del mentón, se lleva los dedos a la boca probando mi sangre. —Eres dulce, Camelia. Está jodidamente demente y eso que apenas lo conozco. —Suéltate el cabello —ordena. Llevo la mano a la trenza y la desató dejando mi cabe
El príncipe me sonríe, bebiendo su té.—Dime, Camelia, ¿matarías por mi? —Nunca he matado a nadie, su alteza, solo animales. —No hay diferencia, créeme —De la charola toma un plato con fresas y manzanas verdes, perfectamente picadas, me mira. —Pruébalo. Tomo de nuevo el tenedor, tomó un trozo de fresa y me lo llevo a la boca. —Harás esto con todo lo que coma o beba.Debe de pensar que lo quieren envenenar, loco.—Así lo haré, su alteza.—Tampoco haces preguntas.Tengo muchas preguntas, pero no quiero que me corten la lengua. —No ruegas, no tiemblas de miedo, no lloras, solo obedeces, ¿qué clase de persona eres? —Me considero una persona bastante normal.—No lo eres, nada en ti es normal, ni siquiera tus ojos. Agacho la mirada, odio mis ojos, siempre lo he hecho, son extraños y al igual que mi cabello son un recordatorio de que soy hija de nadie. —Solías trabajar bailando para entretener a los hombres, hasta donde se, tienes cierta reputación, pero eso no me interesa, lo que q
No entiendo cuál es mi destino, desde que nací no he tenido un minuto de paz, tengo una suerte del demonio y ahora estoy obligada a cumplir todo lo que él príncipe ordene. Debí negarme y dejar que me cortara el cuello, odio ser tan débil y sumisa. —Puedes seguir leyendo, Camelia —El príncipe me devuelve el libro. —Nunca le digas a nadie tu verdadero nombre, es una orden.Vuelve a acostarse en mi regazo, con una paz que me asusta. Busco el capítulo en el que me quede y sigo leyendo, de reojo observo pasar al rey con una concubina, nos mira y se ríe. Todo aquí es extraño. —Vámonos, ya me aburrí —El príncipe dice poniéndose de pie. Me levanto sacudiendome la falda del vestido.—Dormirás conmigo esta noche. —Está bien, su alteza. Caminamos de regreso a su habitación, me muerdo el labio, estoy nerviosa y asustada. —Deja de hacer eso, es molesto. —Le pido me disculpe, su alteza, es una mala costumbre mía. Abre la puerta de su habitación entra, después lo hago cerrando la puerta,
Cada día el príncipe me hace leerle, libros que en lo personal me resultan aburridos, como si a mi me interesara saber estrategia militar. Y cada día es más extraño que el anterior, por ejemplo el otro día estábamos en el jardín caminando, cuando le príncipe me dijo: —Nuestro juramento te prohíbe desobedecer mis órdenes directas ¿no es así? Morirás si lo rompes. —Es correcto, su alteza. —Abofetéate hasta que te sangre la mejilla, es una orden. Lo malo de los juramentos, es que son más hechizo que otra cosa, mi mano tomo impulso lista para estrellarse contra mi cara, pero el príncipe me detuvo. —Olvida la orden que te dije —ordenó. Mi mano bajó, el príncipe soltó una fuerte carcajada y así ha sido, me ha pedido que un sin fin de cosas, que cumplo aún en contra de mi voluntad. Todas las mañanas desayuno con él, pruebo de su comida, todas las noches ceno con él y duermo en su cama, nunca me ha tocado, no de la forma en la que un príncipe debe de tocar a su doncella. Y e